DIECINUEVE

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—¿Que se fue? —exclamó Carolina.

—Sí, así —chasqueó los dedos para ser más explícita.

—Pero... —evidentemente no lo entendía, y repitió—: Pero...

—Fue asombroso —dijo Evan—. En un momento me estaba diciendo que era hermoso y al siguiente...

—Algo harías.

—Que no.

—Buck, que los tíos no se van así como así.

—Pues él lo hizo. Y parecía a punto de echarse a llorar.

—¡No!

—No me lo invento, ¿vale? Tenía los ojos totalmente húmedos.

—Ah, vale —hizo un gesto como si de pronto lo entendiera todo—. ¡Qué
fuerte!

—¿Qué es lo fuerte? —se perdió Evan.

—¿Es que no lo ves? Ya no se trata de que le gustes, ¡se ha colado! ¡Y lo ha hecho a lo bestia!

—¡Anda ya!

—Buck, que se ha colado y tiene miedo —insistió Carolina antes de poner cara de éxtasis y agregar—: ¡Qué bonito! ¡Un romántico!

—¡Y tú, qué ingenua!

—¿Yo? Pero bueno, ¿estás ciego o qué? ¡Un chico capaz de llorar por lo que
siente es...! ¡Por favor, Evan! ¿No tiene ningún hermano? ¡Yo quiero que alguien
me diga que soy hermosa y se ponga a llorar a moco tendido!

—¿Y si sabe lo mío? —preguntó Evan.

—Pregúntale.

—No puedo.

—Pues entonces, díselo. Pero no creo que sea eso.

—¿Por qué?

—Pues porque basta con mirarle a los ojos —repuso Carolina—. Los tiene de
carnero degollado. ¡Pero si es un dulce! No sé por qué no atacas. Y con lo que queda de verano por delante, ¡una pasada! Ojalá me ocurriera algo así a mí, ibas a ver tú.
Mejor dicho, de ver nada, porque me perderías de vista hasta septiembre.

—O sea, que soy el chico del año, el de la gran suerte.

—Mira, si lo dices por esto —puso un dedo en el pecho de Evan—, pase.

Pero si lo dices por lo demás... No tienes más que pensar en Thomas y ahora en
Eddie. Es que ni punto de comparación, vaya.

—Yo estaba enamorada de Thomas —reconoció Evan.

—Y yo de Nate hace un año, mira ésta. Y bien colada que estaba. Ahora en cambio ni yo lo entiendo. Lo veo y me pregunto si tenía el gusto en salva sea la parte. Además, tú lo has dicho: «estabas». Eso es pasado. O aún...

—No, ya no.

—¿En serio?

—¿Con lo que me hizo?

—Eso no significa nada. Si le quisieras, lo perdonarías y amén.

—Pues no le quiero, aunque a veces recuerdo cosas, lugares..., ya sabes. El
otro día, cuando hablamos, lo comprendí. Me queda un ligero dolor, una resaca, ¿entiendes? Pero se acabó.

—Eso es cierto —calculó Carolina—. Los sentimientos siempre dejan un poso,
¿verdad?

—Yo más bien diría que es una herida. Dicen que, cuando te cortan un brazo o una pierna, tú aún sigues sintiéndolo y hasta te dan ganas de rascarte los dedos
porque te pican.

—¡Ay, calla! —se estremeció su amiga.

—Soy una experta en hospitales, ¿recuerdas? —bromeó Evan.

—Pues mira tú qué bien.
Se detuvieron de pronto. Había un coche aparcado delante de la casa de Evan. Y un coche nada típico. Las siglas de una cadena de televisión eran visibles en el capó y la puerta. Carolina deslizó una subrepticia mirada en dirección a su
compañera, que había perdido su recién nacida sonrisa tras la broma. Pudo captar el abatimiento, el súbito cansancio, el peso sobre los hombros cayéndole encima, la profunda impresión causada por aquella aparición.

—Por favor —le suplicó Evan—, entra conmigo.

—Claro.
En el fondo habría deseado dar media vuelta y echar a correr, pero sabía que
era inútil, así que entró en su casa seguida por Carolina.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora