No dejara a su familia por su amante

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Durante el siguiente mes Angélica y Renzo siguieron teniendo encuentros indecorosos, su relación que no tenía título se basaba en verse una vez cada dos semanas, dónde Renzo con el pretexto de comprar una avioneta traía a Angélica a la hacienda para cerrar el trato, trato que siempre se cerraba en la cama.

—No puedes seguir comprando avionetas cada dos semanas —le decía Angélica preocupada.

—Tienes razón, ya no tengo más...

—Dinero —acompletó ella.

—No, espacio —ella se quedó atónita. Ella preocupandose porque él no derrochara dinero, y él solo preocupandose por la falta de espacio del hangar de su pista.

«Definitivamente los ricos tienen preocupaciones, pero muy diferentes a la de los mortales», se dijo Angélica para sí misma.

—Igual ya no lo hagas, pareces un lunático egocéntrico sin conciencia del ahorro. No es necesario que compres más, no necesitas atraerme con esa artimaña porque yo puedo venir por mi propio gusto —terminó de decirle Angélica mientras tomaba entre sus manos a las mejillas de Renzo cariñosamente.

Esa sonrisa dulce con la que lo miraba, y sentir la calidez de sus manos, a él lo deshacían de amor por ella, y más que ya comenzaba a aceptar «eso» que ellos tenían, cómo sea que se llamará.

Ya no se seguiría haciendose la difícil y poniéndose renuente al llegar a la hacienda, desdé allí podría simplemente arrancarle la ropa y hacerle el amor cuantas veces quisiera al cerrar la puerta.

—No sabes lo feliz que me haces con tus palabras —le dijo Renzo con una voz tenue llena de afectó. Eufórico se levantó de rodillas en la cama y la retrajo de la orilla donde ella estaba sentada; la abrazó presionando sus pechos contra su torso desnudo «Excitante sensación». Brevemente la tumbó en la cama y se recostó sobre ella dejando caer su peso y transmitiendole el gran calor que emanaba su cuerpo ocasionado por esas palabras. Antes de continuar la miró con una mirada profunda llena de devoción y afecto... La hizo suya una y otra vez cómo si fuera realmente suya...

Tipos de esos momentos dónde las pláticas ya formaban parte, siguieron pasando por otro mes, esa relación extraña se volvía poco a poco más estrecha y personal, algo más que simplemente «atracción sexual».

Y mientras llegaba el dia de verse, ellos continuaban con su vida normal, él concentrandose en hacer prosperar la hacienda durante su año sabático de la corporación. Y ella trabajando arduamente y siendo madre y esposa. Ellos nunca mantenían comunicación entre esos tiempos, era cómo sí dejaran de existir el uno para el otro. No había llamadas, ni mensajes, ninguna señal de vida. Lo único que unía sus vidas eran esos momentos en la hacienda. Allí compartían momentos de su cotidiana vida, pero Angélica sin dar mayores detalles, solo cosas sutiles de su trabajo o aventuras de su hijo. Sentía que mencionar a su esposo era muy cínico de su parte. Y Renzo al contrario de ella, no se omitía nada, le contaba cada detalle de su vida hasta donde le fuera posible dentro de ese corto tiempo que se veían.

Sus encuentros ya no se limitaban solo en la cama, ya también se extendían a los alrededores de la hacienda. De vez en cuando Renzo la llevaba a pasear en sus avionetas, porque aunque nunca lo dijera, sabía que ella disfrutaba volar tanto cómo él. Otras cosas que hacían era montar a caballo, por supuesto siempre juntos en el mismo, ya que Angélica le daba miedo montar sola, preferible montarlo con él, en la seguridad de sus brazos abrazandola y sintiendo su calor.

Una característica de esos días, era que la felicidad siempre estaba dibujada en sus rostros, así cómo las carcajadas, la lujuria, las miradas llenas de amor, siempre estaban allí acompañando. Por momentos él olvidaba que ella estaba casada, imaginando que esos ratos los compartía «con su mujer».

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