XX.

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Luego de que las puertas de la oficina se cerraran no hubieron más que gritos y golpes, todo en un bucle

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Luego de que las puertas de la oficina se cerraran no hubieron más que gritos y golpes, todo en un bucle. Por lo que entendí, el alcalde del pueblo había dejado perder un encargo que le había dejado Bastian y supongo que no tengo que explicar la descargar que se estaba dando, aunque algo me decía que estaba pagando otras cosas con el pobre señor.

Miré por la ventana dándole la espalda a la situación tal y como había pedido el hombre de ojos azules, seguí intentando recordar lo que había pasado el día de ayer, recuerdo sus manos en mi cuerpo, pero más que un recuerdo mental es como si las pudiera sentir en mi cintura, cadera y piernas.

Jugué con mis uñas en lo que los gritos cesaron, no quería girarme pero la ventana no tenía nada bueno que ver. Sentí sus manos gruesas tomar mi cintura y girarme, su cuerpo no dejaba que viera que había sucedido y mi mente no tuvo oportunidad de pensar en algo cuando sus labios chocaron contra los míos. Era rústico, pero hábil para besarme, mis manos subieron por su torso, me eleve en las puntas de mis pies para poder besarlo más fácil pero él se enderezo elevándome consigo mismo.

Lo sentía, sentí sus manos en mis glúteos apegándome más a él. Y por primera vez en estos horribles días sentí algo más que lastima, resignación y dolor. Su olor cubrió el mío sirviendo de calmante para mis dolores y sus besos curitas para mis heridas. Recordé, todo lo que sucedió anoche, el espejo, su voz contra mi piel, su "preciosa" en susurros... Eso agobio mi mente pero intenté mantenerme despierta.

— Quiero follarte, preciosa. —susurro bajo. — Pero estoy rabioso.

— No me importa.

— Te va a importar cuando no puedas caminar mañana.

No conteste porque me bajo de regreso al suelo, miré mis pies para salir de la oficina y dejar a aquel hombre malherido. Sus dedos se entrelazaron por los míos y salimos de aquella residencia, abrió la puerta del copiloto dejando que abordará y luego él se subió en la del piloto.

Observé por la ventana en lo que pasábamos de largo el motel en el que nos habíamos quedado.

— Bastian... —murmure.

— Dime.

— ¿Qué pasará conmigo?

Él no respondió, por lo que supuse que su plan de asesinarme seguía en pie. Los ojos se me cristalizaron, no quería llegar a este punto, no quería ser el trapo que él usa para luego desechar porque tiene muchos más.

La entrada a la ciudad fue silenciosa, al igual que todo el camino de la autopista. Sus ojos estaban centrados en la carretera y los míos en las personas que estaban alrededor de la calle siguiendo con su vida, charlando con un amigo, comiendo, sonriendo, trabajando o simplemente existiendo en la libertad de su vida, mientras yo estaba aquí, secuestrada y muriéndome lentamente.

Nos detuvimos en algún lugar, baje del auto una vez que él lo hizo. Alce la mirada y me tense de pies a cabeza.

Hospital de San Bartolomé.

Retrocedí un par de pasos hasta que me choque con el aroma de Bastian, sus manos agarraron mis hombros y me impulsaron a seguir caminando. ¿Qué hacemos aquí? Antes de llegar a la entrada me gire agarrando su chaqueta entre mis dedos.

— ¿Por qué me trajiste aquí? —murmure con los ojos abiertos de par en par.

— Porqué si.

— Bastian... Quiero irme.

— ¿Eso debería importarme?

El mentón me tembló, volví a girarme y seguí siendo impulsada por él hasta entrar. Me mantuvo a su lado mientras me anotaba en diferentes áreas del hospital, tomamos asientos y me cruce de brazos mientras él revisaba su teléfono.

— Dafne que intentes hacer un berrinche no hará que decida irnos. —aseguro sin observarme.

— ¿Por qué estamos aquí?

— Porqué sí.

— Esa respuesta ya la diste.

Soltó un suspiro y se giró observándome fijamente, llamaba la atención, en la sala donde estábamos nadie pasaba sin mirarlo así fuese de soslayo.

— Porqué tenemos que asegurarnos que no estés embarazada.

— Es muy acelerado para saberlo. —puntualizo cuando se gira sin prestarme atención. — Igual en neurología no dicen eso, no sabía que los bebés nacían desde el cerebro.

— Atenea lo hizo.

Resople con molestia y él siguió ignorandome, fruncí el ceño y puse mi mejor cara de "te estoy odiando en este momento" aún así no me hizo caso, no le importo levantarme a la fuerza y hacerme caminar cuando nos llamaron. Entramos al piso de neurología que conocía muy bien, y apesar de las advertencias de la enfermera igual entro conmigo a la consulta.

Tome asiento frente al escritorio donde estaba el doctor que siempre llevaba mi caso, anhele que no se acordará de mi rostro, que no supiera que era pero no. El destino no estaba a mi favor.

— Dafne, qué gusto verte de nuevo. —fruncí los labios y sonreí. — ¿Usted es?

— Bastian Edevane. —acepto la mano que le daba el médico. — Su marido.

Gire la mirada de golpe con el ceño fruncido, ¿Había dicho lo que escuche? Intenté replicar pero el médico se entretuvo hablando con el hombre que estaba a mi lado.

— ¿Por qué vienes, Dafne? —inquirio el médico mirándome. — ¿Se te acabaron las pastillas?

Negué con la cabeza. — Se me está cayendo el cabello. —murmure de mala gana.

Se vería sospecho el que esté aquí y que no diga absolutamente nada.

— Eso es un efecto secundario de las pastillas que consumes. —me aseguró. — Toma algunas vitaminas, también biotina así estimularas el proceso de crecimiento.

Asentí. Bastian se levantó, creí que nos iríamos pero simplemente saco un arma dejándola a la vista de ambos.

— Será mejor que comience a decirme que es lo que tiene mi mujer. —amenaza.

— No es necesario, Bastian. —lo observó colocando mis manos en su pecho.

— ¿No se lo ha dicho? —murmura el médico asustado.

Comienzo a empujar al hombre de dos metros que tengo delante, apenas da dos pasos antes de agarrarme por la cintura y detener mi intento de sacarlo.

— Decirme ¿Qué?

Qué no lo diga. Qué no lo diga. Le abro los ojos al doctor rogando porque entienda  la mínima seña que le estoy haciendo.

— Está muriendo. —solto sin más.

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Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora