03.

365 49 3
                                    

8 años

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

8 años...

Los gritos se colaban por las escaleras que conducían hasta el piso inferior. Los niños dormían en el sótano, que había sido acondicionado para ellos. La estancia estaba pintada de color crema y había cuatro camas y un escritorio alargado en el que hacer los deberes. Al otro lado estaba el armario que todos compartían, de la misma manera que en aquel momento compartían el ruido.

Taesan no soportaba aquel horrible sonido, así que cerró los ojos y se tapó la cabeza con las sábanas. Intentó recordar días mejores en los que hacía limonada con Haneul, lo divertido que era intentar cazar con una cuchara las pepitas que se colaban en la jarra tras exprimir los limones, la cálida luz del verano que iluminaba la cocina a través de las cortinas blanquecinas, su sonrisa de color carmín...

Se escucharon pasos. Y más gritos. Más.

—Así es imposible dormir —se quejó Yuna.

—Pues creo que aún queda otra botella de soju en la despensa —dijo Minjae.

—Deberíamos haberla escondido —repuso Gyuvin refunfuñando por lo bajo.

Taesan decidió salir de su escondite, agobiado por la falta de aire. Yuna, que tenía catorce años y era la mayor, lo había tratado como a un hermano desde el primer día en que puso un pie en el hogar de los Choi. Al ver que un ligero temblor se estaba apoderando de su barbilla, se levantó y se metió en la cama junto a ella, abrazándola.

Taesan se aferró a sus brazos. Odiaba los gritos.

—Vamos, Tae, sabes que pronto parará —le dijo Gyuvin.

—En cuanto caiga al suelo derrotado —añadió Minjae.

—Shh, chicos. El aún es pequeño —les recordó Yuna.

—¡No es verdad! —exclamó Taesan avergonzado antes de sentarse sobre el colchón con las piernas cruzadas. La cama de Gyuvin estaba tan cerca de la suya que casi podía tocarla si extendía un poco el pie—. Es que los gritos... no me gustan... Son feos.

—¿Cómo puede un grito ser feo? —se burló Minjae.

—Ya déjalo. Yuna tiene razón —le cortó Gyuvin.

Los chicos llevaban varios años viviendo juntos en aquella casa y ya habían tenido que despedirse de otros niños que habían pasado por allí. Gyuvin tenía once años y Minjae doce. Los Choi, como tantos otros matrimonios, disponían de pocos recursos y trabajaban de forma irregular, por lo que habían encontrado un sustento fijo al convertirse en un hogar de acogida.

La señora Choi era sumisa, reservada y algo hosca, pero les cosía la ropa cada vez que se rompía y les preparaba cada día un delicioso plato caliente que poder llevarse a la boca. En cambio, el señor Choi solía bromear con los chicos y era jovial y divertido, siempre y cuando no hubiese bebido. Sin embargo, en cuanto sus manos rozaban una botella, se transformaba. El alcohol sacaba lo peor de él: los gritos, las amenazas, los golpes en las paredes, los insultos...

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora