CUARENTA Y SEIS

22 2 0
                                    

Le llevaba unos cuatro o cinco metros de delantera y fueron suficientes para que no la atrapara inmediatamente. Evan bajó las escaleras saltando los peldaños
de tres en tres, llegó al vestíbulo de la pensión y salió a la calle, a la luz, que la
golpeó de pleno. Quedó cegada por ello y por las lágrimas que ya fluían de sus ojos.

No se detuvo en la puerta. Dobló a la izquierda y siguió corriendo.
—¡Evan! —volvió a oír la voz de Eddie.

Pudo notar su presencia, cada vez más cerca, y se preparó para el contacto.
Llegó a agarrotar los músculos para rechazarlo, mientras eludía a la gente que circulaba por la acera y se apartaba ante su carrera con cara de asombro.

Finalmente, a unos escasos diez metros de la pensión, Eddie la atrapó.

Fue electrizante.
—¡No! ¡Déjame!

—¡Ven aquí, por favor!

—¡Vete, vete!
Lo obligó no sólo a detenerse, sino a girar el cuerpo y mirarlo. Evan cerró
los ojos, negándose a ello. De pronto se dio cuenta de que casi no podía ni hablar, porque el corazón le golpeaba el pecho como si quisiera salir de él.

Y tal vez fuera así.
Se asustó por primera vez.
—Evan, ¿qué te pasa? —oyó preguntar a Eddie.

¿Qué le sucedía? ¿Le preguntaba qué le sucedía?
Sí, ¿qué le estaba sucediendo?

El corazón de Shannon, su corazón, ya no latía con aquel paso firme y sereno al
que estaba acostumbrada. Ahora sus latidos eran irregulares, anárquicos, se
aceleraban de forma súbita y de repente se detenían y se volvían atropelladamente lentos. Sintió una angustiosa presión en la mente. Una presión que ya conocía.

Y sus rodillas se doblaron.
—¡Evan! —volvió a gritar él.

Hubiera caído al suelo de no ser por Eddie, que la tenía cogida. Aun así, lo
único que pudo hacer fue acompañarla al vencerse su cuerpo, derrotado por el
miedo tanto como por el efecto de aquel fenómeno. Esta vez sí lo miró.

—Edd...ie —murmuró.

Estaba pálido, tan asustado como Evan.

—¿Qué tienes? ¡Por Dios!, ¿qué tienes?
No pudo decirle nada. El corazón ya no conocía ninguna regla. Iba y venía a
su antojo, sus latidos se aceleraban y se amortiguaban como si bailara a su aire.
Quiso levantar una mano, para acariciarle la mejilla, como solía hacer siempre, y se encontró sin fuerzas.

Las primeras personas se arremolinaban ya a su alrededor. Eddie miró hacia
ellas.

—¡Una ambulancia, por favor! —gritó entonces—. ¡Que alguien llame a una
ambulancia!

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora