XXXVII.

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Me quedé sentada en el asiento delantero, pero como si de un auto mágico se tratará los vidrios se oscurecieron hasta que no pude ver más nada, espere por unos minutos decidida a que si Bastian no llegaba dentro de una hora bajaría a buscarlo, per...

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Me quedé sentada en el asiento delantero, pero como si de un auto mágico se tratará los vidrios se oscurecieron hasta que no pude ver más nada, espere por unos minutos decidida a que si Bastian no llegaba dentro de una hora bajaría a buscarlo, pero eso no paso, cuando el reloj marco las ocho de la mañana la puerta del piloto se abrió y él abordo el auto con cara de pocos amigos.

— ¿Qué sucedió? —fue lo primero que salió de mis labios.

Mis ojos recorrieron su cuerpo notando que estaba completamente limpio, así que supuse que no sucedió nada malo. La puerta se cerró de un portazo y el click del cinturón que me protegía llegó a mis oídos antes de que los brazos de Bastian me tomaran como una muñeca dejándome sobre él.

— ¿Por qué lo tocabas? —aprieta la mandíbula aún cuando mi dedo la delinea.

— ¿A Dariel? —asiente. — Porque Wasler lo había rasguñado, lo estaba... —entrecierro los ojos en su dirección. — ¿Estás celoso? —murmure entre divertida y sorprendida.

— No. Soy muy maduro para andar sintiendo estupideces como los celos. —aseguro.

— Claro, señor maduro. —sonrío divertida. — No pasó nada, baby.

— Sigues sin explicar porque lo tocabas. Mis guardias han pasado peores cosas que un maldito rasguño, no tienes porqué correr a su ayuda.

No puedo tomarme en serio sus palabras porque estoy demasiado divertida con sus celos, ladeó la cabeza mirándolo ensimismada en su belleza y sus orbes color océano. Va a añadir algo más a su pequeño berrinche pero alguien toca la ventanilla oscurecida evitando que lo haga, presiona el botón hasta que el vidrio baja, del otro lado está Adrián quien abre los ojos de par en par al vernos en esta posición, las mejillas se me coloran, volteo el rostro recostándome del hombro de Bastian.

— ¿Qué quieres? —murmura con evidente molestia. — Estoy por salir.

— Manuel Fletcher entro a la ciudad.

Mis dedos se van apretando alrededor del brazo de Bastian hasta que siento mis uñas clavarse en su piel, él se tensa, su respiración se vuelve pesada y su mano en mi muslo se va cerrando hasta volverse un puño. Me aparta dejándome sentada sobre el asiento del copiloto y baja del auto, observó su espalda tensa y definida.

Mi papá estaba en la ciudad...
Mi papá...

— ¿A qué hora llego? —inquiere Bastian.

— En la madrugada, los infiltrados de la Reina Negra nos notificaron de inmediato pero nadie estaba a cargo a esa hora...

— ¡Pon un maldito guardia de inmediato! —grita. — Activa a cada infiltrado en la policía, ese cabron entro al infierno.

Un guardia se acerca inmediatamente con una seña de Bastian.

— Llévatela a Bulgaria, Violet estará a cargo de ella. Si le pasa algo, te mato.

Me bajo del auto y avanzó hasta detenerme a su lado pero él no me mira está demasiado alterado y gritando como si no supiera hablar. Me aparta con su brazo caminando por el estacionamiento.

— ¡Bastian! —grito con la voz más chillona y aniñada que consigo.

Él no se gira, sigue caminando tenso y enojado, grito unas cuantas veces más pero no se gira. Me lanzó en el piso quedándome sentada tal cual lo haría un indio, se que puede ser probable que se me vean las bragas, me cruzo de brazos y los ojos pican con ansias por soltar lágrimas.

Bastian se aparta de la línea por la que camian cuando varios autos calientan motor para salir, aún así no me muevo.

— ¡Señora apartese! —grita el guardia que me han encargado.

— ¡No me toques! —le advierto con voz chillona cuando veo sus intenciones de acercarse a mi.

Aprieta la mandíbula con fuerza, indeciso de qué hacer. Sigo con la mirada fija en su espalda, está hablando con Adrián y Wasler como si no supiera lo que estoy haciendo.

Los motores resuenan y los carros comienzan a moverse, la adrenalina acelera mi corazón provocando que varios mareos avasallen mi cabeza. Cierro los ojos esperando el impacto cuando los carros toman aún más movimientos como si nadie se diera cuenta que estoy aquí. El guardia sigue hablando con desesperación, los motores me aturden y el miedo me ahoga.

— ¡BASTIAN! –escucho un grito lejano.

Escucho el tiro que resuena por el estacionamiento encerrado, pasó saliva con fuerza sintiendo como mi cuerpo cae hacia atrás, el aroma de su perfume llega a mi olfato permitiéndome abrir los ojos. Su cuerpo está sobre mi con sus brazos sosteniéndo su peso, sus ojos están abiertos de par en par y los orificios de su nariz se dilatan con la respiración alterada que tiene.

— ¡¿AHORA ERES UNA SUICIDA?! —me grita.

— ¡Y TU AHORA ERES UN SORDO! —le grito también.

Frunce el ceño con fuerza y aprieta la mandíbula, entrecierro los ojos con el enojo recorriendo mi cuerpo, clavo mi mano en su camisa y tiro de ella acercándolo a mi.

— Jamás vuelvas a ignorarme, Bastian Edevane, porque te juro que no me vas a conocer. —gruño con rabia. — No me gusta que me ignoren, mucho menos que lo hagas tú.

— Dafne, lo hice porque sabía que ibas a discutir por mandarte...

— Me da igual, Bastian. —hablamos bajo, incluso me parece un milagro que pueda lograr mantener mi control bajo. — No. Vuelvas. A. Ignorarme. Si lo haces te quedas sin ninfa, sin bailarina y sin mujer ¿Lo entiendes o te lo explico como a un crío?

Aprieta la mandíbula, hace una mueca con los labios, pienso que va a refutarme pero no, al final termina asintiendo bajo obligación. Se aparta de mi y luego me ayuda a ponerme en pie.

— Leo, organiza mi viaje, vamos saliendo. —le hablo al guardia que claramente no sé quién es ni como se llama.

— Señora... Mi nombre es S...

— ¡¿ACABAS DE REFUTAR A MI MUJER?! —grita Bastian a mi lado.

El hombre baja la mirada y niega con la cabeza antes de apresurarse a buscar una camioneta para llevarme al aeropuerto. Me detengo en la que me van a llevar.

— Amor... —susurra.

— Adiós, Bastian.

Sigo enojada con el hombre, le doy dos palmadas en el pecho y subo a la camioneta. Bastian se detiene a un lado tocando la ventanilla.

— Dafne no te atrevas a irte así. —me advierte pero me hago la sorda.

— Vámonos. —le ordenó al chófer quien se debate en acelerar o no.

— ¡DAFNE!

— Vámonos, Leo.

Al hombre no le queda m remedio que asentir y poner en movimiento el vehículo dejando a Bastian fulminandome con la mirada oceánica.

Al hombre no le queda m remedio que asentir y poner en movimiento el vehículo dejando a Bastian fulminandome con la mirada oceánica

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