Luego de bailar me ordenan atender a los hombres de la reunión, algunos me prestan atención, otros están más concentrados en las conversaciones y otro no deja de mirarme fijamente. Agarró la botella de whisky que está en el mini bar y me acerco rellenando los vasos que están vacíos.
— ¿No han encontrado información alguna de los malditos Fletcher?
Mi músculos se tensan dejándome rígida antes de moverme hacia el hombre de ojos azules, suelto un suspiro y me tambaleó al acercarme.
— Esos asquerosos parecen ratas... Saben dónde esconderse para que no los consigas. —habla otro.
De repente todos consiguen muy entretenida la conversación de mi descendencia.
— Esclava. —llevo mi mirada ausente al señor de ojos azules que supuestamente es el jefe. — Mi trago.
Extiende su vaso en mi dirección así que lo relleno intentando no tocarlo, debo inclinarme un poco para no derramar el líquido. Alzó la botella para detener el líquido cuando su aliento roza mi oreja.
— Deja de hacer ojitos bonitos y arrodíllate.
— Lo siento, señor.
Me quita la botella dejándola frente a él, me muerdo la mejilla con la rabia irradiando por todo mi cuerpo cuando mis rodillas descienden hacia el suelo. Quedó sentada sobre mis pantorrillas, y como si mi enojo no le bastará al hombre a mi lado, coloca su mano en mi cabeza acariciandome como un dueño hace con su animal.
— ¿Cuantos Fletcher quedan en la ciudad? —inquiere uno de ellos.
Las manos que descansan en mis muslos las voy apretando hasta formar los puños, el corazón se me acelera y el sudor frío me recorre la espalda.
— Hasta donde tengo entendido, dos nada más. —contesta el hombre que me trajo junto a la señorita Wasler.
— Un hombre y una mujer, sospecho que son hijos de Manuel Fletcher. —contesta el jefe.
Pasó saliva con rigidez, sintiendo que un mareo empaña mi cabeza.
— ¿No los has visto? ¿Sabes quiénes son y no los has buscado? Vaya, Bastian, si que estás practicando el autocontrol.
Bastian. ¿Ese es su nombre?
— ¿Quién dice que no los he buscado? —inquiere él antes nombrado.
Parpadeo con pesadez intentando no sumirme en el abismo al que el mareo me lleva. Separó los labios en un intento por respirar más fácil... Si no me derrumbe en el escenario no puedo hacerlo aquí, que vergüenza.
La puerta se abre distrayendo mi cabeza, dos mujeres entran con la cabeza agachada y se arrodillan al otro lado del hombre haciendo que aparte su tacto de mi cabello, las reconozco por ser las compañeras de Sweet Doll. Luego la señorita Wasler se detiene en la puerta buscando algo con la mirada hasta que me encuentra.
Alza las cejas delgadas con sorpresa por verme en esta ridícula posición pero por alguna razón no estoy pendiente de eso, sino más bien de por qué él a dejado de tocarme para tocarlas a ellas.
— Dafne. —regreso con la voz de la señorita Wasler. — Ven aquí.
Recuerdo haber escuchado a Sweet decir que debíamos pedir permiso al jefe antes de levantarnos, pero solo le doy una mirada de reojo y me levanto del suelo avanzando por la habitación. Él no dice nada porque está muy ocupado dejando que una de las mujeres le sobe la polla por encima del pantalón.
Llegó frente a la mujer en el mismo momento que un hombre de la mesa queda a mi lado.
— Serás la compañía del señor Martínez por esta noche.
El corazón se me acelera, frunzo el ceño observandola.
— Señorita Wasler... Usted dijo...
— Que vas a ir con el señor Martínez, un hombre muy respetado.
¿Muy respetado? ¡Es un político! ¿Cómo le confiamos plenamente nuestra vida a un político que se junta con la mafia?
El hombre me agarra de la cintura apegándome a él antes de aspirar mi olor.
— Jazmín. —murmura una vez que la señorita Wasler se va y nosotros salimos de la habitación. — Me encanta ese aroma.
Los ojos me pican con las palabras que suelto como si fuera un ensayo.
— Me alegra que sea de su agrado.
Comienza a encaminarse por el lugar, hasta subir un par de pisos por las escaleras y detenernos frente a una puerta de madera con el número 15 en su identificativo.
— Te llamas Dafne, ¿Verdad? —asiento. — Es un nombre muy bonito.
— Gracias, señor.
— Y bailas muy bien. —susurra posicionándose detrás de mí. — ¿Me darías un baile privado?
— Lo que usted pida, señor.
Los ojos se me cristalizan, lo veo moverse hasta la cama y abrirse la camisa, el cabello canoso queda despeinado cuando se pasa la mano por él. Caminó hasta una vitrina donde hay un equipo de sonido casero, escribo el nombre de una canción cualquiera que no tarda en sonar por las bocinas.
Me deshago de la dona que me recoge el cabello y vuelvo a detenerme frente a su cama.
— ¿Clásico o tiene gustos específicos? —pregunte tal y como lo hacía en los ensayos.
— Demuéstrame lo que tienes... Y quítate la ropa.
Suspiro llenándome de valentía, la música me acelera el corazón, percibo un pequeño sonido de pasos por fuera pero intento concentrarme en la locura que estoy por hacer. Los oídos me zumban en lo que mis dedos bajan el cierre del vestido, la vista se me torna borrosa con los principales síntomas del ataque que podría llegar a tener, mi respiración es una locura y siento que en cualquier momento podría caer y golpearme.
El hombre frente a mi luce ajeno a todo lo que siento esperando ansioso porque me desnude, el cierre llega al final, dejo mis manos en las tiras de los hombros y cuando voy a bajarlas la puerta se abre.
Todo me da vueltas, siento unas manos agarrarme de la cadera y unos dedos rozar mis glúteos cubiertos por la mallas. El olor de madera y claveles alivia mis punzadas pero no el remolino al que voy a caer en cualquier momento, no escucho y no veo.
— Ella no está disponible para estás fiestas privadas. —la voz ronca y áspera se escucha como un susurro para mí.
— Eso no fue lo que dijo Wasler.
— Ella es mía. Me pertenece. Wasler no tiene palabra sobre las decisiones de ella, de eso me encargo yo.
— No lo sabía, jefe.
Parpadeo con rapidez intentando enfocar pero no logro ver nada, un sonido abrupto e intenso me asusta, aferró mis manos a una chaqueta de cuero pero para cuando alguien me habla ya no estoy consciente.
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Soy Daño Colateral.
Подростковая литератураNo supe que decir para iniciar la historia. No sabía que decirle a él para que nunca terminara y pudiéramos vivir felices por siempre. No sabía cómo gritar aquellos sentimientos que tenía ahogados en el pecho. Pero si sabía cómo comenzaba aquello: ...