¿Por qué terminaba así?

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—¿Que hacés aquí? —preguntó con voz hostil Renzo.

—Visitarte —contestó Fabrizio.

—No recuerdo haberte invitado.

—No necesito invitación.

—Estoy ocupado. No puedo atenderte.

Fabrizio al verlo medio desnudo lo dedujo todo. «Ella está aquí», pensó Fabrizio.

—Entiendo. No molestaré.

Renzo quería correrlo, pero pensó que sería inútil ya que se obstinaria en quedar. Por la mañana se ocuparía de él.

Al regresar a la habitación Renzo volvió a quitarse la bata e inmediatamente descubrió a Angélica quitandole las sabanas para continuar en lo que estaban. La retrajo al borde de la cama y le abrió las piernas, se clavó en ella sin atajos, sus paredes estaban tan escurridizas y llenas de él que le era muy facil volver a hundirse.

—¿Quién era? —le preguntó Angélica mientras se dejaba ser embestida por él.

—Tenias razón. Si era alguien más.

Angélica se escandalizó de inmediato.

—¿Quién?

Entre tanto que ella lo cuestionaba él se deleitaba embistiendola sin parar y gruñendo del placer. No le importaba nada más que saciar su deseo.

—Fabrizio.

«Y lo dice tan tranquilamente», pensó Angélica.

—¡Dios! ¡Él está aquí! Deberías ir con él.

—No perderé mi tiempo que tengo contigo por alguien que se invito solo.

Y en ese justo momento hizo que gritara al momento de ponerse sus piernas en los hombros e inyectarse sin contemplación hasta casi atravesarle el útero.

—¡Ahh! ¡Renzo!

—Así me gusta. Que sólo yo esté en tu boca. Deja de preocuparte por otros cuando te estoy follando, en tu cabeza solo debo estar yo.

Y siguió follando sin importarle nada, estaba fuera de sí, sólo quería seguir teniendola hasta que ella quedará totalmente exhausta que a la mañana siguiente no le quedaran ganas de estar con su esposo. Río malicioso ante su cometido.

—¡Renzo! ¡Espera! Él sabe que estoy casada. ¡Nos escuchará!

—¿Y qué? Ya sabe que soy tu amante, es natural que grites.

Angélica al escuchar eso el rostro se le tensióno.

—Tranquila él no dirá nada que afecte a tu matrimonio —expresó con desdén Renzo.

—Basta Renzo, para —le ordenó con firmeza.

Él remilgado obedeció a su órden retirandose.

Angélica cubriéndose con las sabanas lo examinaba.

—¿Que te pasa? ¿Por qué actúas así? Tan frío conmigo.

«No me has mirado ni una sola vez a los ojos, ni siquiera me has besado, lo necesitaba...»

—¿Y cómo quieres que actúe después de saber que te acuestas con tu esposo y luego vienes aquí para que yo termine lo que él no sabe hacerte?

—Tú... tú... ¿Cómo sabes eso?

«Entonces es verdad»

—Creeme que fue por accidente. Pero dime, ¿por que estuviste con él? ¿Era necesario?

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