CUARENTA

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Todavía era temprano, sobre todo teniendo en cuenta que se había acostado pasadas las dos de la madrugada, pero aun así marcó el número de teléfono de su amiga y esperó. Carolina se había quedado con Peter un rato más en su casa, así
que igual ella se había ido a la cama a las tres o las cuatro. Ni siquiera eso le importó.

Iba a sacarla de la cama.
—Hola, soy Evan —anunció.

—Ahora llamo a Carolina, hijo. ¿Todo bien?

—Sí, sí, señora, gracias.

—Vale, me alegro. Un beso, que hace mucho que no te pasas por aquí.

Carolina no tenía voz de estar dormida ni recién despertada. Se puso al
aparato con la misma energía de siempre. Incluso la impresionó diciendo:
—Hola, me has pillado en la puerta. Iba a salir.

—Oye —fue al grano Evan sin perder un segundo—, ¿anoche estabas realmente bebida o qué?

—¿Yo? ¿Tú qué crees?

—No sé, por eso te lo pregunto.

—Digamos que mitad y mitad.

—Es que te pasaste un montón, tía.

—Vaya por Dios, ¿qué «hice-dije-no hice-no dije-dejé de hacer o decir»?
A veces decía las cosas más raras con una fluidez aplastante.

—¿A qué vino lo de que si sus padres están forrados o lo de la tarjeta de crédito?

—Bueno, lo vi sacando dinero y me chocó, ¿qué pasa?

—¿Y eso es una casualidad o qué?

—¿Que sacara dinero? —dudó Carolina.

—No, que lo vieras precisamente tú haciendo eso. ¿Lo espías o qué?
Tardó un largo segundo en responder. Demasiado largo.

—¿Yo? Que no, mujer, que salía del vídeo-club y lo vi, nada más. Me pareció
raro que un tío de dieciocho años tuviese una tarjeta. ¡Ya quisiera yo una, mira!

Evan suspiró con fuerza.
—¿Qué te dijo después, cuando os fuisteis? —preguntó Carolina.

—Nada.

—¿No le preguntaste?

—No.

—¡Buck, pero si te lo puse a tiro! ¿Tú sabías que tenía dos hermanas y un
hermano, y que una era médico y el otro, ingeniero o no me acuerdo qué dijo que
eran?

—No —confesó Evan.

—Pues no me des la paliza —le espetó su amiga—. A mí me parece que tanto
misterio y tanto secreto ya no son normales, y tengo un no sé qué en el cuerpo que no me deja vivir.

—Eh, eh, que es mi problema, no el tuyo.

—¿Así que ya estamos con ésas?
Evan se mordió el labio inferior. Habían decidido que todo las afectaría por igual y que lo que le pasara a uno, para bien o para mal, le pasaría al otro.

—Perdona —reaccionó.

—Entiendo que estés molesto, pero no conmigo, sino con Eddie —se calmó
Carolina, hablando muy seriamente—. De verdad, es estupendo, me cae bien, se le nota que te adora, que está muy enamorado, pero es como una de esas cajas de caudales, que o sabes la combinación, o no hay forma. Y tal vez dentro no hay nada.

¿Tanto le cuesta decir algo de sí mismo? ¿De qué tiene vergüenza? Si confiase en ti ya te habría...

—¡Fíate de mí, Carolina! —gritó Evan.

—No, no me fío, lo siento —se puso sorprendentemente dura Carolina—. Tú
le quieres y te has volcado, como siempre. Por eso cierras los ojos y le das tiempo al tiempo. Muy bien, perfecto. Pero a mí me preocupa que hagas una tontería.

—¿Qué crees que haré, fugarme con él o algo así?

—Cuando acabe el verano, y queda ya muy poco, tendrá que hacer algo. ¿Sabes sus planes? No, ¿verdad? Pues tienes derecho a saberlos. Aunque sólo fuerais amigos, ya tendrías derecho, y sois mucho más que eso. ¡Pregúntale! ¡Jo, Buck, esto es demasiado serio para ti!, ¿vale?

Raramente la veía o la notaba enfadada, molesta o preocupada por algo.
Incluso en momentos duros, de fracasos, especialmente sentimentales, Carolina
sacaba a relucir su lado sardónico, su lengua más afilada e hiriente, su faceta irónica, su rapidez mental. Ahora la notaba tensa, como si una alarma silenciosa se hubiese disparado en algún lugar de su universo particular.

—Se lo preguntaré —convino Evan tras la densa pausa.

—Creo que deberías hacerlo.

—Vale, lo sé.

—Algo le pasa. A ti te cambiaron el corazón y a él puede que le falte... qué sé
yo —hizo una última broma—. Pero por fuerte que sea, tú lo superarás, y él también, si es que te quiere, y te aseguro que eso se le nota. Está colgado.

—Vale, vale.

—He de irme, ¿de acuerdo? —suspiró Carolina.

—Chao.

—¡Ay, señor! —se despidió su amiga—. ¡Si es que os sueltan por el mundo y
no estáis preparados para nada, para nada!

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora