Nadie lo sabría

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Los dos salieron de la avioneta, Angélica lentamente fue apaciguando todas esas emociones locas, entrando a la realidad. Sin embargo cuándo él le pregunto algo, de nuevo se sintió en otra realidad.

—¿Quieres venir a comer conmigo? Te invito a mi hacienda...

—¿A su hacienda? —preguntó confusa tratando de entender el motivo de su invitación, finalmente dedujo que posiblemente se debía a la firma de los documentos—. No es necesario, puede firmar los documentos aquí mismo.

Renzo no sabía si ella se estaba haciendo la inocente o si en verdad no estaba entendiendo su indirecta. No obstante, al ver la reacción de su cara, ya no dudo ni por un segundo. Era claro que ella no tenia nada detras en mente cómo él. Se pregunto así mismo si había sido solo él; el que se sentía atraído. No lo sabía con certeza. Pero luego pensó que nada perdía con intentar poder conocerla un poco más, así que cambio de tactica, ya que era evidente que ella no tenía ninguna otra intención más que querer irse.

Él sonrió con solo una comisura de sus labios y recobro aún más su postura erguida.

—Veras, antes de firmar quiero revisar con detenimiento el contrato. Las garantías del seguro. Entonces ¿Comprendes que sí es necesario? —asevero con un tono más grave, más amargó arqueando sus cejas y mirando fijamente a Angélica.

Todas las facciones de Angélica se ensombrecieron. Por un momento había olvidado al hombre arrogante con el que se había encontrado al principio. Realmente disfrutaba hacerle las cosas difíciles. Ella tenia que volver con su hijo y él solo la estaba retrasando. Cerro los ojos y los giro escondiendo ese gesto detras de sus párpados. Pese a eso Renzo pudo notar el temblor de sus párpados, era obvio lo que había hecho, frunció sus labios molesto, se lo cobraría más tarde. Nadie le hacía esa grosería y salía ileso.

—Bien, vayamos —acepto Angélica, total era peor que siguiera contradiciendolo, únicamente retrasaría más las cosas.

—Entonces sígueme —ordenó Renzo girándose y dándole la espalda a Angélica. A ella le salía humo por los oídos, no le había gustado nada de cómo se lo pidió.

Renzo por delante sin necesidad de verla podía percibír su cabreo. Lo cuál lo divertía. «¿Por qué se toma las cosas demasiado a pecho esta mujer»?, se preguntaba.

Por detras lo seguía Angélica, y con esa vista que ella no tenía la culpa, podia contemplar un hermoso cuerpo masculino frente a ella; se podía apreciar aún con la tela de ese pantalón cafes claros los músculos marcados de sus piernas largas, esa espalda en forma de v, y esos contorneados glúteos. «¿Cómo se vería desnudo? ¿Tendrá la espalda marcada?», se preguntó Angélica. Pero cuándo Renzo se giro a verla se encontró con la mirada perdida de ella fijada hacía sus partes bajas, ahora en su miembro, la miro con incredulidad. «Acaso ella estaba...?», ante tal posibilidad a él sin querer se le despertó su aparato por lo que al unisono los dos agrandaron los ojos, ya que no era nada disimulado.

Rápidamente él volvió a girarse, pero con pena. Paso en secó y trato de parecer aséptico mostrando una voz firme.

—Subamos en mi camioneta. Le dire a mi chófer que lleve tu coche a mi hacienda.

—Aja —al contrario de Renzo, ella no pudo ocultar su asombró en su voz. Seguía boquiabierta. ¿Habrá sido ella quien lo despertó? Se preguntó, sin embargo al final se dijo que era una reacción normal en los hombres y que eso era imposible.

Entre tanto, los dos subieron a la camioneta de Renzo; una camioneta de lujo color negra, para Angélica era evidente que está era importada, ya que su país (México), aún no habían agencias que la distribuyeran.

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