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Ese día, cuando Leehan llegó a casa a última hora de la tarde, el silencio le dio la bienvenida

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Ese día, cuando Leehan llegó a casa a última hora de la tarde, el silencio le dio la bienvenida. El perro salió a recibirlo y, distraído, le acarició el lomo.

Le había mandado a Taesan dos mensajes a lo largo del mediodía, pero no había respondido a ninguno de ellos. Contrariado, subió al piso superior mientras se aflojaba la corbata del traje que vestía tras la jornada llena de reuniones.

Y entonces lo escuchó. Un sollozo.

Se le encogió el alma al abrir la puerta del cuarto de baño y verlo en la bañera. El vaho empapaba el espejo y Taesan estaba desnudo dentro del agua. Entró y cerró la puerta tras él para evitar que el calor se fuese antes de arrodillarse en el suelo.

—¿Qué te ocurre? Tae...

Negó con la cabeza. Vió sus párpados hinchados por el llanto y la desolación y la frustración que escondía su mirada enrojecida.

—Me estás asustando. Por favor, Tae...

—Es Gyuvin. Otra vez... otra vez... todo está mal.

Leehan cerró los ojos e inspiró hondo, aliviado.

Aliviado porque no había dejado de temblar hasta saber que tanto él como el bebé estaban bien.

Aliviado porque no podía evitar ser egoísta en eso.

—Cuéntamelo, dime qué ha ocurrido.

Taesan tragó con dificultad. El cabello un poco más largo que antes resbalaba por su rostro y cuello. Leehan se arremangó la camisa y hundió la mano en el agua para buscar la suya. Taesan un largo minuto en silencio, con un nudo en la garganta, como si las palabras no saliesen y, luego, de repente, lo hicieron a borbotones.

—¿Recuerdas que me llamó para decirme que no podía quedar el viernes pasado y que lo retrasásemos una semana? Pues fue para intentar... esconder lo que ocurría. Aunque dio igual, porque seguía teniendo el ojo algo morado y una herida en el pómulo y... A veces me gustaría odiarlo por ver lo que se hace a sí mismo. Ha vuelto a caer. Estaba pálido y ha perdido todo el peso que había ganado.

—¿Y las heridas? —preguntó en un susurro.

—Debía dinero. Le dieron una paliza.

—Mierda... —se mordió el labio para evitar decir algo más, porque no soportaba la idea de verlo sufrir por él. No lo soportaba. Intentó calmarse trazando círculos sobre el dorso de su mano mojada—. ¿Ha ocurrido algo más, Tae?

Negó con la cabeza, pero luego asintió.

—Le he dado dinero. Él no quería tomarlo... no quería... Y tuve que rogarle para que lo hiciese. Y sé que está mal, sé que eso no lo ayuda y que es lo último que debería haber hecho si quiero que salga de ahí, pero no soporto la idea de que puedan hacerle daño. Yo... me ahogo solo de pensarlo —dijo antes de que un sollozo lo dejase sin palabras.

Blissful Madness | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora