CUARENTA Y NUEVE
Evan vaciló un instante, nada más. Un simple acto reflejo. Su corazón iba muy rápido, pero no tenía miedo de él. Nunca más iba a tenerlo.
Luego llamó a la puerta.
—¿Sí? —dijo una voz femenina.—¿Está Eddie, por favor?
—Sí, pasa.
Se escuchó un chasquido y la cancela metálica quedó liberada de su cierre.
Entró y no tuvo que volver a cerrarla porque lo hizo ella sola. La puerta de la casa se hallaba a unos diez metros, así que caminó por el sendero de grava, entre macizos de flores y árboles perfectamente cuidados. Era un bonito jardín, acorde con la señorial mansión de dos plantas que la impresionó nada más verla. Cuando llegó a su destino, una mujer ya la esperaba en lo alto de los tres escalones. Era menuda y agradable, sonreía con el mismo aire de inocencia con que lo hacía Eddie. Supo inmediatamente que era su madre.—Hola, querida. Pasa. Han ido a buscarlo.
—Gracias.
No supo qué hacer, si darle un beso o la mano. Al final no hizo ni lo uno ni lo
otro. La mujer seguía sonriéndole.—¿Tú eres...?
—Evan.
—Adelante, Evan.
Le franqueó el paso y lo hizo entrar. La casa era preciosa, muy elegante. La miró sin parecer que lo hacía, algo impresionado. Contestó a un par de preguntas triviales y se encontró, de pronto, en una terraza amplia que daba a una enorme piscina, diez veces la suya.Nadie se bañaba en ella pese al calor.
—Siéntate, tú mismo —la invitó la mujer—. No creo que tarde. ¿Quieres
tomar algo?—No, gracias.
—De acuerdo, hasta luego.
Se alejó de su lado, pero Evan no se sentó. Llegó hasta la barandilla y miró
la piscina y el jardín trasero. Allí se respiraba paz, la misma paz que Evan necesitaba.Después giró el cuerpo y contempló de nuevo la casa. Por la izquierda debían de
estar las habitaciones, que comunicaban con la zona de la piscina, ya que vio una
serie de puertas correderas abiertas. Eso la hizo reaccionar.Instintivamente.
Caminó sin prisa hacia allí, de forma en apariencia distraída, y pasó delante de la primera puerta sin detenerse. Vio una cama preciosa y la clásica decoración de
un cuarto de chica. Siguió andando. La segunda puerta mereció su misma reacción, aunque en este caso parecía ser la habitación de un hombre. Todo cambió con la tercera, porque al atisbar en su interior reconoció lo que en el fondo estaba buscando.Allí estaban las señas de identidad de Eddie: su ropa, dejada descuidadamente sobre la cama, libros, algún póster...
Se detuvo en la puerta. Casi podía olerlo. Los recuerdos empezaron a agolparse en su cabeza. Desde allí, inmóvil, contempló los detalles, despacio, impregnándose de ellos a través de la mirada.
Uno a uno, hasta llegar a la mesa.La fotografía estaba en el centro, cerca de la pared, con un marco de metacrilato bastante grande que la hacía destacar. Una fotografía que conocía y recordaba.
Entró en la habitación y llegó hasta la mesa. Extendió su mano derecha y
cogió el portarretratos. Pesaba. Luego sonrió.Sí, claro que conocía y recordaba aquella foto.
Se la había sacado Eddie la primera mañana que se bañó en la piscina de su
casa, con la cámara de Carolina. Al día siguiente ya estaban hechas las copias. No era la mejor de sus fotos, pero se la veía bien, sonriente, feliz.De repente la escena le recordó mucho otra situación que había tenido lugar
apenas unos días antes. Los mismos protagonistas, distinta foto, distinto lugar.—Era mi pareja.
No se sobresaltó. Tal vez lo esperase. Miró en dirección a la puerta por la que
Evan misma acababa de entrar y lo vio a él.—¿Qué le pasó? —preguntó Evan.
—No lo sé. Escapé de su lado como un idiota después de que casi muere por
mi culpa.—¿Le hiciste daño?
—No —movió la cabeza horizontalmente, con vehemencia, y luego repitió con más calma—: No, ¿cómo podía hacerle daño si lo era todo para mí?
—¿Lo querías?
—Lo quiero.
—¿Por qué crees que él no podía perdonarte?
—Porque fue una extraña historia la que nos unió, aunque ahora sé que todo lo anterior, por duro y extraño que parezca, me condujo a él.
—¿Cómo se llama?
—Evan —Eddie señaló la fotografía que su visitante aún sostenía en la mano, como si todavía quedase alguna duda.
—¿Y Shannon? —preguntó Evan.
—Murió —reconoció él.
—¿Ya la has olvidado?
—No —fue sincero—. Nunca la olvidaré.
—Es justo —aceptó Evan.
Dejó su fotografía sobre la mesa y dio el primer paso. Eddie lo imitó. Se
encontraron en el centro de la habitación, a los pies de la cama, y allí se miraron a los ojos antes de abrazarse y apretarse con todas sus fuerzas, como si desearan fundirse el uno con el otro.Después, permanecieron así un tiempo indefinido, un minuto, dos, tal vez más. Hasta que se separaron lo justo para que sus labios se encontraran en el silencio.
El beso colmó su última ansiedad.
—Te quiero —susurró Eddie.—Por eso estoy aquí —dijo Evan.
—Ahora...
—Es tiempo de esperar —afirmó Evan—. Ni siquiera lo vamos a tener fácil: tú, aquí; y yo, en Valledupar. Pero lo resistiremos.
—Soy capaz de acabar la carrera en la mitad de tiempo.
—¿Eres un genio o qué? —sonrió ella por primera vez.
—Puedo superarme.
—No será necesario —hizo un gesto de calma—. Tampoco quiero casarme antes de los veinticinco así que...
—¿Ah, no?
—¡No!
—Algo se nos ocurrirá.
—Eso espero —le confesó Evan volviendo a sonreír.
—Bueno, como te dije, tampoco hay tanta distancia entre Los Ángeles y Valledupar. Menos de una hora en moto, y la dueña de la pensión La Rosa seguro que
estará encantada de tenerme cada fin de semana.—¡Humm! Suena bien —le besó para confirmarlo.
Dejaron de hablar.El único sonido claramente perceptible por los dos fue el de sus corazones.
El de Evan sonaba a toda marcha, con un ritmo perfecto y una intensidad llena de vida.
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Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie
FanfictionPrincipalmente es una historia de chicoxchica pero es uno de mis libros favoritos, si lo leen espero que les guste. La vida de Evan ha cambiado por completo: un hecho imprevisible ha sacudido sus cimientos. Ha estado a las puertas de la muerte, pero...