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Pasaron el resto de la tarde caminando por el muelle, observando a lo lejos los leones marinos y los pelícanos y las gaviotas que surcaban el cielo

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Pasaron el resto de la tarde caminando por el muelle, observando a lo lejos los leones marinos y los pelícanos y las gaviotas que surcaban el cielo. Probaron el Maeuntang, una especie de sopa de pescado, en uno de los pequeños puestos del paseo marítimo y llegaron a una calle que antiguamente estaba dedicada a la pesca y que, ahora, se había reinventado y convertido en un lugar lleno de galerías, restaurantes y pequeñas tiendas. Y mientras recorrían la ciudad, Leehan le habló de su familia, de sus amigos y de anécdotas de su infancia.

—Recuerdo que, una vez, mi madre compró unos caramelos, pero, cuando llegó a casa y vio que mis hermanos y yo teníamos la habitación hecha un desastre, nos castigó sin ellos. La seguí hasta su dormitorio, insistiendo, y ella los lanzó al techo del armario y me dijo que, si volvía a pedírselos, me dejaría sin ver la televisión una semana. Yo era muy... muy...

—¿«Muy» qué? —lo animó el pelinegro.

—Muy testarudo.

Taesan soltó una carcajada.

—¿Y ahora ya no lo eres?

—La cuestión es que... —Leehan ignoró el comentario con una sonrisa.— Si me decían algo, lo entendía y lo cumplía, sin más. Así que comprendí que, si no podía pedirle que me diese los caramelos, tendría que encontrar otra manera de conseguirlos. El primer día, intenté arrastrar la cama sin mucho éxito. El segundo día, apilé unas cajas de juguetes que tenía en mi habitación. Unas semanas después, todos se habían olvidado de los caramelos.

—Menos tú —adivinó Taesan.

—Exacto. Yo seguía... obsesionado por esos caramelos. Los quería. Cuando quiero algo, lo quiero —dijo, como si eso fuese de lo más razonable—. Así que, dos meses después, cuando mis padres se fueron a hacer una visita a los vecinos, bajé hasta el garaje, cargué con la escalera de madera hasta el segundo piso de la casa, la puse contra el armario y subí. Conseguí los caramelos. Lo malo es que me hice un esguince en el dedo pequeño al golpeármelo con la escalera mientras la llevaba de nuevo a su sitio. Pero logré colocarla en su lugar y, cuando mis padres llegaron, les dije que me lo había hecho con la puerta del comedor. ¿Y sabes qué es lo mejor de todo?

—¿Puede haber algo mejor que tener ante mí la prueba definitiva de que estás loco? —preguntó entre risas, dando saltitos a su alrededor sin importarle que el resto de los turistas lo mirasen.

—Lo mejor es que los caramelos estaban blandos y asquerosos. Ni siquiera Soobin consiguió comérselos y eso que él es capaz de engullir cualquier cosa. De hecho, una vez se tragó una pieza de Lego y dijo que «estaba rica».

Taesan volvió a soltar otra carcajada, esta vez más fuerte, y a Leehan le gustó verlo feliz, sentir que podía hacerlo reír así, con esa libertad... y luego se enfadó consigo mismo por pensarlo.

—Deberíamos volver o se hará tarde.

—Bien. —asintió.

Regresaron al coche y abandonaron el lugar. Un rato después, Leehan conducía a lo largo de  la serpenteante carretera, uno de los lugares más bonitos de toda la zona. Kilómetros y kilómetros de mar, acantilados y cielo sobre la costa que abrazaban las secoyas.

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora