TREINTA Y CINCO

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El doctor Molins lanzó un largo y profundo suspiro de felicidad al hacer las últimas comprobaciones. En su cara apareció una significativa sonrisa que le iba de oreja a oreja.
—Evan —dijo—, yo diría que nunca has estado mejor.

—¡Bien! —asintió él.

—Ya puedes vestirte —el médico se puso en pie—. Te aseguro que pocos
pacientes míos tienen un estado tan saludable como el tuyo.

—O sea que...

—Mira, si fuera por mí, ya no te querría ver más el pelo al menos en seis meses o un año. Pero para seguir con los exámenes rutinarios, calculo que en
septiembre deberíamos echar un nuevo vistazo. Por seguridad.

—O sea que en agosto, ¡estoy libre! —dijo Evan, encantado por la buena noticia.

—Del todo.

—¡Fantástico! —cantó llena de alegría Evan.

—A ver —bromeó el médico—, ¿o te creías que ibas a fastidiarme las
vacaciones?

—No, no, por favor.

—Pues eso.
Era una persona encantadora. Lo había ayudado mucho. Supo darle confianza en los peores momentos y esperanza cuando parecía no haberla en ninguna parte. Le caía muy bien, pero el hecho de no verle en todo un mes era la mejor de las noticias.
—Te noto..., no sé, distinto —dijo el doctor Molins desde la puerta, antes de
reunirse con los padres de su paciente.

—¿Ah, sí? —se detuvo Evan.
No sabía que se le notase tanto.

—Sí, te brillan los ojos, estás muy alegre, bromeas... En una palabra: pareces
radiante.

—Pues no sé —se puso rojo sin poder evitarlo.

—Vale, vale, como decís los jóvenes. Sea lo que sea, es bueno. Sigue así.
Cuando alguien está enfermo, la cabeza influye más del cincuenta por ciento en la recuperación total. Te espero fuera.

—Voy en seguida.
El doctor Molins salió y lo dejó solo. Acabó de vestirse. Pensó que le habría
gustado contárselo, pero aún le daba un poco de corte y vergüenza. La gente mayor opinaba todavía que los amores antes de los veinte no funcionaban.

Sonreían, decían «oh, qué bien» y cosas así, pero en el fondo se lo tomaban como si los jóvenes estuviesen jugando. No entendían que no era un juego, que el amor a los dieciséis, diecisiete o dieciocho años es casi siempre lo más fuerte y fundamental. Incluso a los quince, como su prima Amy, o a los catorce, como Mary, la del colegio, que
después de cuatro años seguía igual de enamorada de su novia.

Los mayores olvidaban pronto cómo fueron sus años de adolescencia y
juventud. O decían que eran otros tiempos, diferentes.
¿Desde cuándo el amor cambiaba con los tiempos?

Acabó de vestirse y salió fuera, donde el doctor Molins estaba asegurándole a
su madre que no verlo en todo un mes era una buena señal y que no se preocupara.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora