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7 años

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7 años...

Taesan metió en su mochila roja los cuentos que Haneul le había comprado la semana anterior y unos cuantos rotuladores de colores. Miró por última vez la que había sido su habitación durante más de un año. No había tardado demasiado en integrarse en la vida de aquel joven matrimonio; Taesan era un niño complaciente y Haneul había sido una «madre de acogida» encantadora. Le había sacado el dobladillo a todos sus pantalones para que le sirviesen durante un año más, había compartido con ella el secreto para hacer la mejor limonada y cada noche le leía una historia antes de arroparlo en la cama. Además, Minjun le preparaba patatas con queso todos los sábados y lo llevaba diariamente al colegio en su vieja furgoneta.

—No quiero irme —suplicó Taesan cuando la asistenta social lo instó a salir de la habitación —. ¿Por qué tengo que irme?

La asistenta lo miró con compasión.

—Es una situación complicada.

Taesan pensó en la barriga de Haneul, que cada día crecía más, y recordó la conversación que había escuchado semanas atrás. A su esposo le habían ofrecido un trabajo mejor remunerado en la sucursal que la empresa tenía en Daejeon. Dijo que las cosas tenían que cambiar ahora que iban a tener un bebé y que ya no necesitarían el subsidio gubernamental que recibían como compensación por mantenerlo a él bajo su techo. Haneul lloró con tristeza, pero terminó admitiendo que él tenía razón y que debían aprovechar la oportunidad.

—Cariño, te portarás bien, ¿verdad? —Haneul le acarició la cabeza, como siempre solía hacer, y los cabellos de color azabache del pequeño se agitaron al negar con la cabeza—. Estás enfadado, pero se te pasará en cuanto conozcas a tu nueva familia. ¿Sabes que habrá más niños? Podrás jugar con ellos. Será divertido.

—Yo solo quiero jugar contigo... —balbuceó.

Haneul pestañeó con los ojos enrojecidos y le dio un beso en la frente antes de alzarse y dejar que su marido le rodease los hombros con cariño.

—Vamos, Taesan, despídete —le dijo la asistenta.

No sabía cómo hacerlo. Dolía. Pero al final, cuando bajaron los escalones de la entrada, se dio la vuelta y alzó la mano que tenía libre. Reprimió un sollozo, porque sabía que los niños valientes no lloran. Luego caminó hacia el coche con el corazón encogido y la imagen de Haneul y Minjun diciéndole adiós pasó a formar parte de su álbum de recuerdos, allí donde guardaba todos los instantes que quedaban atrás.

No quiso ver cómo se alejaban y tardó unos minutos en clavar la mirada en la ventanilla del vehículo y observar trazos borrosos y desdibujados de la ciudad de Busan.

Taesan llegó entonces a la conclusión de que él era como una moneda. Las monedas son bonitas y todo el mundo quiere tener muchas en el bolsillo, pero pasan constantemente de una mano a otra. Las monedas no son de nadie y son de todos, se intercambian y su valor es muy relativo. Hay monedas antiguas o raras muy preciadas, pero otras, como las de 5 wones, son tan poco importantes que algunas personas ni siquiera se molestan en agacharse para recogerlas si se encuentran con una en la calle.

—Todo irá bien, Taesan—le dijo la asistenta social mirándolo por el espejo retrovisor tras parar frente a un semáforo en rojo—. Los niños que viven con la familia Choi son muy agradables, seguro que te lo pasarás genial.

Taesan no contestó.

De hecho, sus labios se mantuvieron sellados hasta que se vio obligado a entrar en el hogar de los Choi y conoció al matrimonio y a los tres niños que, como él, habían acabado allí al no tener ningún otro lugar donde vivir. Al verlo allí plantado, la asistenta lo animó a presentarse delante de Minjae, Yuna y Gyuvin, así que abrió la boca sin pararse a pensar y dejó que las palabras saliesen a borbotones:

—Me llamo Taesan—dijo—. Tengo siete años, nací en Agosto, odio los guisantes y soy como una moneda.

Se sorprendió al descubrir que los tres le dedicaron una sonrisa divertida.

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora