Acababa de llegar y se había sentado solo cuando apareció él, tan misteriosamente como siempre, igual que si saliera de la nada, como si se materializara a su lado, o... como si la esperase.
—Hola.
—Hola —correspondió a su saludo.
Eddie se quedó de pie, aguardando algo, tal vez una invitación por su parte.Evan no se lo sirvió en bandeja. Prefirió ver sus nervios, aquella contenida
tensión que lo dominaba cuando estaba con ella, la sensación de inquietud, aunque al menos ya no se mostrara tan tímido como para no acercarse a hablar con él.Fueron apenas unos segundos. Decidió no ser una sádica.
—¿No te sientas? —le sugirió.
—Bueno... —lo hizo bien, fingiendo despreocupación, pero no la engañó—.
Sí, gracias —luego buscó una excusa para iniciar una conversación trivial—. ¿Y
Carolina?—En la ciudad, con sus padres.
El escaso público del polideportivo saludó en ese momento un gol de su
equipo. Las gradas cobraron una inusitada vigorosidad y colorido, con dos docenas de chicos y chicas en pie dando saltos. En el centro de la pista, protegida por su cubierta de color amarillo, los jugadores del equipo de balonmano se abrazaban entre sí.—¿Quién gana? —preguntó Eddie.
—Ni idea, acabo de llegar y me he sentado aquí como podía haberlo hecho en la piscina. No soy muy amante de los deportes que digamos —le tendió la bolsa de ganchitos que estaba disfrutando—. ¿Quieres?
—Gracias —metió la mano en su interior y sacó uno—. ¿Te gustan estas cosas?
—Es para tener algo en las manos —se justificó Evan.
—Ah.
Evan se echó a reír.
—¿Qué pasa, qué he dicho? —abrió mucho los ojos Eddie.
—A veces eres tan serio...
—Defecto de fabricación, supongo —se resignó el otro.
—Bueno, no me hagas caso. Yo también tengo fama de serio. ¿Has encontrado ya trabajo?
—No.
—Pues lo vas a tener crudo —insistió una vez más al respecto—. Mira, aquí hay unas cinco mil personas, me refiero al censo del pueblo, pero nos rodean nada
menos que diecisiete urbanizaciones. En ellas vive mucha gente de manera habitual, aunque la mayoría son segundas residencias de los de Los Ángeles. Y no todos los que viven todo el año están empadronados en el pueblo.
Eso quiere decir que no es un pueblo con industrias ni nada de eso, salvo la fábrica de chocolates o, un poco más arriba, la fábrica de cemento. Aquí abundan los pequeños comercios, eso sí, pero casi todos son negocios familiares. Quizás te iría mejor en Cervelló.—Tampoco tengo prisa —reconoció él.
—¿Qué hacías antes de venir aquí?
—Estudiar.
—¿Y tu familia?
Eddie dejó de mirarlo como solía hacerlo, de forma fija y absorbente. Dirigió sus ojos a la pista, donde de nuevo atacaba el equipo favorito de la mayoría de los asistentes, a juzgar por los gritos de ánimo que les dirigían desde las pequeñas gradas de cemento. Evan percibió que su observación había sido inoportuna.
—Perdona —dijo—. A veces olvido que a mí también me joroba bastante hablar de según qué.
—No, no, qué va, es sólo que... —fingió indiferencia— no hay mucho que decir, salvo que necesitaba estar solo y por eso me he ido.
—Ojalá también pudiera marcharme yo —reflexionó Evan.
—¿Por qué?
Ahora el que no respondió al momento fue Evan.
—Vale, uno a uno —se disculpó él.
—¿Qué harás si no encuentras trabajo? —cambió de tema Evan.
—No lo sé. Ya te dije que tenía dinero para aguantar un par de meses.
—Te acabarás marchando —aseguró ella.
—No tiene por qué ser así.Se sintió observado al milímetro, así que mantuvo los ojos en la pista, dejando que Eddie lo mirara. Se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía incómodo. No era el tipo de mirada que le dirigían los vecinos del
pueblo después de la operación, aunque cada vez se encontraba menos con ello; ni la mirada de los chicos que se le acercaban con ánimo de ligar antes de sus problemas de salud. Era como si Eddie lo acariciase con los ojos, le mimase y le hablara con ternura a través de ellos. Percibía que le gustaba y sentirse así le producía una tranquilidad, una sensación de normalidad mayor que todo cuanto pudiera decirle el doctor Molins. Había llegado a creer que nunca más volverían a mirarlo como lo hacía Eddie, si es que alguien lo había hecho alguna vez de aquella forma.Más aún, había creído que jamás sentiría otra vez lo que estaba sintiendo ahora.
Aunque sólo fuese un juego: chico y chico, verano...
Pero si era así, ¿por qué se sentía como se sentía?—Yo antes hacía muchos planes —se oyó decir a sí mismo, sin saber en qué
momento había decidido volver a hablar—. Ahora sé que lo importante es vivir al
día.—Yo pienso lo mismo —reconoció Eddie—, aunque sé que no es justo.
—¿Por qué ha de ser justo?
—Porque no puede vivirse tan sólo el momento, y porque siempre hay algo
más, comenzando por un después, un más tarde, un mañana.—Eres un filósofo —dijo Evan sin ánimo de burla.
—He aprendido algunas cosas, nada más.
Esperaba que él le preguntase cuáles y, al ver que no lo hacía, que se había
quedado súbitamente pálido, siguió la dirección de su mirada. No le costó
encontrar el motivo de aquel silencio. Al otro lado de la pista un muchacho joven,
de dieciocho o diecinueve años, también miraba hacia él. Iba acompañado por
otro chico y dos chicas.Fueron apenas unos segundos.
Luego él apartó su mirada y Evan apretó las mandíbulas con tanta fuerza que sus sienes palpitaron levemente.A continuación se puso en pie.
—Vámonos —le pidió.Eddie no tuvo tiempo de nada más: se levantó para seguirlo porque Evan ya le
llevaba un par de metros de ventaja.
ESTÁS LEYENDO
Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie
FanfictionPrincipalmente es una historia de chicoxchica pero es uno de mis libros favoritos, si lo leen espero que les guste. La vida de Evan ha cambiado por completo: un hecho imprevisible ha sacudido sus cimientos. Ha estado a las puertas de la muerte, pero...