Voy a hacer que me tengas miedo

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A casi a punto de llegar, Angélica contemplaba el hermoso paisaje del lugar dónde había vuelto a sentirse viva.

—Señito Angélica, ya casi aterrizamos —le dijo Miguel.

Ella dió un pequeño suspiro, después de semanas al fin volvería a ver a Renzo.

—Se siente tan bien volver aquí.

«Quisiera quedarme para siempre».

Brevemente aterrizaron en la pista, y apenas puso un pie en tierra, Angélica pudo ver a lo lejos que Renzo se acercaba montando a su caballo. Ella arqueó una gran sonrisa. Al estar frente a frente lo besó frenéticamente, tanto lo quiso besar que sus labios dolieron.

Los dos subieron al caballo, cada vez que el caballo galopeaba sus cuerpos se frotaban, ella sentía el rozor de su gran dote erecto en su trasero. Y es que Renzo con solo estar en el mismo espacio que ella perdía el control total de su naturaleza, casi se detenía en medio de los pastizales y la desnudaba para hundirse en sus paredes. Ya se imaginaba follandola de pie debajo de la sombra de un arbol, y contra su tronco.

A toda velocidad galopeó.

Al cruzar el enorme umbral Renzo se detuvo y fijó sus ojos en los de ella, por un instante la contempló mientras en su mente divagaba en un sólo pensamiento «Cómo dije: Acepto ser tu todo al cerrar la puerta y ser tu nada al abrirla». Volviendo a concentrarse en lo que estaban, al cerrar la puerta ellos se desvistieron el uno al otro, ella sólo quedando con sus medias negras que le llegaban a los medios muslos, estás le apretaban ligeramente la carne de esa zona formando un hermoso pliegue, a los ojos de Renzo se miraba tan apetecible de morder. Se arrodilló y pasó una pierna de ella por su hombro para desgarrar con el filo de sus dientes esa carne jugosa. Poco a poco se acercó a su intimidad dónde chupó hasta extraerle todos sus jugos. Ella echó el cuello hacia atras de la excitación.

—Este lunar que tienes aquí —le señaló en su parte y tocando uno de sus labios íntimos—, es mi favorito.

Extasiada con las mejillas ardiendo y los ojos llorosos se preguntó cómo era posible que él se haya dado cuenta de ese detalle de un recondito lugar, pues un lunar que hasta ella ya había olvidado que tenía. Por supuesto, no había un lugar que Renzo no conociera de su cuerpo. Pero así mismo ella también conocía perfectamente dónde él salvarguardaba pequeñas cicatrices.

Los dos terminaron en la cama uniéndose en uno sólo, parecía que no había un punto límite.

Para Angélica volver a estar en su brazos le renovaba todas las energías, sus besos descendiendo por el costado de su espalda ocasionandole diversos cosquilleos la hacian sentir tan llena de vida, también haciendole gozar ese escaso sentimiento del cuál carecía, el de libertad.

Pero su momento se vió interrumpido por unos inoportunos que se invitaron solos. Rápidamente al escuchar una voz, que claramente no pertenecía a la de Miguel, Angélica se vistió cómo un rayo mientras por el contrario Renzo pacíficamente volvía a vestirse, pues esa era su casa, quién quiera que se haya atrevido a osar su preciada casa sin invitación más le valía largarse. «Que forma de faltar al respeto», renegó en sus adentros Renzo.

Al salir al vestíbulo una mujer corrió hacia Renzo saltando a sus brazos, el rostro de Angélica se endureció levemente. Renzo inmediatamente se quitó de encima a la mujer.

—¿Que hacen aquí? —les preguntó en un tono hostil sin una pizca de amabilidad.

—A hacerte compañía —respondió Anicxia con una sonrisa filosa, a los ojos de Angélica una sonrisa hipócrita.

—Yo quise persuadirla de que no viniera sin tu consentimiento, pero no pude hacerla entrar en razón. Ya la conoces. Yo me ví obligado acompañarla —aclaró Fabrizio.

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