TREINTA Y SEIS

25 2 0
                                    

Eddie le tocó la cicatriz con las yemas de los dedos, bajando desde su garganta hasta el elástico de su traje de baño. Evan le miraba a los ojos.

—¿Sientes algo? —quiso saber Eddie.

—Sólo un cosquilleo.
La mano se detuvo.

—Pero el resto del cuerpo lo tengo muy sensible —le recordó con una sonrisa.
Eddie llevó esa misma mano hasta su mejilla y la acarició. Ella ladeó la
cabeza para besársela breve y fugazmente. La mano siguió recorriendo su piel hasta llegar a la base de la oreja, y después le acarició el cuello por la parte posterior. Sus ojos, sin embargo, seguían fijos en la cicatriz de su pecho.

—No te gusta hablar de esto, ¿verdad? —comentó Eddie.

—No me gustaba, y probablemente siga sin gustarme, pero contigo es distinto. Nunca hemos hablado de lo que me pasó. Y tienes derecho a saberlo todo.

Le pareció que Eddie tenía un leve destello en sus ojos, una descarga
eléctrica.

—¿Cómo sucedió?

—Lo llaman miocardiopatía dilatada —respondió Evan.

—¿Por qué todos los nombres médicos suenan tan raros?

—Bueno, lo que tuve sí era raro. Supongo que eso es lo que duele más. Te dicen que hay un caso entre tantos millones y te dejan aún más hecha polvo.

Cuando pillas la gripe, como la pilla una de cada tres personas, no te importa. Pero ser una entre cien mil, entre un millón o cinco millones fastidia.

—¿Cómo pudo tu corazón dilatarse sin más?

—Siempre tuve un corazón muy grande y generoso —bromeó Evan sin ganas.

—En serio —pidió Eddie.

—La verdad es que fue todo tan rápido... —Evan hizo un gesto de duda y
resignación con los hombros—. Que si la infección vírica, que si la miocarditis
aguda, que si... Lo único que sabía yo era que mi corazón, de pronto, ya no servía y
necesitaba uno nuevo. ¿Te imaginas? Así de fácil. O me hacían un trasplante o
adiós.

—¿Qué sentiste cuando te lo dijeron?

—Imagínate. Para mí fue como tropezar con un marcianito verde en el patio.
De repente, palabras como trasplante y donación de órganos se me hicieron familiares.

Yo no tenía ni idea de nada de eso y tuve que ponerme al día. Una oye por
televisión que somos uno de los países del mundo con más donaciones de órganos, que hay mucha gente esperando un corazón y mucha gente esperando un riñón, que si alguien se muere y dona sus órganos pueden aprovecharse el corazón, el hígado,
los riñones, las córneas... Es bastante abrumador, ¿no crees?

—¿Pensaste que te morirías?

—Es difícil de decir. Tenía muchas esperanzas, ¿sabes? Muchas. Pero a
medida que pasaban los días... —hablaba con absoluta naturalidad, sin esfuerzo—. Al llegar el final, aquella última noche, cuando todo era cuestión de horas, o de minutos..., entonces sí, creí que no lo contaría. Pensaban que no me enteraba de nada, pero tenía ratos de
consciencia y en ellos, cada vez que miraba la vida que había al otro lado de mí, me decía que tal vez fuese lo último que viesen mis ojos, porque ya no volvería a abrirlos. Y no quería morir. No dejaba de repetirme que tenía tantas cosas por hacer.

Finalmente, cuando apareció ese corazón, cuando me dijeron que iban a operarme y que viviría...
No era Evan la que tenía los ojos húmedos. Era Eddie. Evan se dio cuenta y
entonces se le acercó, le acarició y le besó los ojos, los dos. Notó el gusto salado de esa humedad en los labios.

—Tranquilo —le dijo—. Ya pasó.

—Todo es tan... —intentó decir algo el chico.

No pudo. Dos lágrimas asomaron bajo sus pupilas y se le hizo un nudo en la
garganta.

—Estoy bien, de verdad —dijo Evan—. El médico me lo aseguró ayer, ya te lo dije. Mira, tócalo, oye cómo late, firme y seguro.

Le cogió la mano de pronto y se la llevó al pecho, sin ningún atisbo de vergüenza. Su corazón, por ese contacto y por el extraño abatimiento de él, comenzó a latir con mayor fuerza.

Eddie rompió a llorar, impulsiva e incontroladamente. Apartó la mano,
como si le quemara aquel contacto, y bajó la cabeza para que Evan no le viera llorar. Durante un segundo quedó allí, apartado de él, quieto, como un muñeco roto, con la densidad de su amargura y un invisible dolor llenándole el alma, cubriéndole de arriba abajo. Hasta que Evan lo abrazó y Eddie se derrumbó de nuevo sobre su pecho, abatido por segunda vez por el decidido tam-tam del corazón de Evan.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora