29.

299 35 4
                                    

Las calles de Busan los recibieron al caer la mañana del lunes

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Las calles de Busan los recibieron al caer la mañana del lunes. Taesan pensó en lo raro que resultaba que todo pareciese igual, como si nada hubiese cambiado cuando, en aquel viaje, había dejado un pedazo de él—o de su corazón—. Pero se sentía bien así. Sin ese trozo que faltaba. Completo de un modo diferente.

Leehan aparcó delante de la puerta y el silencio se apoderó de todo. Taesan cerró los ojos cuando advirtió que ese silencio volvía a ser incómodo, denso. Se apresuró a salir de la furgoneta y a abrir la parte trasera para empezar a bajar las cajas. El mayor lo imitó unos segundos después y, juntos, tras saludar a Sunhee, metieron en la tienda lo que habían comprado durante esos días.

Al terminar, sacudiéndose las manos, Taesan se obligó a alzar la cabeza para mirarlo, a pesar de que le temblaban las rodillas y de que sabía que necesitaba estar a solas para poder recomponerse.

—Gracias por todo —dijo.

—No tienes por qué dármelas.

Había una rigidez en los hombros de Leehan que no había estado ahí antes de llegar a la ciudad, como si sostuviesen el peso de aquel lugar.

—¿Tienes cerca el coche? —preguntó.

—Sí, pero, Taesan, esto...

Taesan negó con la cabeza y la mirada que le dirigió fue un ruego silencioso. No dejó que acabara. No quería oír excusas. No quería palabras de consuelo ni un vacío «ha estado bien». No quería que él ensuciase lo que habían sido aquellos días. Así que le dedicó una sonrisa triste y se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla antes de dar media vuelta y desaparecer dentro de la tienda.

En cuanto lo vio entrar, Sunhee salió de detrás del mostrador, desde donde se había mantenido al margen, y le dio un abrazo cálido y reconfortante.

—Pasará. Todo pasa siempre —le dijo.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó.

—Lo gritan tus ojos cuando lo miras.

Taesan se apartó de ella y respiró hondo.

—No quería que ocurriese. O sí. No lo sé.

—El amor no nos deja decidir. Qué fácil sería si pudiésemos hacerlo; entonces, no habría llorado durante años por un hombre que me abandonó por otra persona. Y lo hice. Por aquel entonces, y antes de morir, mi madre me dijo una vez algo que me marcó: el amor es como tropezarse con una semilla desconocida. Algunas ni siquiera llegan a germinar por mucho abono que les tires, por mucho que las riegues y las cuides; pero otras, las que sí lo hacen y brotan, lo hacen cada una a su ritmo. La magia del amor es que no sabes de qué color serán sus flores, y quizá quieras que salgan rojas, pero acaben siendo blancas; tampoco puedes adivinar si ese tallo que ahora es pequeño terminará lleno de espinas afiladas o, si un día, de repente, se marchitará.

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora