No supe que decir para iniciar la historia. No sabía que decirle a él para que nunca terminara y pudiéramos vivir felices por siempre. No sabía cómo gritar aquellos sentimientos que tenía ahogados en el pecho. Pero si sabía cómo comenzaba aquello:
...
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El ruido de una máquina atormenta mis oídos, antes de abrir los ojos muevo las manos que no llevo atadas. Lo primero que logro observar es un techo grisáceo, tomo asiento en el piso del mismo lugar extraño al que me empujaron, desde donde estoy logro ver a mujeres contando dinero, hombres armando pistolas y siguen saliendo filas de adolescentes.
— Ya despertaste. —giro la mirada hacia una de las mujeres que sigue arrodillada. — El amo viene dentro de un rato, te aconsejo que te levantes y lo esperes arrodillada.
No contesto pero si me levanto quedándome de pie, fijo la mirada en la mesa donde ví a aquel hombre de espalda de miedo, hay un mapa de toda la ciudad en 3D, también hay lugares marcados con alfileres negros.
El dolor de cabeza sigue inminente en mi, aunque creo haberme acostumbrado. Un hombre grita así que giro la mirada hacia la zona baja, el mismo hombre de ojos azules viene caminando con el ceño fruncido. Tiene facciones rústicas, mandíbula marcada, nariz recta, ojos felinos. Llega al lugar donde me encuentro pero ni siquiera me observa, sigue hablando con un hombre mientras le acaricia la cabeza a una de las mujeres como si fuese un animal.
Retrocedo un par de pasos para mantener distancia con él, aún así hace ver el lugar diminuto ante su tamaño. La conversación termina y él vuelve a clavarse en el mapa delante de él, paso las palmas de mis manos por la mezclilla con nerviosismo.
— ¿Y tú quien eres? —paso saliva. Me mira de soslayo antes de volver a sus asuntos.
— Mi nombre es Dafne.
No contesta, no se qué más decir y con la situación de antes me queda claro que decir mi apellido no es una opción.
— ¿Señor? —murmuro pero no contesta. — Necesito irme de aquí.
Las mujeres de rodillas sueltan una risa baja y burlona.
— Si quieres ir a casa con tus papás, no es mi problema, mocosa.
— Pero... Supongo que fueron sus hombres los que me trajeron aquí... Es una equivocación.
Hago silencio cuando gira su torso y mirada hacia mi dirección, sus orbes azules me miran fijamente sin decir nada, sin expresar nada. Recorren mi cuerpo en silencio, incluso me parece que se inclina hacia adelante para mirar por detrás.
— Lastima. —susurra volteandose.
Tomo una larga respiración para que el oxígeno siga fluyendo por mi sistema y no vuelva a darme un ataque. Una de las mujeres se levanta acercándose al hombre de ojos azules, él le susurra algo antes de que ella asienta y me tomé de la muñeca.
— Vamos. —murmura.
Avanzo con ella entre aquella manada de hombres intimidantes, está vez no subimos por el desnivel en el que me lanzaron si no que vamos por unas escaleras.