SIETE

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El paseo, construido sobre la riera y asfaltado para ser el centro popular del
pueblo, estaba lleno de gente, así que instintivamente se alejaron de él, caminando sin aparente rumbo, aunque Evan se dirigiese a su casa sin decírselo.

No era por incomodidad, ni tampoco por la hora. Se sentía bien, a gusto, por extraño que le pareciera, teniendo en cuenta que él era su primera compañía masculina en muchos meses, pero aún no tenía la suficiente paz como para disfrutarlo. No estaba preparada.

Carolina le habría dicho que una siempre ha de estar preparada para una
aventura, o un rollo, o para todo lo que tuviera marcha o cambiara el color de la
monotonía. Pero ella no era Carolina.
Eddie notó que se estaban alejando del centro.

—Siento haberme presentado de aquella forma antes —dijo de pronto.

—¿De qué forma?

—Bueno, estabais tu amiga y tú, y he aparecido yo...

—Si no conoces a nadie, salvo a las chicas a las que vas ayudando por la calle,
es lógico —trató de ser amable Evan, comprendiendo lo que le sucedía a su
nuevo amigo.

—Pero puede que os haya molestado.

—¿Por qué habrías de haberlo hecho?

—Estabas muy seria.

Evan se detuvo y le miró.
—Es que yo soy así —dijo con la mayor naturalidad.

—No lo creo —repuso él—. Es como si te controlaras todo el tiempo.

—¿Yo?

—Casi no te conozco, claro, pero diría que no estás en el mejor de tus momentos. ¿Has suspendido?

—No —le dijo la verdad, porque no había hecho ni un solo examen.

—Entonces perdona, debo de ser yo, que soy muy susceptible.

Evan iba a decirle que él también parecía muy nervioso, muy tenso, pero optó por no hacerlo. Carolina tenía razón: era tímido, y además probablemente se
sentía muy solo, extraño. A lo largo de aquellos treinta o cuarenta minutos de
intimidad, desde que su amiga se marchó, habían estado hablando de un montón de cosas neutras, dispares, música, deportes, como si los dos trataran de rehuir otros asuntos más conflictivos o personales. Y era absurdo.

Acababan de conocerse.
Aunque a Eddie se le notaba que ella le gustaba.

La mayoría de los chicos solía ser bastante transparente en eso.
—No era mi intención parecer un palo de chica —confesó Evan reanudando la marcha—. De todas formas tienes razón, he tenido un mal año. Entre otras muchas cosas, he perdido el curso.

—¿Ah, sí?

—Ya no importa —se cruzó de brazos con su característico gesto de determinación y miró a lo lejos, hacia las montañas cuyas siluetas se recortaban sobre el cielo estrellado.

Eddie no volvió a preguntar.
Y cuando lo hizo, fue para cambiar de tema.

—¿Vives aquí todo el año?

—Sí.

—¿Y qué tal?

Evan se encogió de hombros.
—Siempre he vivido aquí, no sé —confesó.

—A mí me encanta viajar, moverme —dijo él—. En cuanto pueda me gustaría recorrer el mundo, ver las pirámides de Egipto, Palenque en México, las cataratas de Iguazú, Petra, Katmandu, y bañarme en las Maldivas y en la Polinesia.

—Pues de momento has ido a parar aquí .—se burló él—. No está mal. ¿Cómo decidiste quedarte aquí?

—Pues... —Sergio desvió la mirada por un instante—, fue casual. Me gusta
esta zona, y a veces venía con mi moto por la carretera general. Un día vi esto y me dije que era perfecto, aunque no me preguntes por qué. Me gusta fiarme de mi instinto.

—Y estás aquí.

—Y estoy aquí.

—Pues aquélla es mi casa —señaló Evan con un suspiro de resignación—. Yo sí que estoy aquí.

A Eddie se le notó la desilusión, el corte.

Miró la hora de manera que pareciera que no lo hacía, aunque ella se percató. No era tarde.

La mayoría de los jóvenes comenzaba a vivir la noche en ese momento.
Eddie tuvo la delicadeza de no preguntar.

—Gracias por dejarme acompañarte —dijo.
—No seas tonto.

Él se detuvo a menos de veinte pasos de la puerta.

—Vale, pues... adiós —se despidió.
—Adiós —sonrió él.
Eso fue todo.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora