No supe que decir para iniciar la historia. No sabía que decirle a él para que nunca terminara y pudiéramos vivir felices por siempre. No sabía cómo gritar aquellos sentimientos que tenía ahogados en el pecho. Pero si sabía cómo comenzaba aquello:
...
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Abril. Persefone se encuentra con Demeter.
Dafne.
El frió se estaba reduciendo dejandole pasó a la llegada de la primavera, podía dejar de lado las medias térmicas y las chaquetas grandes por algo más cómodo y ligero. Hoy tenía revisión con mi médico antes de tomar el avión directo hacia Bulgaria, no entendía por qué teníamos que ir pero tampoco me molestaba.
Termine de colocarme la peluca y agregarme perfume antes de salir de la habitación, Bastian había salido más temprano. En la barra del desayuno me esperaba la comida, de lo cual solo me limité a tomar el batido nutritivo que me hacía la cocinera encargada.
Observó por la ventana viendo como todo va tomando vida de nuevo, sorbo por el pitillo rosado con una decoración de flor que iba a juego con el vaso que me habían comprado, cuando el ascensor se abre, el guarda espaldas me espera con las maletas y el aparato listo, dejo el vaso sin terminar sobre el mesón y avanzó hasta adentrarnos al lugar.
— ¿Dariel? —murmuro.
— Dígame, señora.
Hago una mueca con los labios.
— Llamame Dafne, si me dices señora pienso que tengo cincuenta. —me giro a verlo divertida.
Es un hombre de unos treinta o tal vez cuarenta años, pero siempre lleva una cara de pocos amigos, aún así me da un vistazo de ojos divertidos.
— Está bien, Dafne. —aun así suena muy respetuoso.
— ¿Siempre andas con Bastian? —inquiero.
— Cuando no estoy con usted, si.
— ¿Ya dijo algo acerca del matrimonio?
No me observa pero se tensa visualmente, no sé si lo hace para que lo noté o porque en serio le parece incómodo este tema.
— Señorita Dafne... —hace una mueca.
— Déjalo. —regreso la mirada a los números. — Seguro que a la amable Sweet Doll se le rompería el corazón.
Escucho como se aguanta una carcajada y eso hace que sonría con diversión. El ascensor llega al estacionamiento principal, bajamos una vez que abren las puertas y está vez no están las luces apagadas, antes de poder llegar a la camioneta escucho pasos, me giro sobre mi propio eje pensando qué tal vez es Bastian, pero no, delante de mí se detiene la señorita Wasler con una mirada penetrante.
Agita la suya delante de mí rostro, extiendo mi mano derecha pero ella la empuja y decide agarrar por si misma mi otra mano donde descansa el anillo que me dio Bastian.