XXIX.

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Dafne

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Dafne.

Esa misma tarde regresamos a la ciudad a la que pertenecíamos, en la cajuela del auto él había metido un saco negro, no pregunté ni quise saber que iba ahí dentro, también habia puesto música con un poco de volumen para intentar tapar los quejidos de quién estaba en la parte de atrás. La palabra de "Bienvenidos" nos recibió un par de horas después, los nervios revolvieron mi estómago, observé mi cuerpo el cual estaba enfundado en un vestido revelador.

Él vehículo se detuvo frente a aquel edificio misterioso de color negro, los hombres de traje se acercaron y él se giró para verme.

— Dafne...

— Se que tengo que hacer, Bastian.

Torció los labios en un gesto de disgusto pero aún así bajo del auto, yo lo seguí con la cabeza agachada y caminando un par de pasos detrás de él, lo cual quedó en segundo plano cuando redujo la velocidad de sus pasos y quedamos codo a codo.

Uno de los hombres, que por lo que tengo entendido de llama Dariel, va poniéndolo al día con las cosas de la organización, los ojos curiosos se posan en mi cuando entramos a la recepción. Sweet Doll, Honey y la otra chica están ahí esperando a Bastian, por más que no quiera admitirlo, no puedo tratar igual a Sweet... Ni ella me mira igual a mí.

Se supone que estoy fingiendo ser una de las sumisas de Bastian, para no alzar sospechas en los que nos rodea, pero su brazo tatuado que rodea mi cadera apegándome a él deja en claro otra cosa. Retrocedo con la mirada mortal con la que me observa la señorita Wasler una vez que sube, aún así él me retiene llevándonos al ascensor.

— Alza el mentón, Dafne... ¿Dónde está la mujer que me grito en estos días?

— Escondida en el fondo de mi cerebro. —aseguro con la presión en el pecho. — Las mujeres me están matando con la mirada...

— Y yo te estoy comiendo con la mía. —aparto la mirada de mis zapatos para conectarme con sus ojos. — Si vas a ser mi mujer aprende a demostrar seguridad porque la envidia es algo que siempre te va a rodear.

— Lo dices porque tú no eres la hija del enemigo.

— Lo digo porque no todas tienen el privilegio de andar en los brazos de un Edevane.

El impulso de su brazo me deja frente a él, me rodea con ambos dejando su palma abierta en mis glúteos, se que los está cubriendo para que no los vean y sus labios bajan conectándose con los míos. Entramos tambaleantes al ascensor y las puertas se cierran a su espalda dejando una imagen de nosotros a toda la recepción.

Una vez en la privacidad del aparato no aparta sus tacto de los míos, sigue lamiendo mis labios hasta que se detiene.

— Quiero una peluca. —susurro.

—¿Por qué?

— No me gusta como me queda el cabello corto...

— A mi me encanta, pero si quieres una peluca, tendrás la maldita peluca.

Saca el teléfono cuando las puertas se abren, soy la primera en entrar observando nuevamente el penthouse, hay algunos cuadros que no vi la primera vez que me trajo, también hay unas escaleras hacia la cocina y un sofá de cuero negro, la pared del frente es completamente de vidrio y una de ellas deja la puerta hacia el balcón.

Su voz comienza a sonar en la conversación que tiene, camino por el lugar observando la oficina y otras cosas que no son tan interesantes como el cuadro de Apolo y Dafne que está colgado en una de las paredes frente a la última habitación del pasillo. Me limitó a quedarme allí observando todo, las alas de Apolo, como Dafne está recostada de un árbol con pequeños ángeles sobre ella, cada trazo, cada cincel de su rostro, en una esquina está el nombre de quién la dibujo.

Giró sobre mí propio eje y veo la puerta negra la cual abro consiguiéndome el olor intensificado del perfume de Bastian, así que supongo que es su habitación, entro bajando los tres escalones para acceder, tiene una cama grande apegada a una de las paredes, frente a ella hay tres escalones más donde hay un juego de muebles y una televisión del tamaño de la pared. Sigo avanzando, todo está en su lugar como si tener algo fuera de ahí irrumpiera en su calma.

Me detengo a un lado de la mesita de noche observando hacia afuera, pero el ruido de una puerta abriéndose me asusta, a mí lado, lo que creí ser una pared lisa sin nada interesante termina siendo la puerta para acceder al baño, dentro todas las paredes son ventanales a excepción de la ducha donde los vidrios son mas oscuros, vuelvo a salir justo en el momento que Bastian entra.

Nos observamos en silencio por un tiempo, sus ojos recorren mi cuerpo mientras me detengo a mitad de cama.

— ¿Esta es tu habitación? —murmure y él asintió. — Es muy bonita.

— Y es nuestra, ninfa.

Sonreí con timidez y volví a observar a mi alrededor.

— Mañana tienes varias citas. —dice una vez que toma asiento en la cama. Avanzó hasta dónde está deteniéndome frente a él, sus manos tocan la parte posterior de mis rodillas.

— ¿Citas?

— Uno de mis guardias te acompañará, tengo cosas que hacer así que te pasaré a recoger para almorzar.

— Está bien. —accedo. — Me gustó el cuadro de afuera... Es muy nosotros.

No sonríe pero si me observa con la intensidad a la que no estoy acostumbrada, la punta de sus dedos acaricia con tranquilidad mi piel, me relajo automáticamente ante su toque.

Me recuesta de la cama antes de acostarse a mi lado, simplemente nos quedamos ahí, acostados observando la nieve caer fuera de aquel edificio enorme, viendo como la ciudad se tiñe de blanco con la llegada de diciembre al lado inglés, guardo este momento como un recuerdo preciado que me llevaré al momento de fallecer...

Somos lo que sembramos. Pero la vida me trató como si hubiera hecho demasiadas cosas malas, aún así, conseguí a alguien que a hecho cosas malas pero a traído un bien a mi vida.

Me doy la vuelta quedando frente a su rostro y sus ojos azules con tranquilidad desbordando de sus orbes, sigo observandolo encantada mientras voy llenandome de la agonía.

— ¿Qué tanto me miras? —murmura.

— ¿No puedo verte?

— Si, pero lo haces como si me idólatras.

No digo nada, solo sonreí inclinándome para dejar un pequeño beso en sus labios que él intento profundizar.

— No te idolatró. —me carcajeó. — Me haces feliz, es todo.

Su pecho se llenó con una respiración profunda, su expresión se cambió en menos de nada y se levantó dejándome sola en la cama. Tomo asiento y lo observó salir de la habitación no sin antes mirarme de soslayo con una emoción que no supe diferenciar.

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Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora