TREINTA Y DOS

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La moto de Charlie adelantó a la de Eddie nada más iniciar esta última la
marcha, con el cambio de rojo a verde. Primero, Eddie pareció no entender la
maniobra. Después, al ver los gestos de Evan, lo reconoció.

Casi se estrelló contra el coche que lo precedía.
Evan temió que no parara, pero, por si había alguna duda, Charlie se colocó
por delante para hacerlo frenar. Eddie disminuyó la velocidad, hasta detenerse a la derecha, y subió la moto sobre el paseo arbolado que constituía el bulevar central del pueblo. Charlie hizo lo mismo una docena de metros más adelante, suficientes para que su pasajera pudiera hablar a solas con el sorprendido Eddie.

Evan no perdió ni un segundo, ni siquiera para quitarse el casco y dejarlo
en la moto de Charlie. Saltó de ella y echó a correr mientras se lo sacaba. Lo acabó de hacer justo al detenerse delante de Eddie. Entonces sus manos cayeron a ambos lados del cuerpo, sin fuerzas, todavía sujetándolo con la derecha. Eddie también se había quitado el suyo.

Ambos quedaron como paralizados, incluso sus ojos: doloridos y con la huella de algunas lágrimas los de él, suplicantes los de Evan.

La primera palabra tardó en estallar. Una eternidad.
Y la pronunció Evan.
—¿Por qué?

No hubo respuesta, sólo dolor.
—¿Por qué? —repitió Evan con más fuerza.

—Era mejor dejarlo así —susurró Eddie.

—¿Qué te pasa?

—Nada —Eddie bajó los ojos, rehuyéndola.

—¿Es por esto? —Evan se tocó la cicatriz con la mano izquierda y, al ver que no la miraba, acabó gritando—: ¡Mírame! ¿Es por esto?

—¡No! —exclamó el muchacho.

—Dime una cosa: ¿sabías que la tenía?

—Sí.

—¿Sabes lo que me pasó?

—Sí.

—¿Desde cuándo?

—Desde el primer día —confesó.

—¿Cómo lo supiste?

—Por Dios, Evan, ya basta. Eso no importa.

—Tú lo has dicho: no importa —dijo Evan—. Lo único que sí importa es que
estoy bien, y aún me he sentido mejor desde que tú... —la emoción le impidió
continuar hablando, aunque lo intentó—. ¿No crees que... es tarde para echarse...
atrás?

—Nunca tenía que haber sucedido —movió la cabeza Eddie, víctima de un
profundo pesar.

—¿Por qué? —volvió a gritar Evan, incapaz de comprenderlo—. Y además,
¿qué importa esto ahora? ¡Ha sucedido y ya está!

—Lo sé —aceptó Eddie.

—Entonces, ¿por qué te vas?

—Por miedo —lo miró fijamente—. Te lo decía en la carta.

—¿Miedo de qué?

—Te quiero —dijo Eddie.

No fue una declaración, sino un golpe, un estallido.

—Y yo a ti, por Dios... —gimió Evan.

—Pero ha sido tan rápido.

—¿Y qué? Yo era el primero que no quería enamorarme, pero esas cosas no se escogen, pasan y ya está. Ahora te quiero, ¿cuál es el problema?

—Es que... —apretó los puños y las mandíbulas—. ¡No tengo nada! —acabó
diciendo—. ¡Acabo de llegar a Valledupar, estoy sin trabajo, no soy nadie, ni siquiera me conoces!

—¿Es que alguien conoce a alguien alguna vez? —repuso Evan—. Mis padres llevan casados veintitrés años y a veces mi madre aún le dice a mi padre que no lo conoce. Para eso decide unirse la gente, para conocerse, para compartir cosas.

—Entonces soy un cobarde —se acusó Eddie.

—Todavía no sé lo que eres, pero sí sé lo que no eres y, desde luego, no eres
un cobarde. ¿Por qué no te das una oportunidad y me la das a mí?

—Evan, ¿y si...?

—Sin preguntas —lo detuvo Evan—. Ni preguntas ni condiciones. Seguimos y
nos damos el tiempo que parece que necesitamos, pero juntos.

Eddie dejó caer la cabeza sobre su pecho.
—Vuélvete conmigo, por favor —le pidió Evan—. Ni siquiera has de preocuparte por el viaje. ¿Ves? Tengo casco.

Casi le hizo sonreír. Los dos sabían que llevaba uno de más, ahora posiblemente oculto en la bolsa de viaje anudada detrás.

—Estás loco —suspiró Eddie.

—Ya lo sé. Creo que, además del corazón, me cambiaron los tornillos de la azotea. Pero estoy segura de lo que hago, te lo juro.

Eddie tenía las manos libres. Se las puso en los hombros. Bastó con ese contacto y el calor de su mirada para que Evan dejara caer el casco al suelo.

Pasó sus brazos alrededor del cuerpo de Eddie.
Y se abrazaron despacio, largamente, sintiéndose, antes de levantar sus
cabezas y besarse por segunda vez en su vida.

En su universo, todo era paz y silencio.
Tanto, que ni siquiera oyeron el ruido de la moto de Charlie arrancando de nuevo para regresar a Valledupar.
El hermano de Carolina sonreía con seráfica complicidad.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora