CUARENTA Y CINCO

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Tardó una eternidad en llegar hasta él, en acercársele. Para cuando lo hizo, Evan ya tenía saturado todo su ser con la nueva realidad. Se sentía igual que una
jarra colmada por cuyos bordes rebosaba cuanto no cabía en su interior.

Y tenerlo cerca ni siquiera bastaba para hacerlo todo más llevadero; al contrario.
Ahora la verdad los aplastaba.

Cada frase de aquella carta adquiría sentido.
«...Para no hacerte ningún daño... Hasta el más extraordinario de los sueños es posible si se ama... Los sueños son traidores... Me he enamorado de ti. No era mi intención, pero ha sucedido... Sin embargo, no es tan sencillo y no quiero hacerte daño... También a mí me han
hecho mucho daño y tengo heridas invisibles en el alma... Soy un cobarde... Tenía que haberme ido antes, sin llegar a esto... Supongo que lo tendré merecido, por jugar con el destino. Gracias por darme una esperanza.»

¿Una esperanza?
Eddie intentó cogerle una mano. Evan la apartó, casi visceralmente, con un
movimiento seco. La otra, la que sostenía todavía el retrato de Shannon, tembló con el gesto. Lo mismo que su voz.

—¿Quién eres? —preguntó Evan.

—Eddie, nada más.

—No, no te conozco.

—Evan...

Se apartó dando un paso hacia la izquierda. No dejó el portarretratos en la
mesita. Parecía estar unida a él en cuerpo y alma. El segundo rechazo hizo que Eddie se derrumbara. Pese a todo, había un equilibrio entre ambos, una especie de delicado hilo conductor que los hacía permanecer en pie, cara a cara.

—Háblame de ella —pidió Evan.

—¿Qué puedo decirte?

—¿La querías?

—Sí —reconoció él.

—¿Desde cuándo?

—Nos conocimos hace casi dos años. Los habría hecho en otoño. Éramos
unos críos pero...

—¿Qué sucedió?

—Por favor...

—¡Dímelo!
Su grito fue igual que una bofetada. Lo alcanzó de lleno y le hizo acusar el
golpe. El rostro de Evan, en cambio, era una máscara inamovible.

—¿Qué quieres que te diga? —se rindió Eddie—. Estaba tan llena de vida, tan... —superó un primer ahogo, tragó saliva y pudo continuar, con mayor entereza—. Era socia de Greenpeace, de Amnistía Internacional, de Médicos sin Fronteras y, por supuesto, un día ella y varias de su clase se hicieron donantes de órganos.

Cuando me lo contó, me quedé un poco alucinado. Yo no... Bueno, da igual —lo apartó de su mente—. Recuerdo que un día, bromeando, me dijo que, si se moría, algo de ella quedaría en este mundo. Y cuando le dije que eso era absurdo,
porque ella era ella y nadie más, me contestó: «Si me quieres, seguiré viva para ti, porque estaré donde esté mi corazón».

Me pareció una frase tonta, propia de sus
fantasías, aunque ellas la hacían muy especial. Luego, aquel día, cuando tuvimos el accidente y la vi desangrarse dentro del coche, me la repitió, y entonces...

Llegó al límite, pero Evan no le dejó.
—¿Cómo supiste que yo llevaba su corazón?

—Mi hermana es médico, ¿recuerdas? Y un tío mío también lo es. Además, mi familia es de las que tiene peso. No fue difícil saberlo. Esas cosas se mantienen
en secreto, pero fue muy fácil. Un corazón de una chica de diecisiete años sólo puede trasplantarse a otra persona más o menos de la misma edad, por razones de tamaño y otros detalles. Yo estaba destrozado, pero sus palabras no dejaban de dar golpes en mi cabeza: «estaré donde esté mi corazón»...

Y era el mismo corazón que había latido por mí, el mismo corazón que latía todavía, sólo que en otro cuerpo.

Así que..., cuando supe quién eras y que vivías tan cerca, pensé casi que era el
destino. Lo único que yo quería era verte, saber quién llevaba ese corazón,
averiguar... no sé...

—¿Si lo merecía?

—¡No lo sé! —gritó Eddie por primera vez—. ¿Puedes entenderlo? ¡Me sentía muy mal y lo único que quería era verte! ¡Por eso vine! Algo me atraía, algo que fui incapaz de dominar o vencer y contra lo que no pude luchar. Fue una
escapada. Lo que menos pretendía era... —no consiguió articular la palabra, así que acabó con una desfallecida confesión—. Apenas si puedo creerlo, todavía me parece una burla, un sueño.

—O una pesadilla.

—¡No! ¿Es que no te das cuenta? ¡Te quiero! ¡Ésa es la única verdad: te quiero!

Nunca te he mentido acerca de eso. Te vi y... sucedió. No sé si de golpe, pero lo
cierto es que, cuando hablamos, cuando me asomé a tus ojos, cuando vi cómo eres...
¡Estoy enamorado de ti como nunca...!

—No, Eddie, no —movió la cabeza Evan y, por fin, pudo dejar el retrato de
Shannon en la mesa—. Crees que me amas, pero no es verdad.

—¡Sí lo es!

—¡Amas el recuerdo de Shannon y el latido de ese corazón, pero no me amas a
mí! ¡Sigues queriéndola a ella! ¡Has seguido ese latido, nada más! ¡Es como si fuera un eco!

—Te juro que...

—¡No! —gritó Evan.

Intentó cogerlo, casi se lanzó encima, pero Evan le llevaba una fracción de
segundo de ventaja. Escapó a su reacción, se apartó de su lado y echó a correr traspasando la puerta que permanecía abierta.

Eddie tardó en seguirla.
—¡Evan!

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora