VEINTITRÉS

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Esperó justo lo prudencial y, al ver que su hijo no abría la boca, entró en el
tema directamente.

—¿Quién era?

Evan ya se lo esperaba.

—Un amigo, mamá.

—No lo tengo visto.

—Porque es nuevo. Está buscando trabajo.

—¿Aquí?

—Sí.

—¿Y cómo lo has conocido?

—Mamá, qué pregunta, pues por ahí, en la piscina.

—Parece buen chico.

—Lo es —aseguró Evan asintiendo con la cabeza.

—¿Y Thomas?

Ésa era la clase de indiscreción que no esperaba ni comprendía. Se sintió
irritada una vez más por el poco tacto de su madre.

—Thomas nada, mamá. ¿Por qué?

—Bueno, antes...

—Tú lo has dicho: antes.

—¿Os habéis enfadado? Ya decía yo que durante estos meses... Bueno, no te
preocupes, a tu edad os enfadáis y desenfadáis como si nada.

Evan la miró con horror. ¿A su edad? Pero, ¿de qué estaba hablando? A
veces tenía la sensación de que seguía tratándola como a un niño, y más después de su enfermedad. Tuvo que contar hasta tres para calmarse.

—Déjalo, mamá, ¿quieres?

—¿Por qué? A mí me parece que eso de que el hijo de los Harrison se interese
por ti es...

—¿Así que es eso? Porque es el hijo de los Harrison, ¡hala, a abrirse de piernas!

—¡Evan! —se escandalizó su madre.

—Si es que dices cada cosa, mamá. ¿A mí qué me importa de quién sea hijo
Thomas, Eddie o quien sea? ¿De qué vas?

—Yo, de nada, pero su madre me comentaba el otro día lo bien que le caías, y recordaba que el verano pasado ibais juntos y hacíais una pareja estupenda.

—Genial —suspiró Evan disponiéndose a salir de la cocina.
—Evan —la detuvo su madre—, ¿qué te pasa?

—¿A mí? ¡Nada!

—Has cambiado, hijo. Estás... irritable. Y no lo digo por lo de ayer con los señores de la tele, que ya lo hablamos y lo entiendo, aunque no lo comparta. Lo
digo porque... ¡Ay, mira, no sé!

—Mamá, hemos cambiado todos —le dijo seriamente—. Tú estás como un flan y todo el día encima de mí. Pero yo me siento de fábula, puedes creerme, y
estaré mejor cuando todo el mundo deje de recordarme lo que pasó. Y si a pesar de todo he cambiado, para bien o para mal, es porque me vi muerto, y eso da qué pensar, ¿entiendes? Ahora las cosas más sencillas me parecen las más importantes, y viceversa, porque las importantes se me antojan idiotas.
Aquellos días, cuando creí que me iba de este mundo, me decía a mí mismo que era injusto. ¿Por qué yo?

Ahora estoy vivo y... aún me hago la misma pregunta. Pienso en esa otra persona que murió para que yo...
—Calla, por favor —se estremeció su madre.

Se calló, pero no porque se lo acabara de pedir temblando su madre, sino porque su padre apareció en la cocina recién llegado a casa del trabajo, aunque
ninguna de las dos lo había oído entrar por la puerta.

—¡Hola, familia! —saludó el hombre.
Le dio un beso a Evan. Luego le pasó un brazo por los hombros.

—¿Qué hora es? —se extrañó Margaret.
—Hoy he salido antes —anunció su marido—. Y esta noche nos vamos a
cenar al Maremagnum, todos.

Evan lo miró horrorizada.
—¿Esta noche?

—Sí, ¿por qué?

Su padre salía poco. No podía decirle que había quedado. Había muchas noches. El verano estaba lleno de ellas, aunque cada una fuese especial, diferente,
sobre todo cuando había alguien esperándote.

Había quedado con Eddie rápida y fugazmente al irse.
—No, no, por nada, papá. Me parece bien —dijo dándole un beso en la mejilla y abrazándole con cariño.

Donde esté mi corazón /Jordi Sierra i Fabra- Adaptación Buddie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora