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Caminó por la acera de aquel barrio que tantos recuerdos le traía

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Caminó por la acera de aquel barrio que tantos recuerdos le traía. Cada adoquín que dejaba atrás parecía ser uno de los muchos momentos que había vivido allí: cuando regresaba de la escuela junto a Minjae, Gyuvin y Yuna hacia la casa de los Choi; cuando Gyuvin lo acompañaba a comprarse un caramelo; cuando se demoraba más de lo esperado detrás de la valla observando a la familia Kang...

El portón estaba abierto cuando llegó.

Empujó con suavidad y entró. La hierba crecía sin control engullendo el lugar que antes había sido un jardín cuidado y sencillo; avanzó por la zona central hasta el porche. Las paredes habían dejado atrás ese azul cobalto que parecía desafiar el color del cielo y ahora tenían un tono que le recordó a los arándanos maduros, con esa palidez que parecía reflejar el paso del tiempo.

Ignoró el pésimo estado de la madera, las ventanas rotas y el crujido del suelo a cada paso que daba. Tenía el corazón en la garganta cuando abrió, pero allí no había nadie.

Taesan observó la entrada vacía y llena de polvo y trastos viejos. Cuando no encontró nada que le llamara la atención, subió al segundo piso. Sus ojos se detuvieron en el sitio exacto donde Leehan lo había besado por primera vez. Habían pasado meses desde ese instante y él podía recordar con total claridad la calidez de su boca, la chispa que se desató entre ellos cuando sus labios se rozaron...

Buscó en todas las habitaciones y, al volver a bajar al primer piso, dedujo que había llegado a la cita demasiado pronto, a pesar de que se había obligado a no salir de casa con varias horas de antelación. Suspiró y entró en la vieja cocina. Y allí, sobre la encimera y bajo la cenefa de azulejos antiguos que todavía se mantenía casi intacta, vio un sobre blanco. Lo tomó, sonriendo, y lo abrió, pero no encontró la caligrafía pulcra de Leehan, sino un correo electrónico impreso:

Querido Taesan.

No sé muy bien cómo empezar, pero espero estar a la altura de la locura número once. Como podrás imaginar, hace unos días me llegó un mensaje de una persona contándome tu historia, nuestra historia.

En primer lugar, déjame decirte que me acuerdo de ti. Sé que probablemente te sorprenda, pero durante la infancia uno tiene la sensación de que es casi invisible o de que los adultos no se dan cuenta de lo que hacen, pero, por desgracia, las personas mayores estamos demasiado centradas en todo lo que ocurre a nuestro alrededor como para no percatarnos de las cosas más obvias, aunque a veces se nos escapen los detalles que realmente importan.

Y sí, a menudo te veía detrás de la enredadera. Pensé en acercarme a saludarte en más de una ocasión, pero, quizá porque no le di la importancia que merecía, nunca llegué a hacerlo. Tampoco el último día, cuando me devolviste el pañuelo que se me cayó al suelo, ¿recuerdas? Es curioso cómo, luego, a lo largo de la vida, nos arrepentimos de no haber hecho cosas que en ese momento no parecían tan relevantes, pero que, de algún modo, sí que lo eran. Lamento haber perdido la oportunidad.

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora