XXVIII.

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Bastian

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Bastian.

Cuándo despierto estoy sobre el cálido abrazo de Dafne, sus brazos rodean mi torso mientras que mi cabeza descansa entre sus tetas, su pezón queda contra mis labios. La tranquilidad es automática dejándome en un estado casi anestésico, mis ojos captan la nieve que cae fuera de la estructura llenando todo de blanco.

Lo de ayer fue un error, no debí buscar a las sumisas y mucho menos haberlas metido a una habitación pidiéndoles que se tocarán para poder masturbarme en paz, aún así no pude satisfacerme, no eyacule porque no estaba ella ahí conmigo.

Me voy separando de ella poco a poco hasta que puedo observar su rostro, frunzo el ceño al mirarla, tiene lágrimas de sangre marcando sus mejillas y las venas bajo sus ojos se ven moradas. Muevo su brazo con un poco de rudeza captando como se va despertando hasta que me observa con amargura.

— ¿Qué quieres? —susurra intentando darse la vuelta para seguir durmiendo.

— Dafne, tú rostro está... Marcado.

Se levanta de golpe, sus dedos van tocando sus mejillas antes de mirar el líquido carmesí que se esparce, corre hacia el baño cerrando la puerta de un portazo. Me quedo del otro lado con la preocupación presionándome el pecho, intento abrir pero su peso no me deja y lo menos que quiero es hacerle daño.

— ¡Dafne, déjame entrar!

No contesta tal y como a hecho los días pasados, los sollozos se escuchan desde adentro oprimiendo mi pecho. Sigo insistiendo en que abra pero como no lo hace debo hacer presión impulsando a que se quite de la puerta, ella está sentada sobre el inodoro con las manos cubriendo su rostro, en el suelo comienzan a caer gotas rojas.

Aprieto la mandíbula con fuerza y me agachó a su altura, tomó sus manos apartandolas para que me deje verla, sus ojos están rojos y las venas oscuras le dan ese aire extraño, enfermizo. Acarició sus dedos morados apartando la sangre que a caído en ellos, sus ojos me ven mientras sigue sollozando en silencio.

— No me mires.

— El dominante aquí soy yo, por ende, las ordenes las doy yo.

Aparta la mirada pero como si fuera casi una obligación mira nuestras manos.

— Parezco un monstruo. —susurra.

Observó su cabello corto y revuelto, tiene la cara marcada por la almohada y las lágrimas rojas, los labios los tiene agrietados y aún así sus besos son suaves y dulces. Ese aroma a fresas prevalece en el aire cuando suelto un suspiro y niego con la cabeza.

— Claro que sí, parezco un monstruo. —sigue fiel a su palabra.

— Eres el monstruo más hermoso que conozco. —accedo a sus prejuicios.

Su ceño se frunce, quiere evitar reírse pero aún así hace una mueca.

— Las palabras cursi no son tú fuerte.

Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora