XVIII.

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Volví a encerrarme en el baño, él no me presiono, tampoco tocó la puerta, me acosté sobre la fría cerámica del baño y observé el techo mientras repiqueteaba los desde en mi abdomen, preferí estar aquí encerrada a seguir allá afuera con aquel depre...

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Volví a encerrarme en el baño, él no me presiono, tampoco tocó la puerta, me acosté sobre la fría cerámica del baño y observé el techo mientras repiqueteaba los desde en mi abdomen, preferí estar aquí encerrada a seguir allá afuera con aquel depredador que pretendía hacer cosas de las que estaba dudosa.

Bastian era simpático... Bueno, a quién quiero engañar, Bastian era un jodido espectáculo para apreciar, y aún así no había pasado por alto el aceleramiento que tomaba mi corazón al tenerlo cerca, no quería tener el jodido síndrome de Estocolmo, era el colmo que a mis patologías hubiera que anexarle eso.

Medio muerta: ✓
Con un tumor en la cabeza: ✓
Posible depresión: ✓
Ataques de pánico:✓
Olvido de memoria a corto plazo:✓
Y Síndrome de Estocolmo.

No, no... Él había jurado matar a cada miembro de mi familia, y aunque sienta náuseas de solo pensar en quienes eran los que me rodeaban no puedo quitarme el "Fletcher" de mis registros. Lo llevaba en la sangre, en mi ser y en mi vida.

Suspiré con resignación, debía salir de este baño en algún momento y se que él estaría esperando eso. Me levanté del suelo y gire la perilla dando un paso cauteloso fuera del cuarto de baño, pero no había nadie en la habitación, tampoco en el balcón. Fruncí el ceño y salí hacia el balcón mirando hacia ambos lados. El sol ya estaba en su punto más alto, supuse que sería después del medio día. Camine por el lugar revisando los cajones, los armarios, el baño, debajo de la cama, pero no había nada... Bastian simplemente se fue sin decirme algo.

¿Me había dejado libre?

El anhelo se fue tal como vino, cuando quise girar la puerta para salir de la habitación y no pude, seguí intentando hasta que un pequeño click sonó impulsando mi cuerpo hacia atrás cuando Bastian abrió la puerta.

— Vaya, pero miren quien decidió salir del baño. —dijo serio. — ¿Pensabas escapar, preciosa?

No conteste, al pasar por mi lado sus dedos tiraron de la toalla que cedió sin problemas deslizándose por mi cuerpo y dejándome desnuda nuevamente.

— Si vas a salir de tu patético escondite, procura quitar la toalla, no me gusta que cubras lo que me gusta.

Fruncí los labios, su cercanía volvió a acelerar mi corazón pero fue su dedo al dibujar la silueta de mi cicatriz lo que hizo que mis ojos se cristalizaran, el pecho se me oprimió y mis hombros comenzaron a sacudirse con el llanto.

— ¿Por qué lloras? —inquirio girandome para quedar frente a él.

Tomo asiento en el pequeño mueble que estaba a un lado, cubrí mi rostro con mis lágrimas en lo que seguía llorando descargando todo lo que tenía acumulado. Esa cicatriz en la espalda había sido mi vergüenza desde que la tuve, papá me dijo que me la hice al caer por unas escaleras a los diez pero yo no recordaba lo sucedido, también estaba consciente que en la primera etapa de mi adolescencia no tenía esa marca, solía usar pantalones a la cadera y camisas cortas así que era imposible que eso estuviera ahí, aún así le creí cuando me lo contó.

Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora