Mi infierno

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Angélica

«Olvidé algo, adelantate tú. No tardaré», eso fue lo que dijo mi esposo antes de dejarme en la fila de la caja.

Mientras la cajera continuaba pasando los productos nerviosamente me asomaba a ver si mi esposo ya venía. La cara se me estaba enrojeciendo de la pena, ya casi tenía que pagar y yo si ni un centavo en los bolsillos. La cajera ya había pasado todos los productos.

—Son dos mil pesos, ¿pagará en efectivo o con tarjeta?

—Emmm, mi esposo solo fue por una cosa, ya debe de estar por llegar —me disculpe apenada. La cajera esperó unos minutos, pero él no llegaba, impaciente ella comenzo a tararear con los dedos. Ese gesto junto con el resto de personas que estaban detras de mí, me hacían sentir tan miserable y extremadamente avergonzada.

—Lo siento. Pero la fila es larga, tendré que cancelarle la compra —dijo la cajera.

Asentí de inmediato, no había opción.

«Al fin», gritaron algunos.

Y para hacerlo peor, el timbre que hizo sonar la cajera al llamar a su gerente para la cancelación se escuchó en todo el supermercado. Quería que me enterraran viva. No sé que fue exactamente lo que sentí aquel día, vergüenza o impotencia de ver a mi marido escondiendose entre los estantes burlandose de mí. Solo recuerdo claro haber sentido las mejillas arder con mis ojos amenazando en estallar en lagrimas y el estómago arrugarse como pasa. ¿Por qué tenía que humillarme de esa forma?

Al final apareció y pagó.

—¿Que tienes? —me preguntó todavía. Para él lo que hizo no significaba nada, solo era una broma.

—Nada, solo necesito ir al baño. Esperame en el auto con Axel en el auto —él se marchó con Axel aún bebe en brazos.

Al cerrar las puertas del baño dejé salir todo el llanto. Las lagrimas salían desde lo más profundo de mí. Mordía mi mano para ahogar lo alto de mi llanto y que nadie llegase a escucharme. Esta sólo fue el principio de muchas amarguras.

«No hubo un día de mi vida que no me sintiera miserable»

Sin embargo, quién lo creería, quién creería que vivía en un infierno con ese hombre. Que en sus palabras era un esposo fiel, que no tomaba, que era trabajador y «buen padre» al menos... «Nunca encontraras otro hombre cómo yo Angélica», me decía Gustavo. «Sí muy bien todo eso, pero que tal tu estúpido caracter de mierda, ¿que pasa con eso?», le gritaba furiosa cada vez que se hacía el perfecto.

Nadie creería que al cerrar las puertas, cuando todos se marchaban, mi vida se convertía en un infierno. Y es que no todo el tiempo fue así, de hecho al principio todo era paz y felicidad con él.

Cuando me daba cuenta de las banderas rojas, creí que él podía mejorar y que algún día íbamos a ser felices juntos. Pensé que entregándome por primera vez a él cambiaría, pensé lo mismo cuando nos casamos, y finalmente pensé lo mismo cuando me embaracé.

...

—Angélica ya ha pasado un año. Ya necesito estar contigo, ¿o es que tienes a otro? —me dijo Gustavo mientras permaneciamos acostados en la cama.

Mi cara se lleno de terror al escucharlo «¿O es que tienes a otro?».

—Sabes que nunca me atrevería a hacerte tal cosa. ¿No confías en mí? —traté de sonar lo más convincente que pude.

—Claro que sí mi amor. Ya te lo demostré dejandote ir a trabajar. ¿Pero no crees que ya es hora de reanudar esté matrimonio? Lo merezco —habló a la vez que besaba mi cuello. Mi cuerpo le dio escalofríos con los fríos besos que él me daba—. Me harás pensar que tienes a otro...

—No lo tengo. Me conoces.

—Sí, es cierto te conozco. Pero quiero estar seguro que sigues siendo solamente mía.

—Esta bien, yo también... lo deseo.

«Huir es en vano. Mantenerlo engañado es lo ideal», acepté mi destino.

Él comenzó a quitar mi ropa y a besarme por el cuerpo, sus besos los sentía cómo estacas de hielo incrustandose en mi piel. Todo con él era muy extraño, despues de años siendo su mujer, de repente sentía que mantenía relaciones con un desconocido, mi cuerpo ante sus toques y miradas se cohibia. Puesto que mi corazón y mente ya no estaban con él.

—Gustavo para que estés más comodo yo usare preservativo femenino —me excuse, francamente sabía con perfección que el preservativo femenino era más seguro. No quería estar con Renzo siendo descuidada. Que ironía, con Renzo jamás me cuidaba más que solamente con píldoras, y con mi esposo estaba siendo cuidadosa. «Que ironía».

—¿Y si mejor hacemos otro bebe?

—Sí, pero en otro momento. Tal vez cuando Axel pase a la escuela —me justifique tratando de darle la vuelta.

Ya sin otra objeción él se adentró en mí. Sentí cómo si solo un trozo de carné sin vida se hubiera adentrado en mí. No sentía nada, ¿y que podía sentir después de tener por meses las dimensiones de Renzo? Trate de perderme en mis pensamientos mientras él susodicho terminaba.

Al engañar a Gustavo pensé que me sentiría culpable, pero nunca fue así. Y raramente está vez sí padecía de ese tormentoso sentimiento, la culpa. Deseaba que sus brazos fueran los de Renzo. No quería estar allí. Mi rostro se fruncia con cada embestida, quería llorar.

Para mi pequeña suerte, cómo lo predije, terminó en menos de siete minutos. Lo agradecí internamente.

—Ohhh estoy tan cansado. Estuvo rico. Cómo extrañaba a tu cuerpo.

—Yo también amor —fingí.

Cuando Gustavo se quitó de encima y se durmió, yo me quedé de lado en posición fetal anhelando a que fuera mañana y Renzo quitara todo rastro de esas crudas sensaciones.

Sin embargo Renzo desdé que había llegado a la hacienda no me besó, no me abrazó y ni me miró, esas sutiles cosas que me hacían sentirme llena de vida. Yo anhelaba su calidez, más allá de lo carnal.

Lo sabía, sabía que a él le pasaba algo.

Fue hermoso mientras duró, el pensar que ya no lo vería, me quebraba. Mi vida volvería a ser amarga y gris, excepto por mi hijo, por quién no me rendía.

«Renzo te extraño».







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