TREINTA Y TRES

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La moto de Eddie se detuvo a unos metros de la casa de Evan, según su
costumbre. En el momento de bajar, Evan se quitó el casco. No sólo tenía ganas de liberarse de esa coraza, sino también de respirar y, por encima de todo, de hacer lo que hizo cuando él también estuvo libre del suyo.
Abrazarle y besarle.

Eddie pareció asustarse primero, antes de mirar a su alrededor y ver que
estaban solos. Luego cayó en la más absoluta de las tentaciones, lleno de aquella dulzura. Cerró los ojos y naufragó en aquel pequeño océano de ternura formado por los brazos, el cuerpo y los labios de Evan. Él estaba temblando.

—Evan... —le oyó susurrar.

—Despacio, recuerda, despacio —musitó Evan, acariciándolo.

Le pasó una mano por la nuca, hundiendo los dedos en su cabello. El nuevo abrazo fue un poco más fuerte. El nuevo beso, aún más cálido.

No querían separarse, pero lo hicieron. Sólo un poco.
Evan deslizó el dedo índice de su mano derecha por el labio inferior de su
compañero.

—¿Después de comer? —le preguntó.

—Sí.

—¿No volverás a escaparte?

—No.

—¿De verdad?

—De verdad.

—Te quiero.

—Te quiero.

Otro beso más. Hacía calor. Pero los dos temblaban, con ramalazos de frío
recorriendo sus espinas dorsales. Calor y frío, un fascinante contrasentido.

Finalmente sus labios se separaron.
Ante ellos se abría una larga y dolorosa cuenta atrás.
Cuando Evan entró en su casa, pensó que hacía una eternidad que había salido de ella.

Eddie se quedó solo, en la calle, junto a su moto.
Entonces cerró los ojos y rompió a llorar, suavemente.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora