Su mala suerte

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Los hombres de Renzo arribaron a la casa de seguridad dónde se encontraba la ex suegra de Angélica. Fue sencillo acabar con los sicarios que custodiaban la casa, ya qué los hombres de Renzo no eran comunes, sinó que eran antiguos mercenarios experimentados con los cuales alguna vez él peleó en el ejército.

Angélica y Renzo junto a Fabrizio estaban a punto de entrar a la casa, cuando de repente un hombre se interpuso entre ellos. Angélica al verlo no dudó en dar varios disparos, aún le faltaba puntería y mucha práctica, pero con tantos disparos, seguro si una le daba. El cuerpo del hombre se sacudió frenéticamente al sentir los impactos de balas, no tardó en caer. Ella torció una medía sonrisa satisfactoriamente.

—No tengo puntería, pero lo que importa es que está muerto, ¿no?

Renzo y Fabrizio se quedaron helados, no procesaban que ella fuera una asesina a sangre fría. No obstante, lo que no sabían era que ese tipo era uno de los perros que siempre la llevaba de vuelta con Gustavo, por más que le suplico, nunca tuvo piedad con ella. Ese día ella no se la tuvo a él. «Ahora prefiero ser el cazador, antes que la presa», proclamó en sus adentros Angélica.

Estando adentro, la suegra no aparecía, lo más posible es que se había escondido en algún lugar secreto de la casa. Angélica ya estaba desesperada, por lo que le pidió a uno de los mercenarios de Renzo que le llevará lo que traía en la camioneta. El mercenario le entregó los galones de gasolina. De nuevo Renzo y Fabrizio se quedaron fríos, ella comenzó a esparcir la gasolina por toda la casa.

—Si no quiere salir la rata, yo la obligaré a salir —sin pensarlo mucho dejó caer el encendedor y la casa comenzó a arder. El fuego se reflejó en los ojos de Angélica cómo una fortificante luz de venganza.

Por un segundo Renzo y Fabrizio se plantearon que hacían allí, parecía que no eran más que espectadores.

La suegra no tardó en salir cuándo el humo llegó hasta sus fosas nasales. Al salir de frente se encontró con su ex nuera, quien la veía con desprecio.

—Arrodíllate —le ordenó Angélica, misma quien le apuntaba con un arma.

La señora impactada se negaba a hacerlo, sin embargo, debida a la poca paciencia que tenía Angélica con un simple gesto de sus manos, le señaló a un mercenario que le quebrara el equilibrio de sus rodillas. Así la suegra cayó ante sus pies. Los ojos de su suegra estaban rojos de la ira, cómo es que estaba de rodillas ante una cualquiera, ella era una gran señora.

En cuánto los mercenarios ataron a la suegra y se la llevaron, Angélica se acercó en pasos seductores hacia Renzo y paso una mano por detrás de él mientras le sonreía con picardía. Renzo sentía la mano de ella manoseando su trasero, ya había pasado tiempo desde que habían estado juntos, por lo que se intimidó. Pero ella solamente estaba tomando su encendedor y cigarrillos. Renzo, al darse cuenta de que solo se había encendido por nada, más apenado se sintió.

Ella prendió el cigarrillo en un segundo y lo pegó a su boca absorbiendo el humo a la vez que veía como se incendiaba la casa frente a sus ojos. «Esto es por haber mandado a incendiar la empresa de mi amorcito», pensó clavando sus ojos en el fuego. Esa casa, no era una simple casa de seguridad, era también la gaveta dónde tenían guardados millones de dólares el cartel de los Borboa.

—No me miren así —les dijo a Renzo y Fabrizio que la miraban atónitos. Ella estaba parada con una pierna derecha y la otra un poco hacia delante alzando un poco su cadera izquierda, esa postura y esa ropa le resaltaban sus hermosas caderas—. Que miraran cosas peores—, esbozo una sonrisa y luego se acercó su cigarro a la boca con tranquilidad y elegancia.

Angélica al terminar de decir lo último; «Mirarán cosas peores» Fabrizio y a Renzo levemente se le sonrojaron las mejillas, ella lucía tan aterradoramente hermosa. Pero Renzo, al voltear a ver a Fabrizio y notar su sonrojo, su semblante se ensombreció y sus comisuras cayeron dibujando una sonrisa al revés.

Al ya estar en la hacienda y tener allí a la suegra recluida, Angélica al fin pudo respirar un poco. Había decidido ir a buscar a Renzo para hablar con él, desafortunadamente al llegar a su despacho sin querer escuchó una conversación entre él y Fabrizio. Escuchó que la automotriz de Renzo estaba totalmente en ruinas por el incendio provocado por Javier, y que debido a eso estaba en números rojos, prácticamente en quiebra. Angélica palideció, todo eso era por su culpa, se sentía la mala suerte de Renzo. Huyó a un costado de la hacienda para respirar aire fresco y quitarse esa taquicardia.

Pocos minutos después, Fabrizio se la encontró sentada en unos escalones. No dudó en acercarse para saber si estaba bien.

—¿Te encuentras bien?

—¿La empresa de Renzo está en quiebra? —soltó de golpe, sin rodeos.

«Que directa», pensó Fabrizio. Él dio un pequeño suspiro y se sentó al lado de ella.

—Sí —contestó él.

A Angélica se le amargó el corazón, sus emociones claramente se vieron reflejadas en su rostro.

—Pero solo es una automotriz —prosiguió Fabrizio—, es una de las tantas que tiene Renzo, así que no te preocupes. Además, el seguro cubrirá las perdidas, sólo hay que esperar para volverla a echar a andar. Eso es todo —mencionó con una brillante sonrisa.

A Angélica ver su particular sonrisa le daba cierta paz.

—Menos mal —ella dio un leve suspiro cansada—. Nunca quise sacrificar a Renzo, arrastrarlo conmigo a esto. Pero ahora sólo puedo contar con él, lo que me hace sentir entre la espada y la pared porque puedo perder al hombre que amo, pero también a mi hijo. Siento que estoy sacrificando a Renzo por mi hijo.

Ella sentía que el pecho le explotaría; sin embargo, retuvo el escozor de su garganta y a sus lágrimas amenazantes. No quería ser débil.

Fabrizio bajó la mirada avergonzado, se había equivocado con Angélica, era verdad todo lo que le había dicho a Renzo, pero esta vez podía ver más allá de él, con otros ojos la forma de ver las cosas. «No todos sentimos lo mismo ante alguna situación, y mucho menos reaccionamos igual. Cada quien solo sabe el peso de sus propias cargas, nadie más», dedujo en su interior Fabrizio.

—No te sientas así, Renzo lo hizo porque te ama, y porque de cualquier manera no hubiera sido feliz en ninguna parte sabiendo que tú la pasabas mal. Y, ahora también puedes contar conmigo —dijo depositando su palma en el torso de la mano de Angélica.

Y justo en ese instante pasó Renzo frente a ellos como alma que lo llevaba el diablo, su aura era oscura y fría. No les dijo nada, pero era claro que se había molestado por haberlos visto juntos. Angelica no tenía ni idea, por supuesto Fabrizio si la tenía, se le achicó el estómago al ver a Renzo con ese semblante. Parecía chiste, pero verdaderamente en su interior estaba rezando «Señor protégeme con tu espíritu».

En la noche Angélica realizó una llamada, a su maravilloso cuñado.


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