XXXIII.

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Martín

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Martín.

El frió se cala en mis huesos como si estuviera en la nieve misma, la posición en la que estoy no ayuda al dolor en mis costillas, cojo aire por la boca y tomó asiento de golpe tragándome el chillido de dolor que quiere salir, debo tener las costillas fracturadas porque me cuesta respirar con normalidad. Observé a mi alrededor, era una especie de calabozo en la que me encontraba, habían celdas corridas por mi alrededor.

— Mierda. —gruñí al enderezarme un poco más.

Tenía sed, tantas patadas en el estómago habían provocado que vomitara sangre, mi cuerpo estaba tan entumecido del dolor que no era capaz de diferenciar de dónde provenía tanto dolor. Sin embargo, pude ver cómo tenía el pie torcido, las puntas de los dedos estaban hacia la dirección del talón así que supuse que ese era el gran dolor que sentía.

Le había informado a papá acerca del secuestro de Dafne, me dijo que movería algunos contactos pero que ella era la moneda de cambio. Una hija por otra. Siempre supe que Dafne había sido criada como ganado para el matadero, en cualquier momento se iba a necesitar alguien para negociar, para cambiar o vender, por eso mamá murió, intentando protegerla a ella.

Me recuesto de los barrotes en la celda, del otro lado hay una mujer extremadamente delgada, con un palo de metal de cinco centímetros enterrado en las rodillas y con tuercas a cada lado, pareciera que está muerta aunque no puedo cerciorarme porque el cabello castaño cubre su rostro.

Mi padre debe estar por venir, había estado escondido en Dubái mientras pasaba el momento eufórico de aquellas muertes necesarias. La mafia inglesa no podía tener sucesores, por el bien de todo y el de nosotros. Dafne nunca lo entendió, y cuando intenté explicárselo defendió a Bastian. La respiración profunda del cuerpo a mi lado me sobresalta, su cabeza se alza girándose hacia mi dirección...

Me quedo pasmado con los ojos abiertos de par en par, el aire me falta y llego a creer que estoy alucinando cuando delante de mí, en aquella celda sucia y oscura, está la mujer que asesine... Amanda Edevane está viva.

Bastian

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Bastian.

Agarró de la cintura a mi mujer y la apego a mi cuando nos bajamos de la camioneta en la que nos trasladaron, mis dedos acarician la tela rigurosa del vestido rosa pastel que se compró, había cambiado aquel morado seco por uno más claro... Me gustaba como le quedaban esos tonos, la hacían ver menor y me gustaba.

Caminaba a mi lado con elegancia, colocando un pie delante del otro como si estuviera bailando, como cuando caminaba con las zapatillas rosadas de ballet. La peluca le daba ese aire de cuando la conocí, se veía un poco más grande de lo que era gracias a aquel lápiz de ojos negro y labial rojo que había agregado a su maquillaje.

Nos adentramos al lugar, había una reunión de La Pirámide Negra y era con urgencia. Los ojos curiosos de Dafne recorrían el edificio que me pertenecía hasta que entramos a la habitación donde me anunciaron.

— Hey, Bastian. —me saludó Lucían Di Marco, el nuevo líder de la mafia italiana.

— Lucían. —correspondo a su mano extendida. — Saluda, amor. —le susurro a Dafne.

El joven chico le extiende la mano comiéndosela con los ojos, ella se la acepta un tanto tambaleante.

— Dafne. —murmura.

— Lucían, preciosa.

Tiro de su cadera hacia atrás, alejando sus manos y busco mi asiento de inmediato, la llevo hasta mis muslos dejándola ahí mientras una esclava va a buscarme un trago.

— ¿Qué es esto? —inquiere.

La Pirámide Negra.

Su silencio me preocupa y más cuando su pulso se acelera bajo mi dedo.

— ¿El grupo delictivo más peligroso del mundo? —pregunta con voz ahogada, asiento esperando su reacción que no tarda en llegar.

Se encoge un poco recostandose de mi pecho.

La Reina Negra, La Princesa y El Diablo, llegaron.

La generación de búlgaros entra por la puerta con la espalda recta, la mirada altiva y la ceja enarcada. Dafne mira con sorpresa a la mujer que está enmarcada como la magnate más famosa de todo el mundo juntos sus dos hijos.

Dhalia Ivanova, Alana Ivanova y Santhiago de Georgia entran a la habitación dejando un silencio sepulcral, no miran a los lados, no sonríen, no saludan, no hablan, solo toman asiento en los tres puestos monárquicos que están a la cabeza de la mesa.

— Los Adams, llegaron. —avisan en la puerta.

La tensión se crea entre los pares de hermanos, no era un secreto que los Adams y los Ivanova de Georgia no se llevaban bien, se odiaban a muerte desde que se conocieron.

— La señorita Lefvbre, llegó.

La mujer de ojos claros entra a la habitación sentandose en su posición correcta como sucesora del clan francés.

— Pueden empezar. —habla Dhalia con su tono de voz autoritario.

Era la primera vez en toda la historia de la Pirámide Negra que una mujer estaba a la cabeza de una organización, y del grupo delictivo. Matteo Adams cedió el trono de la noche a la mañana. Era la mujer más custodiada de la mafia y el mundo, pues no solo era la Reina de la mafia, si no también de Bulgaria y Georgia. 

Hablaron de algunos problemas que tenían entre mafias, también de la preocupación que tenían por el hueco que la mafia rusa había dejado en la pirámide y a quien le iban a ceder el lugar. Sin embargo, Dhalia se negó a darle ese puesto a alguien. Tenía mis sospechas de que ella sabía dónde estaba Andrei Volkova, que lo tenía oculto en algún lugar del mundo ya que su poder era general, pero nunca le pregunté nada.

Habían muchos huecos libres en la mafia pero nadie se atrevía a preguntarle, mucho menos cuando admitió que los explosivos que detonaron y pulverizaron ciudades enteras pertenecían a la mafia negra.

Dafne se remueve en mis piernas un tanto incómoda, observa su alrededor mirando como las demás mujeres que no pertenecían a la mafia estaban arrodilladas a un lado de sus dueños. Pase mi brazo sobre su cadera y nuestros dedos se enlazaron.

— Tranquila, amor. Tu no eres ellas.

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Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora