VEINTICUATRO

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La tormenta de verano descargaba con fría furia sobre el pueblo. Todo se había puesto repentinamente negro, en cuestión de minutos, y todo volvería a ser diáfanamente azul en cuestión de pocos minutos más. Era lo típico.

No le gustaban los días de lluvia.
Eran días tristes, melancólicos. Y aunque la lluvia fuese como aquélla, súbita y pasajera, a él le poblaba el alma de vértigos fúnebres. La inundaba de
sentimientos negativos.

Lo peor había pasado ya. Hacía rato que ni siquiera tronaba y algunos rayos
de sol atravesaban el cielo, pero aún llovía aunque con menor intensidad.

Optó por descolgar el auricular del teléfono tras asegurarse de que estaba sola y nadie la oía.

Marcó el número de Carolina y esperó.
Su amiga descolgó el teléfono al otro lado antes de que pudiera morir el primer zumbido.

—¡Sí! —gritó.

—Soy yo.

—Ah, hola. ¿Has visto qué porquería de día?

—Mejor que llueva y se mojen los bosques, y que no tengamos que ir a
apagar incendios como cada año, ¿no?

—Ya, me olvidaba que eres «Don Nohaymalqueporbiennovenga» y «Don
Positiva» en una sola pieza. ¿Qué hay?

—Ha venido a verme.

—¡Huy, qué osado!

—Bueno, no ha entrado, estaba en la calle. Luego sí, cuando ha llegado mi madre.

—¿Tu madre? Cuenta, cuenta.

—No es lo que crees. Estábamos hablando y, justo en lo mejor, ha aparecido mamá, cargada, y él la ha ayudado a meter las bolsas. Luego se ha ido. Hemos quedado.

—¡Bien!

—Lo malo es que papá quiere ir esta noche a la ciudad.

—Bueno, que sufra un poco.

—Ha estado encantador, parecía...

—¿Parecía qué? ¡Vamos, sigue!

—Ha dicho que era un idiota por haber salido corriendo la otra noche; yo le he dicho que ningún idiota le dice a una chica que es preciosa de la forma en que él lo hizo...

—¡Muy bueno, diez puntos!

—...Y justo cuando me miraba con esos ojitos tan especiales..., ha llegado mi
madre.

—¡Anda que tu socia!

—Inoportuna del todo, aunque no sé qué habría podido pasar.

—Tal y como lo pintas, ése se te declara a la primera.

—¿Declararse?

—Sí, sí, declararse, a la antigua, «me gustas», «te quiero» y cosas así.

—No creo —vaciló Evan.

—¿Qué harás si lo hace?

—¿Yo? Nada.

—Hazme caso, dale pie.

—Sí, mujer, eso.

—¡No lo pienses más!, ¿quieres? ¡Es perfecto!

Evan no respondió a los efusivos consejos de su amiga. Calló y el silencio
llegó hasta el otro lado del hilo telefónico.

—Vale, perdona —dijo Carolina—, pero es que... ¡Jo, tía, que te lo mereces!

—Gracias.

—Si fuera yo... ¡Huy, si fuera yo!

—Pero yo no soy tú.

—Yo me lo ligaba. Mira, tal y como tengo el cuerpo, que no sé qué me pasa, que unos días tengo ganas de gritar y otros de llorar, porque es como si me faltara
hasta el aire...

—A eso se le llama adolescencia —dijo Evan.

—Vale, abuelita, ponte una mecha y enciéndete.

—No quiero problemas sentimentales —se justificó Evan.

—¡Tener un rollo de verano no es tener un problema sentimental, a no ser
que te lo tomes tan en serio como te lo estás tomando! ¡Pásate un buen verano, sin preguntarte nada, sin plantearte nada, dejándote llevar!

Cada vez acababan hablando de lo mismo y Carolina le decía también lo
mismo. Evan no lograba hacerle ver su punto de vista y, aunque lo hiciera, su
amiga no la escuchaba. Era tozuda hasta...

—Debería decirle lo que me pasó, ¿verdad?

—Sí, del todo. Ya te lo dije.

—Lo haré.

—Sé legal, es lo mejor.

—Vale, vale. Espera —miró hacia la puerta de la sala al oír el timbre
exterior—. Han llamado y no sé si hay alguien para abrir.

Escuchó a su madre haciéndolo. Luego, una voz, y de nuevo los pasos de su
madre, ahora acercándose a la sala.

—Te llamaré después —se despidió Evan.

—¿Es él?

—¡Y yo qué sé, adiós!

Colgó exactamente en el momento en que su madre asomaba la cabeza por la
puerta.

—Evan —anunció Margaret con infinita prevención y tacto—. Está aquí
Thomas.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora