Para Angélica estaba resultando un pésimo día, para empezar apenas había alcanzado dejar a su hijo en el preescolar, apenitas llegó. Por consecuente llegó tarde al trabajo teniendo cómo consecuencia el perder a un importante cliente y tener a un jefe malhumorado, ese «chavaruco» de cincuenta la fulminaba con la mirada cada vez que la veía.
Hundida en su oficina trataba de pensar en algo que la ayudara en recuperar esa venta, no era cómo que en cada esquina pudiera vender una avioneta. Oh no, seguramente no obtendría la comisión al fin de mes. Optó por no hundirse más en ese tema y mejor se propuso vender autos, aunque la comisión de autos no se comparaba con la de las avionetas, tampoco era mala. «¡Ahh! Pero sí lo es», seguía lamentándose, no podía dejar de culparse. Tanto que le costó conseguir a ese cliente. Pero no todo era malo, se pudo motivar al recordar cuándo Renzo fue su primera venta oficial, ese día casi lo daba por perdido, pero finalmente la cerró, hizo lo que tenía que hacer. En esa ocasión aunque fue difícil convencerse de hacerlo, al final se dió cuenta que lo deseaba y disfrutaba. Algo que nunca había vivido, ni siquiera con su esposo.
No se rendiría está vez, haría cualquier cosa por recuperar esa venta, tuviese que hacer lo que tuviese que hacer.
Y cómo sí el universo la hubiera escuchado, de pronto su jefe entró a su oficina.
—Angélica, esta es tu oportunidad para remediar la venta anterior. Un cliente quiere comprar una avioneta.
Ella se paró de inmediato de su silla.
—¿En dónde está? —preguntó alterada por la emoción.
—No, no está aquí. Tendrás que ir y mostrarle la avioneta que quiere.
—¿Tendré que salir de viaje?
—Sí y tienes que darte prisa.
—Pero...
—Angélica ¡Por favooor! —decía su jefe con ese gesto tan singular juntando las yemas de sus dedos y apuntando hacia arriba, a la vez que agitaba la mano— No pongas peros... Estamos a nada de ganar ese premio por mayores ventas. No me des para abajo.
Ella cerró los ojos y exhalo dándose por vencida. Aceptó, haría el viajé. Cuando su jefe la dejó a solas primeramente llamó a su niñera y a su esposo para avisarles que no llegaría esa noche a casa, hasta el día siguiente. Al tomar su bolso para salir, una llamada la detuvo. Descolgó el teléfono y respondió.
—Buen día, soy la asesora Angélica Martínez, ¿en que le puedo ayudar?
—¡Que formal! —exclamaron del otro lado de la llamada.
Angélica agrandó los ojos y se le contorsiono el rostro de la impresión.
—Eres tú...
—Sí.
—Renzo —pronunció apretando los dientes.
—El mismo.
—¿Por qué me llamas?
—¿Que no es obvio?
—No. Dime que quieres, me pones tensá.
—Tranquila, solo llamaba para saludar.
—¿Saludar?
—Sí, te he estado observando durante estos dias y te he visto muy triste, pensé que si te llamaba tal vez dejarías de estarlo.
—¿Cómo? ¿Me has estado siguiendo?
—¡No! —exclamó indignado—, yo no hago ese tipo de cosas —«Yo no, pero mi investigador sí», pensó Renzo al otro lado de la llamada.
—¡Aja!
—Mm dime, ¿por qué siempre luces con ese rostro tan amargo, si tan bonito está? ¿Acaso tu marido no sabe hacerte el amor?
Una irá se apoderó del pecho de Angélica. ¡Cómo se atrevía!
—¡Eso a ti no te importa!
—Deberias darme su número para llamarle y decirle cuál es la forma correcta de hacerte el amor... Me lo agradecerá.
—¡Cómo te atreves!
—Lo ves, te tiene tan frustrada que cualquier cosa te enoja, mejor debería ir yo y hacértelo yo mismo. Te cambiará la cara.
Y en ese momento Angélica sintió sus mejillas arder, y su intimidad palpitar, ¡demonios!, solo escuchar la propuesta la ponía sumamente caliente. Apretó las piernas y pasó saliva.
—Mmm te gustó la idea cattivella, ¿te mojaste verdad?
—Ya dejame de decir esas cosas, estoy casada. No volveré a traicionar a mi marido, entiendelo.
—¿Que más da que lo traiciones una vez más? El daño ya está hecho. Anímate y seamos amantes...
—Colgare, no puedo seguir tolerando ésto. ¡No vuelvas a llamar!
Colgó sin más y sin darle oportunidad de réplica. Volvió a tomar su bolso y salió de la oficina.
Al salir de la oficina su jefe la esperaba impaciente.
—¿Irá conmigo? —le preguntó ella.
—Por supuesto que no, me da miedo las alturas.
Los dos caminaban a la par mientras se dirigían al elevador.
—Siempre me he preguntado cómo es que un hombre que vende avionetas le teme a las alturas. Esperé —se detuvo en seco—, ¿eso que tiene que ver, si iré en mi auto?
—No. Te irás junto al piloto. Ya te está esperando en la pista.
—¿Que? ¿Por qué no puedo ir en mi auto?
—Ya te dije, tiene prisa el cliente.
Finalmente llegaron a la pista, su jefe se acercó lo más que pudo con ella a la avioneta asegurándose que la abordará. Todo ese comportamiento le parecía tan extraño a Angélica.
—Súbete, súbete —la apresuraba su jefe.
Cuando se subió no miró el rostro del piloto, no le puso atención ya que su jefe gritaba una última cosa mientras retrocedía en pasos agigantados.
—Me la cuidas —por un momento pensó Angélica que se dirigía al piloto cómo diciéndole que cuidara de ella, pero lo descarto cuando terminó la frase— la avioneta Angélica.
Su jefe simplemente estaba siendo su jefe.
Al voltear hacia el piloto se sobresalto casi saliendose el corazón.
—¡Renzo!
—No te preocupes, la comprare, no tienes que cuidarla —dijo muy tranquilo.
—¡Quiero bajarme!
—Demasiado tarde.
—Me bajaré —dijo enojada, trató de levantarse del asiento, pero al mirar afuera la avioneta ya estaba marchando. Está vez siendo Renzo el que no le dió oportunidad.
—Hazlo y morirás, tu sabes... —el rostro de Angélica palideció—. Mejor abrochate el cinturón, está vez no te puedo ayudar cariño, tengo las manos ocupadas —le dijo con esa sonrisa descarada dibujada en su cara. Ella lo miró con los ojos entrecerrados furiosa. Sin embargo no le quedó opción y se abrocho el cinturón.
Unos segundos después la avioneta se elevó en el aire, otro vuelo a la libertad...
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Vuelo A La Libertad
RomancePor primera vez Angélica quiso dejar de reprimirse y permitirse hacer realidad sus más ocultas fantasías, quiso pecar y dejar de hacer lo moralmente correcto. Siempre había deseado a alguien que no simplemente se la metiera y sacara, alguien que le...