XXXII.

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Dafne

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Dafne.

Cuándo despierto él no está nuevamente, voy al baño y al regresar veo la bolsa de pastillas que me pertenecen, destapó cada una de ellas antes de ingerirlas. Salgo de la habitación y camino aún adormilada por el penthouse hasta llegar a la barra de desayuno donde hay dos platos, frunzo el ceño observando una comida balanceada y mi plato que tiene panqueques con fresas.

Alzo la mirada fijandola en el sonido que hacen las escaleras cuando Bastian viene bajando aún en ropa para dormir, el cabello lo tiene revuelto y cae sobre su frente por la falta de crema. Se detiene detrás de mí antes de inclinarse y conectar mis labios con los de él.

— Buenos días, ninfa.

— Buenos días, baby. —contesto con una sonrisa de labios cerrados. — Creí que te habías ido.

Veo como toma asiento en el taburete y yo lo sigo sentándome frente a él.

— ¿A dónde? —inquiere. — Te debo un almuerzo, tengo algunas cosas que hacer...

— ¿Dónde te espero? —murmuro revolviendo la comida en el sirope de chocolate.

— Irás conmigo.

Asiento, Bastian comienza a comer, me limitó a beberme el jugo de durazno que esta exquisito. Debe haber una pastilla que hace que se me vaya el apetito, eso o ya mi estómago no sirve para comer.

— Dafne, come.

Miro a Bastian, arrugo la punta de mi nariz y niego apartando el plato.

— No tengo hambre.

— Ayer tampoco comiste.

— ¿Y tú cómo sabes eso? —aparto el vaso vacío y lo observó.

— Yo lo sé todo. —se pavonea con ego.

— Claro, se me olvidaba que eres el Dios todopoderoso.

Afincó el codo de la barra antes de reposar mi mejilla en mi mano, observandolo en silencio. En las mañanas luce tenso, pero igual de hermoso como siempre.

— Bastian... —murmuro.

— Dime.

— Te quiero, baby. —suelto las palabras que siempre he tenido atoradas en el corazón.

Su cuerpo se tensa y los cubiertos tiemblan bajo su agarre, gira su cabeza hacia mi observándome como si me volví loca.

— Eso no puede ser. —asegura.

— ¿Por qué no?

Frunce el ceño y niega con la cabeza repetidas veces.

— Es muy rápido.

— ¿Y eso qué?

— ¡Qué no puede ser, carajo! —se altera.

— Bastian no me grites. —le advierto. — Que tú no me quieras no quiere decir que tenga que ser igual conmigo. —suelto un suspiro con el corazón ahogado. — Todos sentimos de forma diferente... Algunos más intensos y otros más procesados.

Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora