06.

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13 años

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13 años...

—¿Qué está ocurriendo? ¿Adónde se llevan todas esas cosas? Oiga, espere...

—Solo hacemos nuestro trabajo —respondió con hosquedad un hombre de redondeada barriga tras girarse hacia él y mirarlo con extrañeza.

Cuando continuó su camino, él lo siguió. El tipo sostenía un par de cajas de cartón en las manos y vestía el mono gris de la empresa de mudanzas para la que trabajaba. Un camión con el mismo logotipo que tenía cosido en el pecho estaba aparcado allí al lado, justo enfrente de la casa azul.

Taesan se había quedado consternado al girar la esquina y descubrir la mecedora del porche dentro de la parte trasera del camión junto a otros muebles y recuerdos embalados de los Kang.

—¿Se marchan? ¿Se marchan de la casa azul?

El hombre entrecerró los ojos.

—¿Es usted amigo de la familia, muchacho?

—¡No! ¡Sí! —mintió—. Pero... no entiendo...

Cerró la boca de golpe en cuanto vio salir por la puerta a Jihu, Seokbin y Minah acompañados por su madre. Ninguno reparó en la presencia de un niño de trece años que los observaba con el corazón encogido en un puño mientras veía cómo la señora Kang se aseguraba de que todos los objetos de valor estuviesen bien colocados en el camión. Llevaba un bonito pañuelo verde alrededor del cuello y un vestido de punto gris que resaltaba sus elegantes movimientos mientras daba órdenes con una voz suave pero firme.

Taesan la escuchó decir «cuidado con la caja de lavajilla» y «quizá deberíamos dejar la mecedora aquí, dudo que nos sea de utilidad».

—¿No íbamos a comer? —protestó Jihu.

—Eso, mamá, estamos muertos de hambre —dijo Seokbin.

—Ya voy, chicos, un poco de paciencia.

De pronto, al girarse, el pañuelo verde se deslizó suavemente por su cuello y, llevado por una ráfaga de viento, cayó al suelo, justo delante de los pies de Taesan. Él se agachó, lo recogió y se lo tendió con manos temblorosas.

—Se le ha caído —logró decir.

—Muchas gracias, cielo.

La señora Kang lo aceptó con una amable sonrisa y, durante unos segundos, Taesan dejó de escuchar el chirriante sonido de la plataforma del camión al ascender, las voces de los trabajadores y el jaleo general que había desatado la mudanza. Le parecía casi irreal tenerlos enfrente y estar hablando con ella tras años mirándolos desde la distancia, como un fantasma que observa otras vidas.

Taesan tragó saliva. Se sentía un poco como un intruso, un ladrón de recuerdos familiares que no le pertenecían, una coleccionista de risas desconocidas, de palabras que jamás debería haber escuchado. Y, aun así, no podía evitar que le temblasen las rodillas ante la idea de verlos marchar. La casa azul dejaría de ser un hogar sin ellos.

Abrió la boca, dispuesto a preguntarle por qué se iban si parecían tan felices allí, pero se quedó con las palabras a medio camino, ya que la señora Kang se giró mientras se colocaba de nuevo el pañuelo alrededor de su cuello, y se dirigió a uno de los trabajadores para decirle que, si necesitaban cualquier cosa, podían consultarlo con su marido. Los cuatro se alejaron calle abajo.

—¡Cuidado, chico! —gritó un hombre que llevaba a cuestas un armario de madera oscura con la ayuda de otro compañero.

Taesan se apartó de su camino. Miró a su alrededor, confundido, y pensó en lo mucho que necesitaba a Yuna en aquel momento; habría entendido lo que ese lugar significaba para él. Al menos la Yuna de antes... porque la última vez que la había visto, dos meses atrás, cuando esta había ido a recogerlo por sorpresa a la escuela, se había dado cuenta de que ya no era la misma.

Había cambiado.

Y es que Yuna ya no llevaba trenzas. Ahora, su cabello era rubio y caía suelto por su espalda hasta casi tocar el cinturón que sostenía la corta falda que vestía. Se había hecho un piercing en la nariz, llevaba los párpados pintados de color oscuro y olía demasiado a perfume y a tabaco. Lo acompañó a casa, se interesó por las notas que había sacado el trimestre anterior y se esforzó por sonreír, pero Taesan fue incapaz de ignorar la tristeza y el dolor que escondía su mirada...

Y ahora, allí, siendo testigo de aquel punto y aparte en las vidas de la familia Kang, se dio cuenta de que nada era permanente e inamovible. El mundo danzaba en un movimiento constante: las personas cambiaban, se marchaban, regresaban, desaparecían. Los sueños se retorcían, se reinventaban. Cada día era una oportunidad para ser alguien diferente, mejor, y decidir qué rumbo tomar. Sin constantes, sin líneas rectas e intactas.

Taesan entendió que él mismo era la única variable.

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora