XIV.

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En algún momento del camino debí quedarme dormida, para cuando despierto estamos rodeados de árboles, Bastian tiene la ventana baja mientras va expulsando el humo del cigarrillo, luce tenso y pensativo

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En algún momento del camino debí quedarme dormida, para cuando despierto estamos rodeados de árboles, Bastian tiene la ventana baja mientras va expulsando el humo del cigarrillo, luce tenso y pensativo. Me remuevo en el asiento intentando levantarme ya que cuando me empujaron quede acostada, cuándo logró sentarme Bastian me observa por el retrovisor.

— Por fin despiertas.

Miro por las ventanas pero solo estamos estacionados en medio de la nada.

— ¿Dónde estamos?

— En tu cementerio.

Un vacío llena mi estómago cuando él se baja del auto y luego me saca a mi a las malas, no tiene porqué hacerlo sabe que voy a obedecer pero aún así me trata a los golpes. Comenzamos a caminar por el lugar sin un punto en específico, comienzo a pensar que va a asesinarme pero eso queda fuera de mi mente cuando llegamos a una cabaña desolada, el moho crece en las esquinas de la madera dándole una vibra de fantasía.

Abre la puerta y entramos, el olor a madera, moho y humedad es fuerte, atravesamos el pasillo hasta llegar a la sala de estar, hay unos muebles viejos y otras cosas a las que no le prestó atención. Me quedo de pie mientras el comienza a rodar las cosas de aquí para allá despejando el suelo, agarra pedazos de madera y los clava en las ventanas tapando la entrada de la luz, el lugar se vuelve oscuro hasta que Bastian enciende los interruptores.

Sale de la casa dejándome en ella y luego regresa con pequeños troncos en los brazos, los echa en la chimenea antes de prenderle fuego y que la cabaña comience a agarrar calor. En menos de nada dejo de temblar. Sigo observandolo en silencio, como se quita la chaqueta y desabotona los primeros botones de su camisa blanca, como destensa la espalda y sigue moviendo las cosas para pasarla a otra habitación.

Cuándo se va de mi campo de visión me fijo en una repisa que está a mi lado, las fotos de una niña castaña están presentes al igual que de la mujer, hay premios, medallas, una muñeca de porcelana al lado de una fotografía que lleva un nombre: Daniela E.

El nudo vuelve a instalarse en mi garganta pero aún así sigo observando las fotos, hay una que parece ser familiar, sale la señorita Wasler, el hombre que me escupió, Bastian, la niña y la mujer, también está el perrito y en esa también hay un título: Familia Edevane.

Bastian Edevane. Ese es tu nombre. Giró sobre mi propio eje consiguiéndome con su mirada, pasó saliva y no digo nada por un tiempo.

— Era su hija... ¿Verdad? —susurre.

No me respondió, solo se acercó en zancadas agresivas y me empujó alejándome de ese lugar, quito las fotos y todo lo que estaba ahí guardándolo en otro lado. Tome asiento en el suelo esperando que él terminara de decidir que hacer conmigo, pero después de un rato él también tomó asiento frente a mi al otro lado de la habitación.

Nos mantuvimos en silencio hasta que él se levantó y agarró un bolso, reconocí los colores azules y rosado, era mi bolso. Tomo asiento delante de mí y abrió la cremallera.

— Veamos quién eres, Dafne.

Pase saliva totalmente rígida, vi como comenzó a sacar mi estuche de maquillaje, el de cosas personales, el monedero, las pastillas, y más cosas. Se entretuvo revisando el monedero rosado donde no habían más que un par de billetes, una tarjeta y mi identificación, luego fue por las cosas personales y de último agarró los frascos.

Nunca supe la importancia de tomarme esas pastillas hasta que el dolor de cabeza me ha reventado todos estos días.

— ¿Estás enferma? —inquirio y no conteste. — ¿Qué son estas pastillas, Dafne?

— Para la migraña. —menti.

Sus ojos azules regresaron la mirada a los frascos, lo imite.

— Estás pastillas no son las comunes para la migraña... ¿Estás enferma? —repite.

— No. —miento.

Lo menos que necesitaba ahora era la lástima de este hombre, tampoco quería su burla por mi situación, mucho tenía con la auto-lastima que sentía como para sumarle de alguien tan inhumano como él. Aunque le mentí, y que había sonado creíble, él siguió mirándome en silencio, juzgando mis facciones hasta que suspiró y se llevo todo lo que había esparcido por el suelo.

Saco una cadena y abrochó las esposas a la cadena de perro que me sostenía, no me observó y lo último que escuche fue cuando cerró la puerta. Relaje mi cuerpo contra la madera fría de la cabaña, al menos había dejado la chimenea encendida. Recosté mi cabeza del mueble más cercano y cerré los ojos para intentar disminuir un poco el dolor.

Desperté horas después cuando el frío penetró mi cuerpo, por la madera que había colocado no sabría qué etapa del día era, pero por un pequeño orificio entraba un diminuto rayo de sol, así que supuse que ya había amanecido. Me levanté del suelo notando que la cadena era relativamente larga, camine un poco destensando mis piernas entumecidas hasta que la puerta se abrió y escuché un gritó que erizo mi piel.

Palidecí cuando vi el cuerpo de mi hermano caer desde el pasillo, se levantó con rapidez observando hacia los lados hasta que me vio, escuché las pisadas imponentes que aceleraron a mi corazón, cerró la puerta de golpe y luego tiro las llaves sobre el tazón de la entrada... Bastian hizo lo mismo ayer.

Sus ojos azules se encontraron con los míos, su aroma se impregnó en el aire encerrado de la habitación relajando inconscientemente mis preocupaciones y dolores de cabeza, pero al verme no sentí su odio, sino algo más intenso, casi note que sus labios se intentaron curvar en una sonrisa que aceleró mi corazón.

Eso no podía ser algo bueno.

— Dafne... —gire la mirada hacia mi hermano quién traía la cara llena de sangre.

— Dafne. —la voz imponente y áspera de Bastian me obligó a girar la mirada para volver a verlo.

No dijo nada más, solo se conformó con que lo observará a él, sacandome un ceño fruncido.

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