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𝗢𝗹𝗶𝘃𝗶𝗮 𝗞𝗲𝗲𝗻𝗲

—A Miguel Díaz se le conocerá como el creador de la lluvia—dijo Demetri.

—¡El diablo de la lluvia!—siguió Halcón en español.

—Podríamos haberles ganado—habló Sam.

—Muchas cosas podrían haber salido mal—respondió Miguel.

—¿Qué pasa?—preguntó papá.

—Casi nos metemos en una pelea, pero Miguel lo evitó—respondió Halcón.

—¿Ah, sí?—cuestionó papá sonriendo—. ¿Cómo?

—Quedamos con los Cobras en el campo de béisbol a la hora que riegan el césped—respondió Miguel.

—¿Quedásteis para pelear y los regásteis con una manguera?—cuestionó mi padre mirándonos, incrédulo.

—Eran aspersores—corrigió Demetri ganándose una mala mirada por parte de mi padre—. Mejor me callo.

—Les habéis provocado, ¿creéis que se van a quedar de brazos cruzados?—cuestionó papá.

—Por lo que se de anoche, me parece Miguel practicó el autocontrol, salió de una situación difícil sin que hubieran heridos, ¿qué querías que hiciera? ¿Qué se pelearán con navajas?—cuestionó el señor LaRusso—. Es un orgullo, ya controlas la filosofía de Miyagi-Do.

Miguel miró sonriendo al señor LaRusso.

—Oye, LaRusso tenemos que hablar—dijo mi padre.

Pero la vista de Daniel se centró en otra cosa.

—¿Qué pasa?—preguntó, confuso.

De repente pudimos ver cómo Kreese entraba al dojo junto a otro señor de pelo blanco recogido en una coleta que no conocía de nada.

—Caballeros—dijo aquel señor—,  tenemos que hablar de unas cuantas cosas.

—Id dentro de la caseta—nos dijo Daniel.

Todos obedecimos y fuimos a la caseta, pero, obviamente, nos quedamos escuchando.

—Daniel LaRusso—dijo el señor de pelo blanco—. Me alegro de verte.

—Ya, y una mierda—respondió.

—Te entiendo, si fuera tú, reaccionaría igual—continuó el señor—.  Mi comportamiento en el pasado fue inexcusable, si pudiera volver atrás y cambiarlo todo lo haría. Ahora solo puedo decir, que lo siento mucho, y te aseguro que ya no soy ese hombre.

—No sé de qué psiquiátrico te has escapado o a qué juego retorcido estáis jugando—respondió Daniel—, pero si no os latagais de mi propiedad ahora mismo, os juro por Dios...

—Qué cabreo tiene, ¿quién es ese?—cuestioné.

—No tengo ni idea—respondió Sam.

—Parece un inmortal—dijo Bert.

—El inmortal—corrigió Nate—. Sólo puede quedar uno.

Fruncí el ceño antes de hablar:

—Shh, que no oigo—me quejé.

—Muy bien, lo he intentado—dijo el de pelo blanco—. Que sepas que nuestros alumnos no van a pelear hasta el torneo, por si te interesa. Siempre que vosotros hagáis lo mismo.

—Recordad nuestro trato—dijo Kreese mientras se acercaba a ellos—. Si nosotros ganamos, los dos dejáis de enseñar kárate, para siempre.

—Eso no pasará porque no vais a ganar—respondió Daniel—. Y ahora largaos.

𝗜 𝗸𝗻𝗼𝘄 𝗜'𝗺 𝗻𝗼𝘁 𝘁𝗵𝗲 𝗼𝗻𝗹𝘆 𝗼𝗻𝗲 || 𝗠𝗶𝗴𝘂𝗲𝗹 𝗗𝗶𝗮𝘇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora