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Apenas había amanecido cuando abrió los ojos, los fijó en el techo de la habitación y supo que no podría volver a dormirse

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Apenas había amanecido cuando abrió los ojos, los fijó en el techo de la habitación y supo que no podría volver a dormirse. Aun así, Leehan se quedó un rato más en la cama hasta que se cansó de dar vueltas y decidió levantarse. Al pasar por delante del dormitorio que ocupaba Taesan, desvió la mirada casi de forma inconsciente hacia la puerta entreabierta.

Y entonces lo vio. Lo vio con las sábanas revueltas a sus pies y vestido tan solo con su camiseta.

Dejó de caminar de golpe y respiró profundamente. Sus ojos se detuvieron en las piernas desnudas y fueron ascendiendo hasta su rostro y el cabello negro revuelto en todas las direcciones posibles. Como un fogonazo, deseó de inmediato tocarlo, tocarlo por todas partes. Y perderse en él, lamer el pequeño lunar que tenía en el muslo derecho, dejar un rastro invisible en su piel con la punta de los dedos...

Tragó saliva. Luego, con el corazón agitado, se obligó a apartar la mirada y a bajar las escaleras. Agradeció la distracción que supuso tener que dar de desayunar al perro y a los gatos, pero, cuando abandonaron la cocina y lo dejaron a solas preparándose un café, su cabeza volvió al piso de arriba y se quedó allí, perdido entre sus piernas suaves y en la línea inferior de la camiseta que dejaba ver el borde de la ropa interior...

Cansado, se frotó los ojos.

Terminó de beberse el café y subió a su despacho; al pasar por la puerta de la habitación en la que el pelinegro seguía durmiendo, evitó mirar en esa dirección. Se sentó frente al escritorio y las siguientes horas las pasó entre papeles y trabajo.

Casi a media mañana, Taesan llamó a la puerta con los nudillos antes de abrirla sin esperar respuesta. Leehan dejó de respirar un segundo al ver que seguía llevando tan solo su camiseta.

—¿No deberías vestirte? —gruñó.

Taesan bajó la mirada hasta sus piernas.

—Es como llevar un vestido.

—Un vestido muy corto.

—¿Puedo darme una ducha?

—Hay toallas limpias en el primer armario.

Taesan le dio las gracias antes de salir del despacho y Leehan tardó casi cinco minutos largos en volver a concentrarse en lo que estaba haciendo. Informes, él en su ducha, presupuestos, desnudo, ventas, mojado, proyectos...

El teléfono sonó. Era su madre.

Leehan se aclaró la garganta antes de descolgar. Se mantuvo en silencio mientras ella le explicaba lo que había hecho el día anterior —acercarse con su padre al muelle y dar un paseo tranquilo—, y aquella mañana.

—Así que ya tengo el pastel de carne en el horno —concluyó satisfecha.

—Mamá, no sé si hoy podré ir a comer...

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora