Quiero que ella sea libre

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Antes de volver a México, Renzo quedó de encontrarse con Fabrizio, tenían tiempo sin charlar y verse, para ser exactos desdé que Fabrizio tuvo el desafortunado bochorno de presenciar la discusión de Renzo y Angélica aquella vez en la hacienda. Fue su última plática «No seas descabellado, ilógico. Es su esposa, su mujer, no tuya Renzo. Acéptalo y aléjate», le aconsejaba Fabrizio, y entre otras, aunque no queriendo admitir «No tenías derecho de tratarla así», esas palabras fueron un golpe de realidad para Renzo, le hicieron sentir cómo un bastardo.

Su entrañable amigo que lo había conocido cuando estaba en el ejército Italiano, cómo medico militar, quién lo había salvado durante un combate. Ese amigo que por presión y cómo costumbre familiar ingresó al ejercito, optando por la medicina cómo última alternativa para evitar matar personas, ya que para él una vida era una vida sin importar si se trataba de un enemigo; Así siendo un poseedor de una alma misericordiosa, creyente de Dios y muy conservador, que a veces está forma de ser se volvía un dolor de cabeza para Renzo porque siempre debía apretar el gatillo por él salvandolo. Sin embargo a pesar de que a Renzo le resultaba así, finalmente lo respetaba y lo apoyaba, porque sabía que él; Fabrizio siempre, aunque no estuviera de acuerdo, también lo respetaría y apoyaría. Los dos eran como hermanos salvandose el uno al otro.

Y por su parte Renzo, quién al contrario de su amigo solía ser un sanguinario en combate, que de no haber sido por su padre que lo obligó a dejar el ejército para hacerse cargo de la compañía muy seguramente hubiera obtenido el mayor de los rangos por ser un gran estratega gracias a su gran coeficiente intelectual, y también por sus cualidades de pelea, pero sobre todo por ser el excelente lider del escuadron de mercenarios que comandaba.

Hasta en ese momento Angélica ignoraba ese lado oscuro de Renzo, un hombre que alguna vez fue un desalmado que no se inmutó en quitar una vida a sangre fría, por supuesto por razones lógicas.

Apenas Renzo tocó a la puerta del departamento de Fabrizio (por cierto uno muy lujoso ya que al igual que Renzo, Fabrizio provenía de una acaudalada familia, no obstante no más que la de Renzo que además tenía sobre todo, poder en la industria), él inmediatamente abrió la puerta.

—¡Has vuelto! —estrechó con alegría la mano de Renzo.

—No te apresures, que hoy mismo me voy.

Por un momento Fabrizio creyó que este hombre por fin había recobrado la razón, exhaló dándose por vencido al desechar tal idea. Los dos pasaron a la terraza dónde se veía la gran ciudad, brevemente Fabrizio le sirvió un trago.

—¿Ya has dejado de fumar?

—Por ahora sí.

—Y eso significa que la has vuelto a ver —dedujó, sabía perfecto que él solo fumaba cuando tenía altos niveles de estres, y eso era así cuando no miraba a Angélica.

—No puedo mentirte a ti, volvimos.

—Mmm.

—Sé lo que piensas, pero creó que me entenderás después de explicarte mis razones. Es verdad que la amo y desearía que ella fuera parte de mi vida, traerla aquí y hacerla mi esposa. Pero ahora me sujeta otro motivo más profundo a ella. Volví a investigar su vida, como sabes no me quedé tranquilo después de enterarme de que el pedazo de mierda de su esposo la golpeaba. Tenía mucha rabia, lo quería desmembrar vivo, ohh sabes cómo soy en esos aspectos. La primera investigación salió mal, el investigador sólo encontró lo que un mafioso había puesto cómo fachada. Le pedí ayuda a la familia de mi madre...

—¿Su familia la que es de la mafia? —preguntó alterado Fabrizio.

—Sí, a mi tío Francisco y a mi primo Ernesto.

—¡Dios! Tu madre...

—Sé que mi madre no quería que tuviera nada que ver con la organización...

—Por supuesto que no Renzo, por eso antes de morir te regresó con tu padre. Tu madre era la primera hija de un mafioso de esas tierras, no es cualquier vínculo, tú ibas a ser el sucesor, y ahora si te llegas a involucrar demasiado con ellos, tendrás que asumir esa responsabilidad.

—Ya es tarde, ya lo hice.

—¿Por qué?

—Para proteger a Angélica, los necesito Fabrizio, su poder.

—¿Pero que no tienes ya poder?

—Sí, sin embargo mi poder no me sirve en ese pais, es otro tipo de poder que necesito, información, sometimiento, tener al gobierno en mis manos. ¡Carajo! Una puta investigación a ellos les llevó menos de un día, no me ayuda tener contactos aquí si no me sirven allá. Y menos que mi padre cortó toda relación con este pais.

—Te estás involucrando con una organización muy peligrosa. ¿Eres consciente de ello?

Renzo bajó la cabeza cansado y recargándose en el barandal de la terraza.

—De antemano ya lo sabía, mucho antes de conocer a Angélica. En cuanto acepté la hacienda... Cuándo mi madre volvió a México después de que mi padre la traiciono, mis abuelos me inculcaron ésto. Yo... Acepte desdé mucho antes, desdé niño en estar en esa organización, se lo prometí a mi abuelo, sabes que regresé por ese motivo. Y si es necesario ahora utilizare ese poder para proteger a Angélica.

—Pero no tienes que cumplir con esa promesa que hiciste de niño, además no es tu responsabilidad proteger a la gente sino del gobierno. Dime ¿Por qué necesitas tanto poder para protegerla? ¿Que no puedes simplemente tomarla y traerla?

—Si bien es cierto que no tengo porque cumplir esa promesa, no obstante si necesito ser el sucesor y tener el poder porque el imbécil del esposo de Angélica pertenece a una de las organizaciones más pesadas. Es la contraparte de la organización de la familia de mi madre. Ellos nos perseguirán, tú y yo conocemos a la mafia, conocemos su modo operando... Debo acabar con ellos antes de dar un paso afuera de México con Angélica y Axel. Además sé que a mí ya me siguen los pasos.

Fabrizio sujetó con fuerza su cabellera para contenerse.

—Demonios Renzo, ¿en que te has metido?

—En una grande, pero no me importa si pierdo la vida. O si tengo que acabar con medio mundo para salvarla. Quiero que ella sea libre.

—Ella... ¿Ella te lo ha dicho? ¿O te lo ha pedido?

—No... Maldición, no. Nunca me ha dicho nada. Debe tener sus razones.







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