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—¿Qué tal fue el domingo? —le preguntó Sunhee mientras limpiaba un cuenco de color aguamarina que acababa de llegar a la tienda

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—¿Qué tal fue el domingo? —le preguntó Sunhee mientras limpiaba un cuenco de color aguamarina que acababa de llegar a la tienda.

Todo en Taesan sonrió: sus labios, sus ojos, su corazón.

—Perfecto. La familia de Leehan es... es increíble. A su madre solo le hizo falta una mirada para empezar a sospechar y, bueno, veinte minutos después, Yeonjun nos pilló en la cocina dándonos un beso, así que... —se encogió de hombros—. Quería escribir una pancarta antes de volver al comedor para dar la noticia en condiciones, pero le quitamos la idea de la cabeza. Y después, no sé, todo fue... normal, natural. Siento que con ellos las cosas siempre son así, fáciles...

No podría haberse sentido más acogido en ningún otro lugar. Recordó lo divertida que había sido la comida, con los mellizos esforzándose por sacar de quicio a su hermano mayor cada dos por tres y su madre intentando controlarlos inútilmente. No hubo rastro de tensión en los hombros de Leehan y se mantuvo sonriente, colando la mano bajo la mesa de vez en cuando para buscar la suya.

Al terminar de comer, jugaron al Monopoly, como habían hecho la última vez, hasta que empezó a oscurecer, y merendaron el bizcocho con trocitos de pistachos que Hana había hecho especialmente para él. Taesan se dejó llevar y la abrazó al descubrir aquel detalle.

—¿Y cómo van las cosas con Leehan?

—Bien, todo bien. Nos pasamos el fin de semana cocinando y viendo películas y paseando con el perro... —«Y haciendo el amor, hablando de tonterías, riéndonos de todo y de nada tirados en la cama o barajando más nombres para ella». Pero, por alguna razón, decidió guardarse esos recuerdos.

Sunhee lo miró emocionada.

—Me alegra que te haga feliz.

Taesan suspiró satisfecho y tomó el cuenco ya limpio que Sunhee le tendió para guardarlo en una de las vitrinas. Mientras lo miraba, pensó en lo bien que quedaría entre toda la vajilla blanca e impoluta de Leehan. Sería contraste. Color.

—¿Qué precio le has puesto? —preguntó mientras abría la puerta de cristal, pero ella no pareció oírlo porque las campanillas de la entrada se agitaron y su voz se perdió tras el tintineante sonido.

Torció el gesto, pensativo, y terminó dejando el cuenco dentro de la vitrina. Se dio la vuelta y regresó hacia el mostrador, pero frenó en seco antes de llegar.

Suryeon estaba allí.

Llevaba una falda de color caramelo a juego con la blusa y las horquillas de su cabello. Al saludarla, le tembló un poco la voz y, tras un silencio incómodo, Sunhee apareció para romper el hielo. Le preguntó a Suryeon por los últimos muebles que le habían vendido y, a pesar de que la conversación era poco fluida, logró que Taesan pudiese recomponerse.

—Eres muy amable —le dijo Suryeon a Sunhee apartándose tras la oreja el único mechón de cabello que había escapado del moño—. No dudaré en pedirte lo que necesite por encargo, pero, en realidad, hoy venía a verlo a él...

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora