SEGUNDO LATIDO

31 2 0
                                    

                          NUEVE

El médico examinó el trazo de la línea que iba dejando el electrocardiograma
en la larga hoja de papel. Un trazo continuo, de subidas y bajadas estables,
siguiendo los impulsos marcados por el corazón con cada uno de sus latidos.

Evan, tendida horizontalmente y conectado por medio de los electrodos al
sistema de aparatos, lo observaba de reojo, pero también con confianza. Los días en que la angustia y el miedo dominaban cada una de aquellas escenas habían pasado.

Por si no fuera bastante, el hombre lo tranquilizó aún más, sin esperar a que la
prueba hubiera finalizado.

—Bien, muy bien —comentó—. Perfecto.

—Me alegro —reconoció él.

—Si no fuera por lo que sabemos tú y yo, nadie diría que has pasado por todo
lo que has pasado.

Evan cerró los ojos y respiró con fuerza. De hecho era uno más de sus
exámenes rutinarios, pero no podía impedir que, cada vez que entraba en la
consulta, una fuerte agitación se disparara en su interior. Un año antes estaba perfectamente, y luego...

La vida podía cambiar en un segundo.
—Muy bien —dio por terminada la última prueba el médico—. Vamos a
quitarte esto.

Lo hizo un enfermero, con cuidado, mientras él esperaba examinando la
larga ficha médica de Evan. Cuando  estuvo libre de cables y conexiones,
comenzó a vestirse. Para entonces el doctor ya había regresado a su despacho y se había sentado al otro lado de su mesa. La puerta había quedado abierta y su paciente se reunió con él.

—Siéntate —le pidió.
Evan le obedeció mientras él terminaba de efectuar unas anotaciones.

La tira de papel con el electrocardiograma fue lo último que añadió a su expediente.

Luego lo dejó sobre la mesa y se enfrentó a él con una sonrisa cálida en los labios.

A Evan le gustaba, y no sólo porque le había salvado la vida. Era un buen
hombre, lleno de ternura, sensibilidad y comprensión.

—Cuéntame —le pidió.

—¿Qué quiere que le cuente? —le preguntó Evan.

—Pues qué haces y todo eso. Estamos en verano. ¿Ya nadas, caminas, haces
ejercicio?

—Sí, sí.

—¿De verdad?

—Bueno, en casa tenemos una piscina, pero no es olímpica, claro.

—Tú ya me entiendes —manifestó el médico—. Se trata de actuar con
normalidad.

—Lo hago.

—¿Del todo?

Evan se mordió el labio inferior. Bajó la vista al suelo un momento.

—Lo intento —reconoció.

—Es lógico —aceptó el hombre—. Crees que cualquier esfuerzo puede
provocarte algo irreparable, pero se trata de que vayas cogiendo confianza.

Por eso es tan importante llevar una vida normal. Estás bien, Evan. Tu corazón debe asimilar esa normalidad, pero es básico que también lo haga tu mente. En tu cuerpo todo trabaja al unísono. ¿Te dije que tú eres tu mejor ayuda?

—Sí.

—¿Cuántas veces?

—¡Uf, cantidad! —bromeó Evan.

—Pues te lo digo una más: eres tu mejor ayuda. Que tu mente esté serena y tu
ánimo hará el resto. ¿Qué tal en casa?

—Ése es el problema —asintió con pesar Evan—. Me miman como si fuera
un inválido y están tan pendientes de mí que...

—Es comprensible.

—Ya, y lo entiendo, pero a veces me ahogan. Aunque yo no piense en nada,
me basta con mirarlos para que todo vuelva a mi memoria. Me hacen sentir mal. Un estornudo es suficiente para que me pregunten qué me pasa, si me duele algo. Es como si fuera a caerme de un momento a otro. Yo creo que, cuando estoy delante, ni respiran.

—He hablado con ellos, pero es difícil hacerles entender cuál es su papel en
nuestra estrategia. Por eso quería verte a solas.

—Y yo se lo agradezco, doctor Molins. Me siento mucho más cómoda sin
ellos.

—Bueno, únicamente piensa que en unos meses, puede que menos, en unas
semanas, todo esto habrá pasado y la normalidad será absoluta. Ten paciencia, ¿de acuerdo?

—La tengo.

—¿Y de amores?

Le sorprendió la pregunta. Era la primera vez que abordaba el tema. Ni
siquiera supo qué decir.

—Normal —se encogió de hombros.

—Entonces recuerda tan sólo que, pese a lo que se diga en las novelas y en las
películas, el amor nunca ha roto realmente un corazón, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —se echó a reír Evan.

—Perfecto —el doctor Molins se puso en pie—. Pues vamos a ver a tus padres y a tranquilizarlos un poco.

Evan también se levantó. El médico le pasó un brazo por encima de los
hombros, amigable y distendido.

Salieron por la puerta del despacho riéndose, lo que dejó no poco
sorprendidos a los padres de Evan.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora