XXII.

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Su mano se enroscó en mi cuello obligándome a soltar un gemido, estaba tenso, con una lucha interna en lo que debería hacer y en lo que deseaba

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Su mano se enroscó en mi cuello obligándome a soltar un gemido, estaba tenso, con una lucha interna en lo que debería hacer y en lo que deseaba. No iba a detenerlo, no tenía por qué, de igual manera iba a morir.

— ¿No intentarás detenerme?

— Si lo hiciera, y tú desearás asesinarme ¿Te detendrías?

Dudo y por eso no respondió, al menos no con palabras, se inclinó hacia mí arremetiendo contra mis labios, pagando esas emociones frustradas con ellos, reteniendo mi labio inferior con sus dientes y tocando su lengua con sabor a chocolate contra la mía. Entonces entendí que no había bebido, el olor a licor emanaba de su ropa pero no de su boca.

Se relamió los labios antes de separase de mi completamente.

— Tienes que explicarme tu enfermedad. —ordeno.

— Estábamos hablando de que querías matarme.

Fruncí el ceño por su cambio de tema de manera drástica, se alejó dándome la espalda y quitándose el pantalón antes de sentarse en la esquina de la cama.

— Ajá. Y ahora quiero hablar de otra cosa.

— No hay nada que decir, me voy a morir ya lo escuchaste. —simplifique.

— Ajá, pero lo demás... Vamos, preciosa, ya te conté la razón por la que odio a tu familia.

— Eres diferente. —susurre acercándome hacia la cama y tomando asiento a su lado.

— ¿Diferente?

Su ceño se frunció, lleve mi dedo índice a esa zona y lo frote hasta que dejó de tensarlo.

— Si, Bastian. No me odias, no de manera real, de ser así me hubieras matado mientras me tuviste en la cabaña.

— ¿Para qué iba a asesinarte? —sus ojos me observaron de manera intensa. — Soy un jodido despiadado, pero mi verga y la obsesión pueden más que mi razonamiento.

Apesar de que no debí hacerlo, sonreí, sentí el crecimiento de una emoción diferente a la del dolor, lástima y compasión en la que me había sumido y sentí... Felicidad, ganas de reír, chispas en mi interior me obligaron a soltar una pequeña carcajada por aquella oración nada romántica que había dicho el mafioso frente a mí.

Fue como si el miedo hubiera decidido irse, como si nada estuviera sucediendo y fuese una conversación cualquiera con un amigo... Aunque la palabra amigo no entrara en él.

— ¿Y tú de qué te ríes? —fruncio la nariz.

La expresión se le suavizó mientras yo seguía riéndome sin poder detenerlo, cuánto tiempo sin saber lo que era reírme, el miedo y el dolor habían sido mis emociones primordiales en todo el tiempo y ahora solo quería seguir riendo, lo hice cuando sus dedos pincharon los lados de mi abdomen provocando las cosquillas que arquearon mi cuerpo.

— Ya... Lo siento. —volví a mirarlo. — ¿Qué decías?

— Que no me provoca asesinarte.

— Que bueno... —suspire con dramatismo permitiéndome por algunos minutos ser yo misma. — Ya iba a empezar a luchar contra dos muertes.

Su rostro se ensombrecio con mi broma.

— ¿Por qué luces tan relajada? Vas a morir, Dafne, no es algo con lo que bromear.

Me escondo algunos mechones de cabello detrás de la oreja, aún así, este salía de mis dedos como si el roce hubiese sido fuerte.

— No vale la pena llorar. —murmure. — No cambiará la situación, no cambiará nada...

— Mi... —solto un suspiro antes de continuar. — Esposa decía que eso te desahogaba, que era liberador...

— Nada en mi situación tiene algo de liberador, Bastian. Si tengo emociones muy fuertes colapso, se me olvida la memoria y duermo todo el día como un muerto...

Él no contesto, solo tiro de mis piernas dejándola sobre las suyas desnuda, sintiendo como su vello creciente rozaba contra las mías. Su dedo acarició mi pierna hasta comenzar hacer un camino hasta detenerse en las bragas.

— Dafne. —susurró cerca de mi rostro llamando mi atención.

No había notado lo cerca que estaba hasta que lo observé, relamí mis labios con nerviosismo, deje mis dedos en su brazo.

— Permíteme cuidarte, déjate querer.

Mis ojos se cristalizaron, picaron y lágrimas calientes que fueron enfriándose deslizaron por mis mejillas, algunas acumulándose en mis labios, otras recorriendo hasta quedar en la punta de mi mentón.

— ¿Por qué querrías quedarte con alguien que está medio muerta? —susurre la pregunta que me hice desde que me diagnosticaron.

Nadie quisiera a alguien así en su vida. Yo no estaba dispuesta a sumirme en el dolor, al contrario, si no me hubieran secuestrado seguro que hubiera continuado con mi vida como si nada estuviera sucediendo en mi interior.

— Porque eres tú. Mi pequeña obsesión. Mi ninfa favorita.

Sus dedos secaron mis mejillas y sus labios saborearon mis lágrimas, mi espalda toco la suave cobijas de la cama en lo que él se ceñía sobre mi pequeño cuerpo dejando esa atención que tanto quise sobre mi.

No pude evitar pensar en aquel apodo que había susurrado, y qué tal vez mi lápida iba a llevar esa oración marcada en la piedra, con alguna otra frase que él mismo escribiría si lo dejara entrar a la coraza que había formado desde que supe que estaba enferma, desde que mis dedos de tornaron de aquel morado oscuro, desde que el doctor afirmó que no había nada que hacer por mí.

Apesar de todas las cosas que podían estar en nuestra contra, como mi apellido, el que creí que no afectaría hasta que llegó el futuro. Cómo mi enfermedad y mi estado terminal, mi pecho se llenó de un sentimiento al que había renunciado desde hace mucho.

Sus labios recorrieron todo mi cuerpo esa noche, sus dedos colocaron uno de los anillos que el portaba, me quedaba grandísimo, pero aún así cerró un pacto entre nosotros cuando sus labios recorrieron mi bocas probando cada extremo de mi al que nadie había llegado.

Lo único malo.
Que quizás al día siguiente no recordaría lo sucedido esa noche.

Prometo que la próxima escena tendrá detalles

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Prometo que la próxima escena tendrá detalles... Jajaja

Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora