CATORCE

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Inició el ascenso de la pendiente que conducía a su calle pensando en Eddie
y en las tres ocasiones en que había estado con él, incluida la primera, tan curiosa y ridícula, cuando notó una presencia cerca de él. Al levantar los ojos del suelo, lo vio.
Thomas.

Se quedó paralizado. No sólo no se lo esperaba, sino que fue como si lo
atacara a traición, como si él pudiera haber adivinado sus pensamientos. Supo que se había quedado Blanco por la impresión, aunque él no pudiera notarlo, rodeada por las primeras sombras de una noche estrellada.

—Hola, Evan.
Estaba a unos cinco metros, de pie, aunque seguramente había estado
esperándola sentado en la parte baja del muro de los señores Calden. Sólo dio un
par de pasos en su dirección, así que, después de todo, los pocos metros que aún los separaban eran igual que un abismo.

Evan logró reaccionar.
Continuó caminando y trató de pasar de largo a su lado.
No lo consiguió. Thomas lo retuvo cogiéndole del brazo. Evan hizo un gesto de furia para soltarse.

—Espera, por favor —le pidió el chico.

—¿Qué quieres? —le lanzó toda su ira en forma de mirada, una mirada cargada de reproches y desprecio.

—¿Cómo estás?

—¿Es eso? ¿Te interesa únicamente mi salud? Pues ya lo ves: muy bien. ¿No
se nota?

—¿De verdad estás bien?

—¿Preocupado a estas alturas? —le disparó verbalmente él—. ¿A ti qué te
parece? No tengo aspecto de muerto, ¿verdad?

—Eres injusto —susurró él con dolor.

—¿Yo? ¿Injusto yo? —pareció sorprenderse Evan.

—No tuve muchas opciones.

—Tuviste una —se puso el dedo índice en el pecho y agregó—: Yo. Pero pasaste de mí.

—¿No lo entiendes? —elevó la voz Thomas—. No quería verte...

—¿Qué, morir? Vamos, puedes decirlo, ya lo he superado.

El muchacho bajó la cabeza. Evan experimentó un torbellino de sensaciones. Los recuerdos cruzaron su mente como si ésta fuese transparente.

Eran como nubes sin rumbo, pero nubes compactas, llenas de momentos que un día fueron inolvidables.

Y había pasado tan sólo un año, aunque parecía que todo se remontara a otro
tiempo y otra dimensión.

—El amor es hasta el final, ¿sabes? —le dijo imponiéndose a su culpable
silencio—. No vale para pasarlo bien y cuando van mal dadas...

—Tuve miedo —confesó Thomas.

—¿Qué te crees que sentí yo? ¿Miedo tú? ¡Yo sí que tenía miedo, y estaba solo!
¿Dónde estabas tú cuando esperaba la muerte en el hospital? ¡Mierda, Thomas!,
¿dónde estabas?

—Lo siento. Ahora...

—Ahora soy otro —no le dejó hablar.

—No es verdad.

—Sí lo es, mírame.
Thomas seguía con la cabeza baja.

—Mírame —repitió Evan con más fuerza en la voz.
Lo hizo. Evan se había jurado no llorar. Él, en cambio, parecía roto y a punto
de hacerlo.

—De acuerdo —dijo el chico—, algo sí has cambiado, pareces más duro.

—Al contrario. De duro nada. Ahora amo la vida porque sé lo que es estar a punto de perderla. Me siento mejor, como persona, y también, feliz y contento. Pero
aún tengo miedo, vivo y duermo con él. Y es porque aún me siento solo y me cuesta
adaptarme a cuanto me rodea desde que me dieron el alta. Pero sé que saldré
adelante.

—Por favor, déjame que...
Volvió a quedarse cortado.

—¿Quieres intentarlo de nuevo o es sólo que te sientes culpable? Continúas
siendo tan egoísta como ya lo eras antes, aunque yo no me diese cuenta.

—¿Egoísta?

—No me importa, en serio. Ya no —le mostró las palmas de sus manos
desnudas—. Me duele pero no me importa. Yo estaba en el hospital y tú ya salías con Marc. Por cierto, ¿cómo está? Hace mucho que no lo veo.

—Fue una locura. Igual hubiera podido fumarme unos porros o beber hasta
emborracharme —quiso justificarse él.

—No me vale —negó Evan—. Te buscaste a otro y ya está, y encima fue él, «Don Caliente», ideal para hacerte olvidar, porque todo el mundo dice que es
muy fogoso. Pero da lo mismo, de verdad. Dejémoslo así. Dicen que el primer amor no se olvida y yo no te olvidaré, aunque estoy empezando a comprender que lo nuestro sólo fueron fuegos artificiales.

Por primera vez, y tras aguantar estoicamente el chaparrón verbal, Thomas la miró con dureza.

—¿Es por ése? —preguntó.

—¿Quién?

—Ya sabes a quién me refiero. Ése con el que estabas.

—Es un amigo. Acaba de llegar al pueblo, aunque eso a ti no te importa.

—Has estado un par de veces con él.

—Exacto —frunció el ceño al darse cuenta del comentario—. ¿Me espías?

—No. Me lo han dicho, nada más.

—¡Genial! —suspiró molesto—. ¡Desde luego un pueblo es lo ideal para
disfrutar de intimidad! ¿Tienes a muchos correveidiles a sueldo?

De pronto pareció cansarse de todo aquello. La ira aumentó y, sobre todo, la
necesidad de escapar, de echar a correr.

Su habitación estaba a menos de treinta
pasos.
—Bueno, ya vale, ¿qué quieres?

—Nada —murmuró él con dolor.

—Entonces buenas noches —dijo Evan.
Reanudó su camino, lo esquivó con miedo de que volviera a retenerlo y, al no encontrarse oposición, ganó seguridad, confianza, y acentuó el ritmo de sus pasos.

Fueron exactamente treinta y dos hasta meterse en su habitación, a salvo.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora