CUARENTA Y SIETE

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Lo abrazó, llorando, sin dejar que nadie lo tocara. Evan..., no te mueras, por
favor..., no te mueras...

—¿Por qué?
Apenas era un hilo de voz. Sólo pudo oírla él, que la tenía estrechamente
abrazado.

—Tienes que vivir —le dijo.

—¿Porque llevo su... cora...zón...?

—No, cariño —la besó en la frente primero y en los labios después—. Porque te quiero, y porque ya no importa el pasado, sino esto, tú y yo. Por favor, Evan, vuelve a luchar... Por favor...

Se escuchó una sirena, a lo lejos.
—Eddie.

—¿Qué?

—Eddie...
Sólo repetía su nombre. Había cerrado los ojos y se desvanecía muy lentamente.
La sirena se acercaba.

Eddie le puso una mano en el pecho. Tres latidos muy rápidos, una pausa, dos muy lentos, otros cinco seguidos, otra pausa y tres más sin apenas ritmo. Era como si allí dentro algo anduviera a oscuras, sin encontrar una puerta, dándose golpes contra las paredes, cada vez más asustado.

La sirena ya estaba allí.
La gente empezó a moverse y las voces se elevaron. Voces extrañas.

—¡Es Evan, el hijo de los Buckley!

—¡Pobrecito!

—Ya sabía yo que esas cosas...

—¡Apartaos, apartaos!

—¡Aquí, aquí!

El resto fue muy rápido. Aparecieron dos hombres vestidos de blanco, le prestaron los primeros auxilios mientras la gente, toda la gente, les decía de quién se trataba y lo de su corazón. Luego lo metieron en la ambulancia. Eddie trató de seguirlo.

—No puedes subir, chico —le detuvo uno de los dos enfermeros.

—Es que...

—Tranquilo, ¿vale? Avisa a su familia.
Rápido, muy rápido. A vida o muerte. La miró por última vez y luego todo
desapareció. La ambulancia se alejó carretera abajo, en dirección a Los Ángeles.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora