VIII

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No llore

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No llore. No tiene importancia hacerlo, no voy a cambiar ninguna de mis situaciones. Me levanto del suelo y lavo mi cara con jabón, apenas la enjuago salgo del baño directo hacia la oficina de la señorita Wasler quien me espera con ropa interior, traje, zapatos y lista para peinarme.

Comienza a hacerlo en lo que voy colocándome las medias blancas, no me deja mirarme en el espejo así que solo puedo suponer las cosas que hace, suelta la mitad de mi cabello y la otra la recoge en una dona antes de colocar gel con brillantina. Luego me coloco el vestido escotado de abdomen de color vino, es algo que definitivamente no aceptarían en las instituciones de Ballet pero si tiene algo clásico en su estilo, me amarro mis zapatillas rosadas.

— Levántate, niña.

Lo hago, cierro los ojos con fuerza cuándo comienza a mover un spray frente a mi, el olor de fragancia jazmín llena el lugar ahogándome y desatando una pequeña alergia. Vuelvo a abrir los ojos y veo brillantina.

— Señorita Wasler... Parezco una bola disco. —es lo primero que se me ocurre al mirar mi cuerpo.

— Esa es la idea, mocosa. —deja el spray sobre el tocador. — La atención debe estar en tí.

— No quiero la atención en mí. —me sincero.

Sus ojos azules me miran de manera juzgona, como si no debiera decir cosas así.

— Déjate de bobadas, todas queremos la atención de los hombres importantes. Anda, camina, que nos están esperando.

Da un leve empujón en mi hombro que me pone a caminar rápidamente. ¿A mi de qué me sirve tener la atención de hombres importantes? No quiero atención, no debo tenerla eso lo dejaron en claro en la ducha. Nos detenemos en el ascensor y siento las miradas de todas encima de nosotras, abordo el aparato con la mirada en mi zapatillas desgastadas pero en buena presencia sin querer observarlas.

— Alza la mirada. —gruñe mientras presiona el botón para que las puertas no se cierren.

— No quiero problemas, señorita Wasler.

— Los tendrás. Porque ninguna a sido mi favorita hasta que te vi bailar.

Pase saliva pero no alce la mirada, la mujer de ojos azules resopló y dejo que el aparato siguiera con sus usuales movimientos, una vez que estuvimos solas se giró sobre su propio eje y golpeó mi mejilla con la palma de su mano.

— ¿Qué te pasa? —grita. — ¡Acabo de decir que eres mi favorita, eso es algo de lo que estar orgullosa!

— ¡Yo no quiero ser la favorita de usted! —exclamo alterando mis nervios, su palma vuelve a chocar contra la misma mejilla haciendo un golpe seco en el espacio.

— Eres una niña insolente y malcriada... —acerca su rostro al mío pero no suelto las lágrimas que se acumulan en las esquinas de mis ojos. — Por eso no llegas a nada, siempre la víctima y la quejadera. Sweet Doll ya me dijo la clase de niña mimada que eres.

No le respondo aún cuando deja el silencio para que lo haga.

— Vas a hacer lo que yo diga, cuando lo diga... ¿Sabes cuántas quieren estar en tu lugar? ¡El mismísimo jefe te pidió en esa reunión de alta importancia!

— No me interesa el Santo jefe...

El próximo golpe hace que pierda el rumbo de las oraciones, las puertas metálicas se abren y la obligan a detenerse, baja con mis pasos detrás de ella. Acarició con mis dedos la mejilla que me arde, el dolor de cabeza y el mareo empeora con el movimiento de la camioneta al caer en el pavimento mal hecho hasta que llegamos a la autopista.

Una vez fuera de ciudad me tomo el atrevimiento de mirar por la ventana, los árboles que forman enormes montañas rodean el lugar, los vidrios se empañan por el frío y la lluvia que comienza a caer. Observó por el vidrio hasta que las gotas lo impiden y no me queda de otra que observar mis manos o cerrar los ojos de vez en cuando, la pared para separar la camioneta se alza cuando la señorita Wasler comienza a discutir con el mismo hombre de ojos azules del otro día, todo lo que queda es el zumbido de la lluvia contra el techo de la camioneta.

La vida es tan compleja e incomprensible, un día estás en tu pequeño salón de Ballet que siempre soñaste y al otro te están diagnosticando una enfermedad incurable, por un momento te encuentras sonriéndole a una madre que está por ver a su hija bailar y al otro tienes un tumor que va a acabar con tu memoria lentamente, en un momento estás pensando en... Vivir, y al otro estás intentando sobrevivir. No lo entendía, ¿Ésto que estaba pasándome era un karma? ¿Merecía morir por algo que tal vez hice y no recordaba?

Me removí en el asiento mientras seguía sumiendome en la angustia del dolor de cabeza, las punzadas me iban a matar en cualquier momento. El auto se detuvo, alguien se posicionó en mi puerta y al abrirla había un paraguas esperando por mi, el hombre que lo sostenía me extendió unos zapatos deportivos.

— Mi bailarina favorita tiene privilegios. —la voz de la señorita Wasler viene del asiento copiloto. — Así que procura mantener ese puesto y deja de ser tan contestona, eres exasperante.

Escucho su puerta cerrarse en lo que me cambio las zapatillas, el hombre camina detrás de mi en lo que avanzamos hasta la puerta grisácea por donde entró la mujer de ojos azules. Llevo mis zapatillas en las manos siguiendo el protocolo del otro día, la señorita Wasler me empuja hacia una habitación mientras espero.

No tarda más de cinco minutos en volver a llegar, me sonríe mientras vamos caminando. No hay ruido, música, voces, nada, solo un extenso silencio que me pone los vellos de punta. Abre la puerta de una sala de reuniones, una extensa mesa con varias sillas es lo primero que veo, a un lado está el mini bar, hay otra puerta y un pequeño escenario.

— Quédate ahí arriba, ahorita llegarán los clientes.

Asiento, observó mi alrededor fijándome en el aparato de DJ que hay a un lado del escenario, también hay micrófonos y otras cosas que no logro ver porque la puerta se abre. Los hombres comienzan a llegar repasando mi cuerpo con su mirada antes de sentarse, todos hablan en idiomas diferentes, llegó a comprender algunos.

Presiono mis dedos haciéndolos sonar para bajar los nervios, miro mis zapatillas con la seña que me da la señorita Wasler. Los hombres siguen llegando llenando la sala de murmuros que empeoran el dolor de cabeza hasta que todo se queda en silencio, vuelvo a sentir una mirada pesada sobre mí y como si fuera una orden silenciosa alzó la mirada encontrándome con el pacífico agitado de sus ojos.

El azul brilla cuando se consiguen con mi mirada, recorre mi cuerpo antes de regresar a mi vista, tengo la sospecha de que una débil sonrisa creció en sus labios antes de tomar asiento en la silla frente a mi. Obligó a mis ojos apartar la mirada de él fijándome en la señorita Wasler quien me asiente antes de salir de la habitación.

Las bocinas hacen un pequeño ruido que me alerta de ponerme en posición levantándome sobre mis puntillas. Slow Down comienza a resonar por el lugar desconectando mi mente del dolor y las preocupaciones. La delicadeza con la que hago los pasos no quita los atrevidos que son para unirlos al ballet.

Está vez no me imagino en mi apartamento, no imagino el teatro desolado, porque aunque no esté sola en la habitación siento unos ojos poderosos sobre mí que descontrolan a mi corazón.

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Soy Daño Colateral. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora