Comportamiento raro de Renzo

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—¡Renzo! —gritó con emoción Angélica en cuanto bajó y miró a Renzo de pie esperandola en la entrada de la hacienda. —No tenías que esperarme aquí —le dijo cuándo se acercó a él.

Por su parte Miguel se había retirado después de abrirle la puerta de la camioneta a Angélica.

—Lo hago con gusto. Ven vayamos adentro —le dijo Renzo tomando su mano y dirigiendola, está vez no se tomó la molestia de esperar a que aceptará.

—Bien... —dijo confusa mientras fruncía el ceño al extrañarse por el comportamiento raro de Renzo. Lo observaba detenidamente; esas ojeras que tenía se estaban volviendo más marcadas cada vez que lo veía. Pero está vez apareciendo junto a un rostro totalmente sombrío y una sonrisa apagada, no era normal.

Al llegar un poco antes de la habitación, en el pasillo Renzo la acorraló contra la pared y comenzó a besarla abruptamente por su cuello a la vez que desabrochaba con desesperación su camisa. Al seguirla besando dejaba marcas rojas por su blanca piel, y al tener sus senos expuestos la aprisiono aún más contra la pared levantando sus caderas contra las suyas ejerciendo presión de abajo hacia arriba una y otra vez.

—Renzo ¿Pasa algo? —le preguntó Angélica inundada de calor.

—Solo que deseo estar tanto dentro de ti que al final me sienta parte de ti cómo uno solo.

—Me encanta la idea, pero podemos primero almorzar. No he comido nada y muero de hambre.

Renzo dió un paso atrás soltandola y exhalo ahogando la gran tensión que sentía al interior de sus pantalones.

—Alimentemonos entonces.

—¿No estarás molesto? —las palabras de Renzo a Angélica le habían sonado un poco secas. ¿Le ocurría algo?

—Por supuesto que no. Sin duda necesitas alimentarte... lo necesitaras.

Pensando en que podía estarle ocurriendo, fue detrás de él. Al llegar a la cocina solo tomó lugar en la isla, mientras continuaba perdiendose en sus pensamientos. Renzo por su parte que ya tenía una gran variedad de alimentos preparados por sus sirvientes, se dispuso a servir. Angélica divagaba mentalmente por lo cuál no se ofreció en ayudar.

—Aqui tienes —le dijo Renzo poniendo un plato en su lugar y poniendole fin a su divagación mental.

—Oh lo siento, te dejé sólo.

—No importa —respondió sin dirigirle la mirada y solo empezando a comer. «Naturalmente», dijo Renzo en sus adentros—. Come.

—Okey —sumisamente obedeció Angélica... Pero en otro segundo al analizar un poco más su postura, su mirada evasiva, esa forma de hablarle tan autoritario, no lo soportó. Sin embargo se tragó su descontendo solo limitándose a comer.

Al terminar de comer ella retiro su plato y el de Renzo disponiéndose irlos a lavar. Y descuidandose por completo de su celular dejándolo en la mesa. Mientras Renzo trataba de serenarse, la pantalla del celular de Angélica se encendió repentinamente, llamando su atención de la barra de notificaciones un mensaje de su esposo.

«Gracias por la noche tan maravillosa. Ya extrañaba a tu cuerpo. Me has confirmado que solo me amas a mí... Ya quiero que sea mañana y volver a hacertelo. Cuídate y extrañame»

Se veía a simple vista...

Al leerlo, Renzo sintió la sangre del rostro poniéndosele efervescente y subirsele rápidamente al cerebro. Sus ojos se inyectaron en sangré. Una enorme oleada de furia lo invadió. Apretó los puños con fuerza rígida casi lastimandose así mismo sus palmas con sus uñas. «Ella estuvo con él... Imbécil, ¿creíste que solamente estaba contigo? Estúpido ingenuo ilusionado».

Angélica terminó de lavar los platos y luego se paró al lado de él.

—Ya está —dijo Angélica.

Pero Renzo parecía ignorarla, su rostro estaba estrujado. Al no responderle nada, Angélica lo paso y se dispuso a recoger la mesa hasta que Renzo la tomó desprevenida sujetandola de la muñeca y sentandola en sus piernas.

«Yo haré que sólo gima mi nombre, tanto que olvide el tuyo pezzo di merda»

—Dejalo. Estoy ansioso por hacerte mía —le dijo con voz imponente.

—¿En serio? Pareces algo tenso. ¿Seguro que estás de humor?...

—Shhh —la silencio poniendo su dedo índice en sus labios—, esté día de tu vida me pertenece, es mío, y ahora eres nada más que mía. ¿Lo entiendes? —suavemente removió sus labios humedeciendolos con su propia saliva, por consecuencia le saco un gemido ahogado a Angélica—. Gritalo. No tienes que reprimirte aquí, nadie escuchará.

—No te entiendo —le dijo con la mente nublada— ¡Aj!

—Grita esos gemidos Angélica, lo tan bien que te hago mía. Gime mi nombre, quiero escucharte.

—No, no quiero... —respondia jadeante a la vez que su cuello se arqueaba del placer.

Renzo sonrió con una sola comisura de sus labios.

«Haré que los hagas»

—Ya que hoy estás en las sombras, creó que no habrá problema si te desgarró y te hago gritar.

—¿Eh?

—Está vez lo siento por ti, pero necesito escucharte que gimas mi nombre.

Sin más se levantó con ella en sus brazos y luego pasandola a su hombro yendo hacia a su habitación. Al llegar la tumbó en la cama.

Al gatear hacia ella, Angélica se estremeció al parecerle su mirada cómo el de un náufrago hambriento que la quería devorar de un solo bocado.

Y no estaba equivocada, Renzo la jaló hacia él haciendo que su intimidad topara con sus partes bajas de un golpe. Angélica sintió el gran bulto de su entrepierna encajarsele en su zurco. Aunque él estaba siendo brusco, lo disfrutaba.

—¿Quieres ser mía? —le preguntó Renzo al simular penetrarla.

—Quiero sentirme tuya Renzo...

Con ese consentimiento Renzo empezó a devorarla por completo arracandole sus vestiduras que cubrían la vista de su piel. Por largas horas la lleno de él sin deparo. Llegó un momento de tanto penetrarla que hizo que a Angélica se le entumieran las piernas. Estaba fuera de sí, y más que ella no le ponía límite.

De repente en medio de la noche escucharon que un auto se parqueaba. Se suponía que nadie debería llegar. Angélica mientras era embestida se escandalizó golpeando el hombro de Renzo para detenerlo.

—Renzo, Renzo, alguien llegó —le dijo con temor.

—Debe ser Miguel —intentó continuar hasta que ella lo retuvo.

—No, siento que es alguien más —Angélica imaginandose lo peor creyó que podía tratarse de su esposo. Asustada con los nervios de punta se safo de Renzo levantandose de la cama. «Debe ser él».

Al ver su preocupación Renzo no pudo evitar enojarse y fruncir el ceño «Tanto le preocupa que nos descubran. No me molestaría si fuera el bastardo de su esposo».

—Iré a ver —dijo entretienes.

Renzo apenas salió cuando se cubrió con una bata de baño. Ella por su parte se quedó en la cama abrazando sus rodillas. Si era su esposo lo mejor era esconderse y simular que nunca estuvo allí.

Al salir a la entrada Renzo pudo ver que efectivamente era alguien más.

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