VEINTINUEVE

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Carolina llegó cuando Evan acababa de terminar su desayuno y se disponía a arreglar un poco su habitación por propia iniciativa. Ni siquiera había
empezado, así que salió dispuesta a dejarlo para mejor ocasión, porque ardía en deseos de contárselo todo a su amiga.

No había querido llamarla por teléfono.
Había cosas que debían decirse cara a cara. Con el rostro iluminado corrió hacia la puerta y ni siquiera la dejó entrar.

—¡Ven, vamos a la piscina! —la empujó—. ¡Cuando te lo cuente...!

—Espera, ¡espera! —trató de detenerla la recién llegada—. Tengo algo para...

—No, primero yo. Nada es más importante, te lo aseguro.

—Cuando sepas qué es ya...
Fue inútil. Evan era un manojo de nervios a punto de estallar. La arrastraba, la dominaba, así que Carolina acabó cediendo. Llevaba un sobre en la
mano, pero Evan no le dio ninguna relevancia al detalle.

Al llegar a la piscina, a escasos metros de la esquina izquierda de la casa, Evan empujó a su amiga sobre una de las tumbonas. Ni siquiera esperó a que se
acomodara.

—¿Dispuesta? —anunció.
Carolina levantó la mano con la que sostenía el sobre, poniendo cara de
pillina.

—Ya está —dijo Evan pasando de ello—. ¡Ya está!
Logró captar su atención. La mano, con el sobre, se quedó quieta.

—¿Qué es lo que ya está? —preguntó.

—¡Anoche nos besamos! —saltó Evan.

—¿Sí?

—¡Siiiiiiií! —gritó alargando la «i» hasta el infinito.

Fue extraño. El rostro de Carolina no reflejó el entusiasmo que se suponía
debía reflejar. Más bien se llenó de sombras y dudas, como si no entendiera algo concreto.

Miró el sobre que seguía sosteniendo su mano.
Y lo dijo.
—Acabo de verlo. Y me ha dado esto para ti.
Ahora fue Evan la que parecía no entender nada.

—¿Qué?

—Me ha dado esto —Carolina se lo tendió tras repetirlo—. Y lo que menos
parecía era... feliz. Incluso le he preguntado qué le pasaba, pero no me ha dicho nada. No entiendo...

Evan cogió el sobre. Su ceño quedó fruncido, evidenciando que él
tampoco entendía muy bien lo que sucedía. Carolina reparó por primera vez en el escote de la camiseta de su amiga, que dejaba ver la cicatriz de su operación. De todas formas ya ninguno de los dos habló. Aquella carta centraba todo su interés.

Rasgó el sobre y extrajo de su interior una hoja de papel pulcramente escrita
a mano. Tuvo que sentarse, junto a Carolina, porque las piernas, de pronto, eran incapaces de sostenerla. Luego, sus palabras formaron un extraño rosario de difícil comprensión, porque justo en el día más feliz de su nueva vida le abrían de nuevo la puerta del pasado, del dolor.

«Querido Evan: No sé muy bien cómo empezar estas líneas, ni qué decirte en ellas, sobre todo para no hacerte ningún daño. Anoche, cuando me oí a mí mismo decirte lo que llevo en mi corazón, me asusté mucho, tuve miedo. Todo desapareció cuando nos besamos y
entonces supe que hasta el más extraordinario de los sueños es posible si se ama. Tus labios sellaron un montón de heridas y el tiempo dejó de contar para mí.

Lo que buscaba, lo que necesitaba estaba allí, en ese momento preciso. Y cuando te fuiste, me quedé flotando en una hermosa nube de colores. Eso fue anoche.

Pero a lo largo de una noche sin dormir, como acabo de pasar, he comprendido que los sueños son traidores, porque a veces te anestesian y, al despertar de ellos, todo vuelve a ser como era antes. Hay muchas cosas que no cambian, aunque el amor, siempre él, las haga más llevaderas. Te estarás preguntando a qué viene esto, qué pasa, pero por mucho que escriba y
escriba, no lo entenderás. Casi ni lo entiendo yo mismo.

Hay una verdad: Te Quiero. Me he enamorado de ti. No era mi intención, pero ha sucedido. Verte fue sentirme atraído por ti, y conocerte, desear dártelo todo. Sin embargo, no es tan sencillo y no quiero hacerte daño. Ya te lo han hecho antes, así que es mejor no seguir
con esto. También a mí me han hecho mucho daño y tengo heridas invisibles en el alma. Soy un cobarde, lo reconozco.

Pero no puedo decirte más. La culpa es mía y sólo mía. Tenía que haberme ido antes, sin llegar a esto. Eres especial y mereces toda la felicidad que, estoy seguro, no tardarás en encontrar. Yo, probablemente, no conoceré ya a nadie como tú. Supongo que lo tendré merecido, por jugar con el destino.

Gracias por darme una esperanza. Te Quiero.»

Y firmaba con un simple «Eddie».

La carta tembló en sus manos cuando éstas se dejaron caer sobre el regazo. A
su lado, oyó la voz quebrada de Carolina musitando:

—¡Anda la... !
—¿Cuándo te la ha dado? —preguntó de pronto Evan.

—Pues... ahora mismo, antes de llegar. No hace ni dos minutos.

Carolina se fijó en su amiga. No parecía estar destrozada, ni hecha polvo, ni a
punto de llorar. Sus ojos miraban hacia un punto invisible situado en algún lugar, delante de él.

Con fija determinación.
—¡Vamos! —dijo Evan levantándose de golpe.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora