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19 años

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19 años...

Yeon rasgó el papel de regalo con manos nerviosas y sonrió emocionado al encontrar en su interior dos libros que pertenecían a su serie favorita. Sentado en la alfombra, se giró hacia Taesan para darle un abrazo.

—¡Gracias! ¡Es f-fantástico!

—¡Sabía que te gustaría!

—¿Lo leemos juntos?

—Después de comer. —Le revolvió el cabello castaño—. Voy a ver qué está haciendo tu madre en la cocina, antes de que me riña por llegar tarde.

Al verlo entrar, Sunhee se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla ignorando los quince minutos de retraso. Luego se puso las manoplas y abrió la puerta del horno para sacar el humeante pastel de verduras.

—¡Qué bien huele! —exclamó Taesan. —Esperemos que sepa igual.

Tal como imaginaba, la comida estaba deliciosa. Los tres degustaron juntos hasta el último bocado entre risas y charlas, como solían hacer todos los domingos. Hacía ya casi un año que Taesan había soplado dieciocho velas en ese mismo salón, pero, lejos de marcharse del hogar de los Han, había empezado a trabajar en la tienda de antigüedades que Sunhee regentaba. Entre los dos, y gracias a un par de nuevas ideas, estaban consiguiendo sacar adelante el negocio.

Y Taesan era feliz, muy feliz.

Le bastaba la sonrisa de Yeon y la confianza y la amistad que se había forjado entre él y Sunhee con el paso de los años para sentirse en casa. Levantarse con alegría cada mañana, tener alguna cita divertida, leer un par de poemas al anochecer, encontrar objetos raros que vender, ocuparse de sus causas perdidas y saber que tenía un hogar al que regresar cada noche era más que suficiente para llenar su corazón.

Taesan era una de esas personas que creía en la magia de los pequeños momentos, como en la emoción de encontrar un cacahuete dentro de un paquete de avellanas o en lo satisfactorio que resultaba solucionar los problemas de los demás (la semana anterior, sin ir más lejos, se había unido a la búsqueda de un perro en el vecindario y lo habían localizado sano y salvo para alegría de su dueña).

No se consideraba conformista, pero sabía apreciar cuando, en el «todo o nada» de la vida, él tocaba ese «todo» con la punta de los dedos.

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora